Sabio sin ocaso: Amílcar brusa fue un maestro del boxeo

Sabio sin ocaso: Amílcar brusa fue un maestro del boxeo

Por Osvaldo Príncipi
os sabios deben llegar a viejos, plenos, e intactos, para extinguirse como tales y mantenerse eternos, en obra y mensaje, en el corazón de su gente.
Amilcar Brusa, ” sabio y viejo”, murió ayer, a los 89 años, en el Sanatorio Mayo de su amada Santa Fe. Grande y sin ocaso. Un inesperado deterioro pulmonar del cual no pudo reponerse causó su “partida” sin posibilidades de revanchas.
Sus restos serán velados desde las 9 e inhumados a las 15.45. El cortejo fúnebre partirá desde la sala de 25 de Mayo y Suipacha, para dirigirse al gimnasio donde funciona la academia de box en la que el maestro seguía formando púgiles. Luego pasará frente al Club Atlético Unión, del que era simpatizante, para dirigirse al Cementerio Municipal de Santa Fe.
Brusa nació el 23 de octubre de 1922 en Colonia Silva. Tres principios decisivos marcaron su vida: el trabajo, la disciplina y la seguridad para lograr el éxito. Esa certeza que lo consagró como uno de los entrenadores latinoamericanos de boxeo más grande de todos los tiempos, con ingresos en el Salón de la Fama de Nueva York y Los Ángeles.
Siempre fue “grandote” y nunca ridiculizó su estampa de 1,90 metros. Ni en sus tiempos mozos, cuando como peso pesado amateur intentó llegar a los Juegos Olímpicos de Londres 1948 ni cuando tomó el rol de catcher como “El enmascarado”, un villano de artes particulares que retó en más de una oportunidad al “Hombre Montaña” y a Martín Karadagian, en los festivales de lucha del Luna Park.
El gran salto hacia la realización definitiva lo dio junto a Carlos Monzón, un joven hosco y pobre nacido en el barrio La Flecha, de San Javier, con quien se conectó en 1960 y a partir de entonces, con el arduo trabajo diario iniciado en el humilde gimnasio pugilístico “prefabricado” bajo la tribuna popular de Unión, llegaron a la cumbre del boxeo mundial.
Ganaron todos los títulos, mucho dinero y fueron aclamados en los escenarios más codiciados por cualquier deportista entre 1970 y 1977. Desde Mónaco, con la princesa Grace Kelly “disfrutando del” noble arte “en butacas aterciopeladas”, hasta el Madison Square Garden, con el intrépido Don King, en la primera fila del ring side.
La relación Brusa-Monzón fue perfecta. Inquebrantable entre un técnico y boxeador. Jamás firmaron papel o contrato alguno. La lealtad fue el factor común y el respeto profesado por Monzón a su maestro fue una de las máximas sensaciones cercanas al amor que pudo avistarse en el sensacional campeón de los medianos.
Se distanció del Luna Park y de su promotor, Juan Carlos Lectoure, en 1976, en modo terminante y absoluto. Debió emigrar y emigró. No le tembló el pulso ni le faltó el trabajo. Miami, Caracas, Los Ángeles y Barranquilla fueron base de su labor y de la consagración internacional con boxeadores de esas tierras.
La lejanía y el paso del tiempo lo fueron transformando. Se volvió quejoso y gruñón. Nunca asimiló el sufrimiento que debió sobrellevar su esposa Blanca durante 15 años, antes de morir meses atrás. Entonces comenzó a quebrarse .
Jamás perdió el entusiasmo y la credibilidad en el boxeo, más allá de sus cambios y deterioros. Siguió en actividad hasta el último día lúcido de su vida. En su gimnasio y buscando lo mejor de sus pupilos del “UPCN Boxing Club”.
Celebró “devolverle” a la capital santafecina un campeón mundial: Carlos Baldomir, en 2006, con su aporte en el rincón y consagrar a su “hija del alma” Alejandra Oliveras, reina de los rings, otra vez, en agosto último.
Después de recorrer y pelear tanto por el mundo terminó en paz. Rodeado por sus boxeadores, sus tres hijos y nietos. Lleno de amor y calidez tras tanto exilio y tanta soledad.

CAMPEÓN GUANTES DE ORO
Como boxeador, Amílcar Brusa sólo se desempeñó en el campo amateur y entre los pesados, categoría en la que consiguió ser campeón Guantes de Oro y de los Barrios en Buenos Aires, entre otros logros, con sólo tres derrotas en 30 peleas
LA NACION