03 Dec Baudelaire y Flaubert, a juicio
Por Silvia Hopenhayn
El que acusa suele tener una ventaja con respecto a la defensa. Es el primero, el que despunta. Su semblante es animado y audaz, más allá de la validez de sus argumentos. Elige las armas del discurso. La defensa más bien tiene la característica de un escudo: intenta que reboten -y si es posible, se desvanezcan- esas lanzas de la lengua.
El acusado, por lo general, sufre. Es poco lo que puede argüir en su defensa, y suelen ser otros sus representantes en el escenario de la manipulación de la palabra. Incluso en los juicios a escritores. ¡O sea, a la palabra misma! Ni siquiera a la palabra dicha, sino todo lo contrario, a la dicha de la palabra: sus obras. Hay juicios famosos en la historia: Sade, Zola, Joyce, entre otros.
El pequeño libro recién publicado por la nueva y reluciente editorial Mardulce, dirigida por Gabriela Massuh y Juan Zorraquín, en su colección de ensayo, El origen del narrador. Actas completas de los juicios a Flaubert y Baudelaire , renueva la lectura de Madame Bovary y Las flores del mal . Es una verdadera ficción de la crítica. Sobre todo, la acusación del abogado imperial Ernest Pinard, que desbroza el libro de Flaubert como si degustara cada una de sus citas. Aquí “se trata de toda una novela”, acusada de ofender a la moral pública y a la religión. Dedica entonces casi toda su oratoria a relatar la novela, intercalando citas del autor con sus propias diatribas.
El fervor literario del abogado no hace más que reforzar el carácter sutil del realismo flaubertiano. El mismo se encarga de establecer una diferencia entre lo profano y lo voluptuoso, respondiendo la novela más bien a este último rasgo. Pinard fundamenta su ataque en el aspecto lascivo de la voluptuosidad, no en su correlato festivo (también le endilgará a Flaubert “su pintura lasciva que ofende a la moral pública”).
Pero al atacar la novela? ¡el abogado termina defendiendo a su castigada protagonista! Como se advierte en este pasaje: “El autor ha puesto el más grande cuidado, ha empleado todos los atributos de su estilo en pintar a esta mujer. ¿Pero ha intentado mostrarla desde el ángulo de la inteligencia? Nunca”. Por otra parte, el abogado desliza una acusación mayor que alude al interés morboso de los lectores: “¿Quieren ustedes a Madame Bovary en sus menores actos, en su vida espontánea, sin el amante, sin la falta?”.
La defensa, en tanto, es un verdadero ataque a la novela: enaltece los valores morales del libro, convirtiendo al destino trágico de Madame Bovary en una lección de vida. Lo llama: “Incitación a la virtud mediante el horror al vicio”.
La historia de los juicios a la moral pública suele recaudar grandes éxitos. Así comienza el alegato contra Las flores del mal , de Charles Baudelaire: “Demandar un libro por ofensas a la moral pública es siempre algo delicado. Si la acusación no alcanza su objetivo se fabrica el éxito del autor, casi su pedestal; éste sale vencedor, y uno asume con relación a él la apariencia del perseguidor”.
LA NACION