La importancia del capital social

La importancia del capital social

Por Micaela Urdinez
“Uno de los problemas que más me llama la atención de la Argentina es la distancia que hay entre los diferentes niveles sociales: existe una poderosa elite política y económica, y en el otro extremo se encuentra el resto de la sociedad. Esto lo veo más en algunas provincias del interior, donde uno tiene la sensación de estar en un feudo que maneja todos los recursos políticos y económicos”, sostiene Paolo Vanin, profesor asistente de la Facultad de Economía de la Universidad de Bolonia y un ferviente estudioso de la relación que existe entre el crecimiento económico y el social. Para Vanin, una comunidad sólo puede considerarse plena y exitosa cuando consigue alinear el desarrollo de su economía con el de su capital social, cosa que no se da con mucha frecuencia.

-¿En qué medida este proceso de desarrollo integral se está dando en el mundo?
-Los procesos de desarrollo económico y social no siempre se acompañan, sino que uno puede darse a costa del otro. De hecho, son muchas las sociedades que crecen económicamente, pero se empobrecen socialmente. Esto parece darse en algunos contextos y hay un debate sobre en qué medida esto se está dando en los Estados Unidos.
-Mirando para atrás, ¿qué ejemplos históricos nos puede dar de países en los que se haya roto esta armonía entre crecimiento económico y social?
– Las dictaduras de Argentina y Chile fueron casos importantes de destrucción de capital social, independientemente de su desempeño en materia económica. También el desarrollo de la Unión Soviética se dio a partir de la destrucción de muchas estructuras de la sociedad civil, y durante el colapso de la Unión Soviética esto se acentuó y dejó una pobreza muy fuerte en las estructuras intermedias de la sociedad. Este proceso generó la situación que vemos ahora, donde por un lado tenemos un país que funciona y por el otro vemos niveles de corrupción abismales y una distancia entre los políticos y la gente muy difícil de solucionar.
-¿Cuáles son las causas de este quiebre?
-Precisamente una de las dificultades más grandes es identificar las causas porque las interacciones entre el capital social y las instituciones formales del Estado son muy complejas. Además, estamos hablando de procesos muy lentos en la mayoría de los casos. A veces pueden existir cambios abruptos como con la caída de la URSS, pero en general son lentos.
-¿Cómo hacer entonces para fortalecer el desarrollo del capital social?
-Si miramos los disturbios que se están dando en Londres y se dieron en París, son situaciones que surgieron como producto de la segregación de diferentes grupos en la sociedad. Me parece que en ambos casos faltó la conciencia de la importancia de la integración social. Es un problema que se da por igual en países desarrollados y en los que están en desarrollo, es común.
Acá, en la Argentina, están viviendo un conflicto por el tema de las ocupaciones de tierras de los inmigrantes y de los grupos aborígenes, fenómeno que también se da por la exclusión de grupos. El gobierno actúa una vez que el problema estalla, pero también puede existir una actuación previa para prevenirlo. Esto sería trabajar en políticas de inclusión y desarrollar la posibilidad de interacción entre los diferentes grupos. Porque cuando faltan estas políticas se crean situaciones de segregación peligrosas que en algún momento pueden estallar.
-¿De qué manera influye la inmigración en la construcción del tejido social?
-El tema de la inmigración es bastante complicado, lo que no quiere decir que haya que igualarlos a los demás porque cada uno tiene su cultura y está bien que así sea. Pero evidentemente son grupos que han quedado al margen, aislados, y esto representa una falla de las políticas de integración.
En Italia hay todavía una reacción defensiva xenófoba y racista muy fuerte, lo que lleva a que los grupos excluidos en algún momento se rebelen. Esto es inevitable si no hay ningún esfuerzo por modificarlo.
Esta situación es más problemática en los momentos de crisis porque el nativo se siente más amenazado y se aferra más a lo suyo, y es muy fácil culpar al extranjero de lo que no funciona. En este sentido, no veo muchas razones para ser optimista en el corto plazo en Europa.
Desde este punto de vista la Argentina es un ejemplo muy positivo porque la inmigración se integró perfectamente. Después el país tiene muchos problemas, como la pobreza, pero no hay un problema de grupos de inmigrantes excluidos. Desde una perspectiva histórica es un problema mucho menos grave que en otros lugares, aunque en el último tiempo hubo incidentes con la inmigración limítrofe.
-¿De qué manera puede la sociedad civil contribuir al desarrollo social del país?
-El rol de la sociedad civil es enorme porque muchas formas de capital social se generan justamente a través de interacciones de la sociedad civil. Para mí, es mejor escaparles a las generalizaciones, más en temas de capital social. Pero si hay un tema general que lo atraviesa es la inclusión y la participación comunitaria. Esa sensación de pertenencia, ese sentirse uno en la sociedad, depende mucho del lugar que cada uno ocupa en la sociedad civil y su interacción con los demás, pero también depende mucho de las oportunidades de desarrollo personal.
No es que la sociedad civil sea la solución para todos los problemas, pero sí es uno de los lugares fundamentales para el desarrollo de la persona.
-¿Usted cree -como Kilksberg- que existe un rostro humano de la economía?
-El rostro humano de la economía hay que bajarlo a las dimensiones reales de la vida, a la posibilidad de tener una buena vivienda, un trabajo digno, de no ser explotado. Una de las mayores dificultades para establecer este tipo de condiciones es que a la gente le gusta vincularse con los pares y la integración de lo diferente es muy difícil. Lo que sí se puede hacer son políticas de integración en ese sentido. La economía con rostro humano se da cuando las personas tienen un trabajo, un ingreso fijo y la posibilidad de elegir su futuro.
LA NACION