23 Dec Los delfines de la Revolución China
Por Jeremy Page
na noche a comienzos de año, un Ferrari rojo se detuvo frente a la residencia del embajador de Estados Unidos en Beijing. Del auto se bajó el hijo de uno de los máximos líderes de China.
Bo Guagua, de 23 años, tenía programada una cena con la hija del entonces embajador, Jon Huntsman (actual precandidato republicano a la presidencia de EE.UU.).
El auto, no obstante, llamó la atención puesto que el padre del joven, Bo Xilai, estaba en medio de una controvertida campaña por revivir el espíritu de Mao Zedong por medio de interpretaciones masivas de viejos himnos revolucionarios. El funcionario había ordenado a estudiantes y empleados estatales a trabajar turnos en granjas para reconectarse con el campo. Su hijo, entretanto, conducía un auto que valía cientos de miles de dólares y era tan rojo como la bandera china, en un país donde el ingreso promedio por hogar fue el año pasado de alrededor de US$3.300.
El episodio, relatado por varias personas familiarizadas con éste, es sintomático de un reto que encara el Partido Comunista chino mientras trata de mantener su legitimidad en una sociedad cada vez más diversa, bien informada y exigente. Los hijos de los líderes del partido, con frecuencia llamados “principitos” o delfines están llamando cada vez más la atención gracias a sus crecientes intereses empresariales y a su evidente gusto por el lujo. Esto sucede en momentos en que la ira del público se intensifica por escándalos de corrupción oficial y abuso de poder.
Los medios de comunicación controlados por el gobierno presentan a los líderes de China como individuos que viven de acuerdo con los austeros valores comunistas. Pero a medida que los descendientes de la aristocracia política adquieren papeles lucrativos en el sector empresarial y acogen los símbolos de la riqueza, su perfil cada vez más alto suscita interrogantes incómodos para un partido que justifica su monopolio en el poder destacando sus orígenes como un movimiento de obreros y campesinos.
Su visibilidad tiene una resonancia particular cuando el país se aproxima a un cambio de liderazgo que se produce sólo una vez cada década y que tendrá lugar el año próximo, cuando se prevé que varios principitos asuman los cargos más altos del Partido Comunista. Esa perspectiva ha llevado a algunos en círculos empresariales y políticos en China a preguntarse si durante la próxima década el partido será dominado por un grupo de familias de elite que ya controlan grandes porciones de la segunda economía más grande del mundo y ejercen una influencia considerable sobre los militares.
“No hay ambigüedad, la tendencia se ha vuelto clara”, indicó Cheng Li, un experto en la elite política china del centro de estudios de Washington Brookings Institution. “Los delfines nunca fueron populares, pero ahora se han vuelto tan poderosos políticamente que hay preocupación seria sobre la legitimidad de la ‘Nobleza Roja’. El público chino resiente en particular el control de los herederos sobre la riqueza tanto política como económica”.
El liderazgo actual incluye algunos principitos que tienen contrapeso en un grupo rival no hereditario que incluye al presidente Hu Jintao, también el jefe del partido, y al primer ministro en Jiabao. Sin embargo, se prevé que el sucesor de Hu sea Xi Jinping, el actual vicepresidente, que es el hijo de un héroe revolucionario y sería el primer delfín en quedarse con uno de los cargos más altos del país. Muchos expertos creen que Xi selló una alianza informal con varios otros herederos que son candidatos a ascender.
Entre ellos está Bo padre, quien también es el hijo de un líder revolucionario. A menudo habla de sus lazos cercanos con la familia Xi, según dos personas que se reúnen con él habitualmente. La hija de Xi estudia en Harvard, donde el hijo de Bo cursa un posgrado en la Escuela de Gobierno Kennedy.
Ya en el Politburó de 25 miembros, Bo Xilai es uno de los principales candidatos al comité permanente. El funcionario no respondió a un pedido de comentarios a través de su oficina, y su hijo no respondió a pedidos vía correo electrónico y amigos. Bo hijo se ha ganado una reputación de extravagante con actos como el de aparecer en una escenario cantando con la estrella de cine Jackie Chan.
Se supone que los altos líderes chinos no tienen fortunas heredadas o carreras corporativas para suplementar sus salarios modestos, que se cree rondan los 140.000 yuanes (US$22.000) al año para un ministro. Sus familiares tienen permitido hacer negocios mientras no exploten sus conexiones políticas. En la práctica, los orígenes de la riqueza de las familias suelen ser imposibles de rastrear.
El año pasado, los chinos se enteraron por Internet que el hijo de un ex vicepresidente del país -y el nieto de un ex comandante del Ejército Rojo- había comprado una mansión en Australia por US$32,4 millones. Muchos herederos se dedican a negocios legítimos, pero hay una percepción extendida en China de que tienen una ventaja injusta en un sistema económico que, a pesar de la adopción del capitalismo, aún es dominado por el Estado y no permite ningún escrutinio significativo de la toma de decisiones.
El Estado es dueño de todas las industrias estratégicas y de los terrenos urbanos, así como los bancos, que otorgan préstamos en su mayoría a empresas estatales. De esta forma, los mejores negocios terminan en manos de personas que pueden aprovechar sus conexiones políticas y prestigio familiar para conseguir recursos, y luego movilizar las mismas redes como protección.
El Diario del Pueblo, portavoz del partido, reconoció el tema el año pasado, cuando mostró que 91% de las personas que participaron en una encuesta creía que todas las familias ricas en China tenían antecedentes políticos. Un ex auditor general chino, Li Jinhua, escribió en un foro en línea que la riqueza de los familiares de los funcionarios “es lo que tiene a la gente más descontenta”.
Una heredera cuestiona la idea de que ella y sus pares se beneficien de sus contactos. “Provenir de una familia gubernamental famosa no me consigue un alquiler más barato, ni financiación bancaria especial, ni contratos con el gobierno”, afirmó en un e-mail Ye Mingzi, una diseñadora gráfica de 32 años y nieta de uno de los fundadores del Ejército Rojo. “En realidad”, sostuvo, “los hijos de familias gubernamentales importantes son objeto de mayor escrutinio”.
Durante la primera década después de la revolución de Mao en 1949, los hijos de los jefes comunistas permanecieron lejos del ojo público y fueron educados en escuelas exclusivas. En los años 80 y 90, muchos viajaron a otros países para realizar estudios de posgrado y en varios casos comenzaron a trabajar luego para empresas estatales chinas, entidades gubernamentales o bancos de inversión. Pero en su mayoría mantuvieron un perfil muy bajo.
Ahora, las familias de los líderes chinos envían a sus hijos al extranjero a una edad más temprana, a menudo a exclusivas escuelas privadas en EE.UU., Gran Bretaña y Suiza, para asegurarse de que luego puedan ingresar a las mejores universidades occidentales. Herederos de entre 20 y 40 años obtienen puestos prominentes en el sector comercial, en especial en inversiones de capital privado, que les permiten maximizar sus ganancias y además los pone en contacto regular con la elite de negocios china e internacional.
Los delfines más jóvenes suelen verse rodeados de modelos, actores y estrellas del deporte que se reúnen en una zona de discotecas cerca del Estadio de los Trabajadores de Beijing a donde llegan en Ferraris, Lamborghinis y Maseratis.
En una tarde reciente en un nuevo club de polo en las afueras de Beijing, abierto por un nieto de un ex viceprimer ministro, jugadores argentinos con ponis importados ofrecieron un partido de exhibición para potenciales miembros. “Traemos el polo al pueblo. Bueno, no exactamente al pueblo”, indicó un empleado del lugar
LA NACION