El cielo puede esperar

El cielo puede esperar

Por Fernando Castro Nevares
A lo largo de la historia, sabios, oráculos y profetas dieron fechas posibles para… el fin del mundo. San Malaquías, incluso, habló de una cantidad de papas que llega sólo un poco más adelante que el actual Benedicto XVI. Nostradamus hizo profecías relacionadas con la aparición del anticristo, alrededor del año 2000. Los mayas, desde el Popol Vuh , pronostican que el 21 de diciembre de 2012 el sol recibirá un rayo sincronizador del centro de la galaxia y se iniciará así una nueva era. Y, en paralelo a las profecías que dan fechas cercanas a la que vivimos, también son tema recurrente los signos de los tiempos. Ahí está, por ejemplo, el mayor terremoto que sacudió a Japón en 140 años, origen del tsunami de 10 metros que arrasó todo a su paso. La sensación de que grandes catástrofes climáticas y de la naturaleza se producen con más frecuencia parecen fundamentar esta idea. Pero si uno se atiene a lo que dicen las Sagradas Escrituras, parece que habrá que esperar un poco. Unos 1000 años.
El milenarismo puede resumirse en el establecimiento de un reino terrenal con los justos; la resurrección de los muertos con buena conducta y su participación en el reino glorioso; la destrucción de los poderes hostiles a Dios; al final del reino, la resurrección general con el Juicio Final, después del que los justos entrarán al cielo, mientras que los malvados serán enviados al infierno.
La doctrina se basa en el capítulo 20 del Apocalipsis del apóstol San Juan: “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. {2} Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; {3} y lo arrojó al abismo”. Más tarde, final feliz: “Y vivieron y reinaron con Cristo mil años”.

Cada uva, 817 litros de vino
Los 1000 años de reinado de Cristo fueron algo considerado natural, fuera de discusión, entre las primeras generaciones de cristianos. De hecho, varios de los Padres de la Iglesia, los que sentaron las bases de la teología cristiana, y grandes figuras de entonces eran milenaristas, como Papías, San Justino, San Ireneo de Lyon, Tertuliano, Metodio, Victorino, Lactancio, San Agustín y Sulpicio Severo.
En su obra Contra los herejes , San Ireneo de Lyon cuenta algo que le había llegado de boca de Papías: que la humanidad disfrutaría de una superabundancia de placeres terrenos. Llegarían los días en los que las viñas crecerían cada una con 10.000 ramas, en cada rama 10.000 ramitas, en cada ramita 10.000 brotes, en cada brote 10.000 racimos y en cada racimo 10.000 uvas, y que cada uva produciría 817 litros de vino.
Por su lado, San Agustín adhirió en un principio al milenarismo, aunque más tarde lo abandonó. El santo y sus obras escritas influyeron muchísimo para hacer retroceder la creencia, aunque no la hicieron desaparecer del todo. Por eso, en el siglo XII, Joaquín Di Fiore, abad y ermitaño calabrés, realizó una interpretación de la Biblia en la que definía la historia de la humanidad como un ascenso en tres edades: la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, que, según el abad, empezaría en 1260 y sería un tiempo sin guerras ni odios y dominada por los monjes. Lamentablemente no fue así.
En tanto, antes de ser quemado en la hoguera, en 1498, el fraile dominico Jerónimo Savonarola predicaba que Florencia, Italia, sería la Nueva Jerusalén. Además, se consideraba a sí mismo un sucesor de los profetas del Antiguo Testamento. Asimismo, en América, el fraile Francisco de la Cruz, ejecutado de la misma forma, en 1578, anunciaba la destrucción de Europa por los turcos y promovía el traslado del papa a Lima, para él la Nueva Jerusalén.

Los muchachos protestantes
El protestantismo también le dio lugar a la doctrina. Los anabaptistas, por ejemplo, tenían la esperanza puesta en una era dorada bajo el cetro de Jesucristo tras el derrocamiento del papado y de los imperios seculares. Tan fuerte era su convencimiento que, como preparación al momento de la llegada triunfal de Cristo, en 1536 fundaron en Münster, Westfalia, el Reino de Zion, donde la propiedad y las mujeres eran compartidas.
Además de estos muchachos protestantes, los siglos XVII y XVIII también dieron exponentes apocalípticos y milenaristas. Los Hermanos Bohemios y Moravos, en Alemania; el francés Pierre Jurien, autor de El cumplimiento de las profec ías (1686), y los Independientes y Jane Leade en Gran Bretaña.
También, protestantes de Württemberg emigraron a Palestina alrededor de 1870 y formaron las comunidades del Templo para estar más cerca de Cristo durante su llegada.
Los Skoptsi de Rusia, movimiento del siglo XIX que tenía miles de adeptos, entre nobles, comerciantes y campesinos, esperaban un reino universal de seres asexuados que duraría un milenio.
Y hubo, por supuesto, unos cuantos milenaristas católicos. Como Pagani, autor de El fin del mundo (1856), y Rougeyron Chabauty, autor de El advenimiento de la Iglesia Católica según el Plan Divino (1890).
En nuestro país, un milenarista reconocido fue el sacerdote Leonardo Castellani (1899-1981), que escribió obras que aún circulan entre grupos católicos como Cristo ¿Vuelve o no vuelve? y El Apocalipsis .
Frente a este milenarismo, no proclamado a viva voz, pero presente en el corazón de muchísimos creyentes, el Vaticano terminó pronunciándose, pero recién a mediados del siglo XX. El papado promulgó en 1941 y 1944 dos decretos en los que afirma que no se puede enseñar con seguridad el milenarismo, pero tampoco negarlo rotundamente..
LA NACION