03 Dec Dilemas en medio del horror
Por Daniel Muchnik
Cada día, con cada lectura que incorporo, con cada experiencia que palpito, no dejo de asombrarme con los contradictorios comportamientos de los hombres y de las sociedades. El libro del francés Laurent Binet, reciente Premio Goncourt, HHhH , título que resume la frase Himmlers Hirn heisst Heydrich (el cerebro de Himmler se llama Heydrich), trata, como si estuviera emprendiendo una investigación policial, y en primera persona, el asesinato de Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, considerado el hombre más peligroso del Tercer Reich, a quien Hitler trataba como padre político y preparaba como si estuviera forjando un sucesor. El alumno se destacaba por ser un nazi perfecto, inigualado en decisión y en el uso de la violencia.
Heydrich, conocido también como “El ángel de la muerte”, arquitecto de la “solución final” o plan de exterminio definitivo de los judíos europeos, había sido nombrado “Protector de Bohemia y Moravia” en la Checoslovaquia ocupada desde 1938; relevó a Konstantin von Neurath, víctima de quejas por su buen trato con la población del país ocupado.
Estamos a fines de mayo de 1942. Varios meses antes, el ex presidente y líder checo Eduard Benes, refugiado en Inglaterra, junto con Winston Churchill, había ideado la “Operación antropoide”. Un grupo de paracaidistas, lanzados en campos cercanos a Praga, tendrían por misión la muerte de Heydrich.
Benes y Churchill estaban azorados: en una Europa dominada por las tropas germanas, la resistencia checa contra el opresor estaba resquebrajada, pero, por sobre todo, los ciudadanos mostraban efusivamente su satisfacción con la administración de Heydrich, que había acabado manu-militari con los comerciantes y productores rurales agiotistas. Para muchos, Heydrich, que fusiló 10.000 profesionales e intelectuales bohemios apenas arribó, era una especie de salvador, un domador de la inflación y la falta de alimentos, siempre escasos en tiempos de guerra.
Los paracaidistas alcanzan a herir seriamente a Heydrich. Desmayado por la pérdida de sangre en la calle es auxiliado por una mujer y un automovilista checos que lo llevan a un hospital. Algunos días después muere por una infección generalizada. Hitler pide represalias. La población de Lídice es arrasada, no queda un ladrillo en pie, sus habitantes son fusilados y otros supuestos adversarios de la ocupación alemana, también. En total, hay más de 4000 víctimas de la venganza. Un integrante de la resistencia revela el sitio donde se refugian los paracaidistas, los rodean a los tiros y éstos, antes de caer en manos de la Gestapo, se suicidan.
Hasta aquí los hechos. Quedan las preguntas. Esa parte de la sociedad que elogiaba y adhería a Heydrich, el aniquilador, porque les conseguía alimentos, ¿había olvidado que representaba al ocupante, a la nación nazi que había terminado definitivamente, a sangre y fuego, con la soberanía democrática de su propia patria? Sí, esa población no jerarquizaba principios que hubiera sido escandaloso no acatar en tiempos de paz .
Y aquí entramos en las distintas facetas del comportamiento humano. En 1938, cuando el régimen de Benito Mussolini sancionó las leyes raciales, 10.000 judíos italianos militaban, con uso del carné correspondiente, en las filas del partido fascista. Uno de cada cuatro miembros del total de la comunidad judía vitoreaba al Duce , participaba de sus reuniones, compartía los símbolos y las vestimentas, y en algunas sinagogas se alababa los triunfos del régimen en Abisinia. El fascismo los protegía de la barbarie de los revolucionarios rojos. Había entre ellos altos jefes militares, jueces, empresarios, profesionales y hombres de la cultura. No podían creer que el Duce los traicionara. Es decir: por su firme decisión de integrarse definitivamente a la nación italiana, esos judíos negaron que la alianza de Mussolini con Hitler, en todos los campos, incluyendo el bélico y la repartición de regiones, traería su exterminio. Las alarmas venían sonando desde una década antes, pero ellos no la escucharon.
El brillante investigador Tzvetan Todorov, de origen búlgaro, ha estudiado el comportamiento de hombres y mujeres en los campos de concentración alemanes y en el Gulag soviético. Lo hizo en dos obras estupendas, Frente al límite y Memoria del mal, tentación del bien . En esos trabajos describe grandezas y miserias. ¿Por qué se rebelaron contra el ocupante los del gueto de Varsovia y luego el pueblo polaco en Varsovia? Porque eligieron morir con dignidad.
Además, se pudo constatar que ni la tortura ni el extermino tienen, por supuesto, el menor equivalente en el reino animal. Matando, los guardianes se atenían a las órdenes de sus superiores. Fanáticos nazis o comunistas existían entre los guardianes, pero su proporción no era mayor que la de los sádicos. Predominaban, por el contrario, seres conformistas, listos a servir a no importa qué poder, interesados en sus bienes personales más que en el triunfo de las ideas o las lealtades o el amor a la patria.
LA NACION