El blog de Paul Krugman

El blog de Paul Krugman

Por Paul Krugman

La confusión importa para debatir
La revista Columbia Journalism Review (C.J.R.) humilló hace poco un “estudio” del Instituto Empresarial Estadounidense (A.E.I., por sus siglas en inglés) que supuestamente muestra que, después de todo, la desigualdad del ingreso en Estados Unidos no ha crecido. Haciendo un comentario sobre una publicación del blog del A.E.I. titulado “5 Reasons Why Income Inequality Is a Myth – and Occupy Wall Street Is Wrong”, Ryan Chittum, reportero del C.J.R., escribió el 26 de octubre: “Ese tipo de titulares lleva a leer la publicación, que procede a dar evidencia aparentemente sólida (pero últimamente engañosa) sobre por qué la desigualdad no está aumentando, con la finalidad de plantar la semilla de la duda sobre si todo ese asunto de la desigualdad realmente es un problema”.
Lo sorprendente es la forma en que el A.E.I. ni siquiera recurre a la práctica normal de inventar cifras engañosas; simplemente miente abiertamente sobre lo que realmente dice la investigación de otra gente, como el trabajo del economista Robert Gordon. Lo que terminé pensando, empero, es la forma en que el debate sobre la desigualdad ilustra ciertas características típicas de muchos debates actuales: la forma en que la derecha tiene cierto tipo de defensa multicapas a profundidad, que no sólo conlleva la negación de los hechos, sino que también, en caso de necesidad, la negación del hecho de que negó esos hechos.
Pensemos en el cambio climático. Hay varias personas del ala derecha que simultáneamente: a) niegan que haya calentamiento global, b) niegan que alguien niegue que haya calentamiento global, pero que niegan que los humanos sean responsables, y c) niegan que alguien niegue que los humanos estén causando el calentamiento global, insistiendo en que la verdadera discusión tiene que ver con la respuesta apropiada.
No estoy seguro de que haya tres niveles de desigualdad (todavía), pero definitivamente tenemos: a) gente del ala derecha que niega que esté aumentando la desigualdad y b) gente del ala derecha que niega que alguien niegue el aumento de la desigualdad, pero que ataca cualquier propuesta que limite ese incremento.
Podría preguntarse cómo es posible tomar posturas mutuamente contradictorias. Y la respuesta es que es muy fácil, si su trabajo consiste en confundir el debate.
No creo que esa palabra signifique lo que Político cree que significa.
En caso de que alguien haya pensado que mi publicación de la semana pasada sobre la incomprensión generalizada del significado de la palabra “hipocresía” era discutir una nulidad, ahora Político viene a decirnos -sin ningún indicio de que pudiera haber algún malentendido- que Elizabeth Warren, candidata a senadora por el estado de Massachusetts, tal vez no sea creíble en su campaña contra la injusticia económica porque ella misma es una persona acomodada.
Según una publicación de Scott Wong del 6 de noviembre, “Elizabeth Warren pudo haber abrazado al movimiento Ocupemos Wall Street y a la gente del ‘99 por ciento’, pero los registros públicos revelan que la agitadora liberal forma parte del uno por ciento más rico de los estadounidenses”.

Advertencias monetarias ignoradas por Europa
Hace casi seis años, el economista Nouriel Roubini publicó un artículo de opinión en EconoMonitor, su página de Internet, donde describió cómo fue que Giulio Tremonti, ministro de Economía de Italia, se quejó formalmente cuando Roubini sugirió que el país podría tener problemas con su pertenencia al euro. Y no, no estoy siendo injusto: lean su artículo.
Roubini, quien participó en un panel de 2006 de Davos, Suiza, sobre los beneficios y desventajas de la Unión Monetaria Europea (U.M.E.), contó: “Al contrario de los demás panelistas que ignoraron el tópico y sólo hablaron de cosas buenas supuestamente asociadas a la U.M.E., me tomé con seriedad estas cuestiones, al considerar algunos de los problemas y riesgos que enfrentaba la Unión y los riesgos de una separación, especialmente para el caso de Italia. Mis comentarios causaron malestar al ministro Tremonti, quien me interrumpió a la mitad de mi charla, hizo una rabieta y -ante la consternación de todos los participantes- me gritó: ¡Volvé a Turquía!”.
Fue toda una escena. Lo que diría es que este incidente ejemplificó algo que sucedía en todo el camino hacia la eurodebacle. Simplemente no se permitía el debate serio sobre sus riesgos y posibles desventajas. Si había algún economista independiente que expresara, incluso, ligeras preocupaciones sobre el proyecto, se le etiquetaba de enemigo y se le excluía de la discusión.
En cierta forma, lo notable es que recién ahora haya surgido el desastre. No tiene nada que ver con los Estados benefactores.
Cada vez que sucede un desastre, la gente se apresura a señalarlo como reivindicación de lo que sea que creía antes. Y lo mismo pasa con el euro.
Como comentario al margen, lo interesante del lanzamiento del euro es que fue aclamado por la gente del Wall Street Journal, quienes lo vieron como el tipo de hito del camino de regreso hacia el estándar de oro, y por muchos de la izquierda británica, que creyeron que era como una forma de crear una alianza de democracias sociales. Fue criticado por los “thatcheristas”, quienes querían tener libertad para mover a la Gran Bretaña hacia el camino estadounidense, y por los liberales de Estados Unidos, quienes creían en la importancia de las políticas fiscal y monetaria discrecionales.
Pero ahora que está en problemas, la gente de derecha lo están presentando como demostración de que… los Estados benefactores fuertes son inoperables.
Entonces, sólo para decir lo que debería ser obvio, los países en problemas de ninguna forma están marcados por tener Estados benefactores especialmente generosos. Podemos usar varios indicadores, como la métrica de “gasto social” de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que mide (individual y conjuntamente) el gasto público y privado canalizado y regulado por la política pública, como el seguro médico aportado por el patrón en Estados Unidos.
Los datos muestran que Suecia, país con el gasto social más abultado, está teniendo buenos resultados, lo mismo que Dinamarca. Y Alemania, la parte buena del euro desgarrador, tiene un Estado benefactor más grande que los GIPS (Grecia, Irlanda, Portugal y España, por sus siglas en inglés).
No es que los hechos vayan a convencer a alguien de la derecha, pero el reclamo de “culpen al Estado benefactor” es un disparate.
DEBATE