Steve Jobs, el hombre que pensó diferente

Steve Jobs, el hombre que pensó diferente

Por Leandro Zanoni
En los 80, Steve Jobs usaba un reloj Porsche de titanio que lo había impresionado por su diseño moderno y compacto. Cada vez que alguien le hacía algún comentario referido al diseño, y que él consideraba valioso, se lo sacaba y se lo regalaba. Era su manera de reconocer el buen gusto ajeno. Minutos después, Jobs aparecía con un reloj idéntico en su muñeca. Cada uno costaba dos mil dólares, pero en su oficina tenía un cajón con un par de docenas del mismo modelo. Era un obsesivo del diseño.
Dicen los que lo conocieron que era tan obsesivo y exigente que resultaba muy tedioso seguirle el ritmo. No aceptaba un no. Le ponía a sus equipos de trabajo plazos imposibles de cumplir y ante la indignación de los ingenieros expertos que él mismo reclutaba, se daba media vuelta y se iba. Cuando les explicó que el iPhone debía tener un solo botón, sus empleados le dijeron que era imposible de fabricar. Pero fue un éxito y hoy es el teléfono inteligente más vendido del mundo, por encima de Samsung y la histórica Nokia.
Jobs veía el futuro y logró fabricarlo. Se anticipaba a los deseos de todos nosotros. Por eso estaba en contra de los focus groups. Él decía que a la gente le da miedo innovar y arriesgar. Citaba al gran Henry Ford uno de sus modelos, junto a Gutemberg cuando dijo: Si les hubiera preguntado a mis clientes lo que querían, me habrían dicho: Un caballo más rápido.
Fanático de las manos, podía quedarse horas viendo la suya o investigando la capacidad motriz de esa parte del cuerpo humano. Cuando se aburría en alguna reunión, se miraba la mano y la giraba lentamente y movía los dedos sobre sus ojos. Es la configuración perfecta, solía decir.
Tenía un enorme poder de convencimiento para lograr sus objetivos. Como un hechicero, lograba que cualquier persona termine aceptando su propósito. En 1984 cuando fue a contratar al difícil John Sculley, el entonces CEO de Pepsi, lo provocó con la frase que ya es leyenda: ¿Querés pasar el resto de tu vida vendiendo agua con azúcar o querés cambiar el mundo?
Sus presentaciones de productos eran un deleite para el público. Las practicaba hasta cien veces y salían perfectas. Por suerte, ahora florecen en YouTube, al igual que su famoso discurso para egresados en la Universidad de Stanford.
Millonario desde joven, era muy austero en su forma de vestir. En los 90 empezó a usar remeras y poleras negras, jeans claros y zapatillas grises New Balance. Nunca más abandonó ese conjunto, que ya se convirtió en su sello.
Su vida personal es digna de una novela. Sus padres biológicos lo dieron en adopción a una familia común del sur de San Francisco. Pero después, se casaron y tuvieron a su hermana, Monna Simpson, hoy escritora famosa en los Estados Unidos. Steve se hizo vegetariano y budista, fanático de los Beatles y Bob Dylan. En 1976, cuando tenía 21 años, creó Apple con su vecino y tocayo Steve Wozniak. Ninguno sabía que revolucionarían junto con Microsoft e IBM el mundo actual.
De su cabeza salió la Macintosh, el iPod, el iPhone, el iPad y las Mac, además de Pixar, la empresa que fundó (hoy propiedad de Disney) con la que revolucionó el cine animado con películas como Toy Story, Cars y Buscando a Nemo, entre otras. En apenas diez años, revolucionó el negocio de la música, del cine y de los medios. Es para lamentar que murió muy joven, cuando todavía podía dar mucho más de su talento y su visión. Ahora, nació el mito y la leyenda.
Pero la importancia de Jobs se verá en los próximos años. Su ausencia deja al mundo sin un gran creador y con grandes incógnitas: ¿Cómo será el futuro de Apple? ¿Qué personalidad ocupará su lugar? ¿Qué nuevos productos cautivarán al público a partir de hoy? No existen respuestas todavía. Pero sí estoy seguro que con la muerte de Steve Jobs, todos los fanáticos de la tecnología, nos sentimos un poco más solos.
EL CRONISTA