30 Nov El creador que hizo de la tecnología un objeto de deseo
Por Ariel Torres
e había quedado varado en Atenas. Pagué la multa por perder mi vuelo y conseguí otro con rumbo a París al día siguiente. Cuando por fin aterricé en Francia me esperaban muchas horas de espera antes de subirme al avión que me regresaría a Buenos Aires. Y no iba a pasármelo encerrado en el De Gaulle, así que me tomé un colectivo en el aeropuerto y me bajé en el Arco del Triunfo. Era mi primera vez en París y había llegado allí por accidente.
Luego de una baguette obligada en un previsible café con mesas en la vereda, opté por caminar por Champs Elysées, la avenida más hermosa del mundo, hasta el Louvre. Fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida, no sólo porque estaba en un lugar que siempre había soñado visitar, sino porque era un obsequio inesperado de la providencia. Era, también, el último sitio del planeta donde esperaría encontrarme con la tecnología.
Pero no contaba con Steve Jobs .
A medida que avanzaba por la Plaza de la Concordia, pasaba L’Orangerie y me adentraba en Las Tullerías, empecé a divisar que una de las alas del Louvre estaba cubierta por alguna clase de construcción blanca. Una reparación, supuse. Pero no. Era un decorado que anticipaba la Apple Expo de 1999 en París. La gigantografía mostraba a Pablo Picasso y tenía un mensaje escueto y poderoso: ” think different “. Esa frase define a Jobs y la forma en que su genio sin igual cambió nuestra vida de todos los días. Simplemente, se atrevió a pensar diferente. A imaginar que cosas inimaginables podían hacerse reales. Computadoras que sonríen, por ejemplo.
En una época en que las PC ofrecían una lacónica, casi hostil pantalla negra en la que había que tipear comandos más o menos oscuros para llevar cabo todas las tareas, Apple lanzó la Mac, una máquina que mostraba la hoy famosa manzana mordida, ícono del deseo y el placer.
La imagen de aquella primera Mac sonriendo, 27 años después, dio la vuelta al mundo cuando Jobs renunció a Apple el 24 de agosto último. Pero ahora no sonreía, sino que se mostraba triste. Sabíamos lo que se venía.
El aviso del iPhone, un teléfono inteligente que aplastaría a la competencia y establecería cómo deben ser los celulares, es un compendio de la forma en que Jobs cambió el mundo que nos rodea. El aviso muestra que es posible llevar en el mismo equipo la música, la Web, el mail, la telefonía y los libros, y que se lo puede usar sólo tocándolo con los dedos. Hay un mensaje portentoso en esto del tacto, el primero y más íntimo de los sentidos.
Llevo 156 discos en mi iPhone y varias decenas de libros. Cuando era adolescente hubiera necesitado dos valijas grandes para hacer lo mismo. Hoy están en mi bolsillo. Van conmigo.
Steve Jobs fue un escritor de ciencia ficción que en lugar de escribir lo que imaginaba lo mandó a fabricar. Por eso prescindió de los estudios de mercado. Su lema era ir más allá del deseo del público, adelantarse. ¿Acaso alguien podría haberle dicho a Los Beatles qué clase de música sería más popular?
No porque sí Jobs exhibía el altanero orgullo de los genios. Nadie podía decirle a Picasso cómo pintar Les Demoiselles d’Avignon . Nadie iba a decirle a Jobs lo que el público amaría. El iba a escribir su partitura y llenaría estadios, o fracasaría en el intento. Ayer, las expresiones de dolor por su fallecimiento eran abrumadoras. Hombre de pocas pulgas y temperamental, supo hacerse querer por millones.
La lista de productos que salieron de su gestión de diseño en Apple es hoy, dos días después de su partida, bien conocida: la Mac, el iPod, la iPad, la compañía de animación Pixar, el iTunes Store. ¿Qué factor común los une?
Jobs erradicó de la tecnología informática todo borde filoso, todo mensaje hermético, nos dejó pasar, hizo posible que tuviéramos un contacto íntimo y personal con un amasijo de chips, los volvió no sólo útiles, sino tentadores. No fue una pose cool , fue un hecho. Recuerda Stephen Wolfram que cuando estaba desarrollando su revolucionario programa Mathematica, Steve Jobs, llamado a opinar, insistía sin descanso en que había que hacerlo más fácil. Y eso que era un software destinado a científicos.
No nos dejó entrar en la informática, nos tentó con objetos deseables que, a la sazón, eran dispositivos digitales. Luego, el resto de la industria lo siguió. No es un producto en particular el que cambió nuestras vidas, sino, como suele ocurrir con los genios, su obsesión y su fe en sí mismo.
Ahora, al mirar alrededor, todo lo que hizo parece obvio. ¿Cómo no se les ocurrió a los demás? Tal es el destino de los creadores excepcionales. Cuando muestran sus ideas por primera vez causan escándalo. Picasso también tuvo que ocultar aquella revolucionaria pintura de 1907. Luego, con el paso de los años, uno se da cuenta de que el mundo estaría incompleto sin ese cuadro. O sin el iPhone.
LA NACION