17 Oct La imperiosa necesidad del retorno de las palabras
Por Pablo Urbaitel
Son innumerables los problemas que atraviesa la escuela secundaria en la coyuntura actual: a) La desigualdad educativa y la constitución de un sistema fragmentado en el que se socializa a las nuevas generaciones en mundos culturales diferentes. b) La dificultad para conciliar masificación del nivel con calidad educativa, lo que significa no solo la necesidad de garantizar el derecho a la escolarización sino, principalmente, el derecho al aprendizaje. c) El nuevo equilibrio de poder entre las generaciones que parece poner en suspenso las condiciones de autoridad pedagógica. d) La imposibilidad de repensar los formatos escolares modernos que continúan con escasas modificaciones desde la constitución del sistema educativo, son algunos de los obstáculos más importantes del nivel medio.
Pero en esta oportunidad me referiré a otro problema, más silencioso, menos espectacular pero no menos preocupante: la crisis de transmisión y el debilitamiento de la enunciación de los relatos en las clases. Parece paradojal que en tiempos de desmoronamiento de los grandes relatos, en la escuela también se hayan perdido los pequeños relatos.
Práctica. Las aulas se convirtieron en ámbitos poco habitados por narraciones, se produce un desmedido uso del trabajo grupal acompañado por diálogos “dóxicos” entre docentes y alumnos. Se brinda una sobredimensionada oferta de consignas escritas a responder (algunas pertinentes, enriquecedoras y otras infantiles, obvias y poco estimuladoras del pensamiento), propuestas que se dilatan y que se resuelven en un tiempo extenso, reiterativo y circular.
La pregunta que surge es por qué algo constitutivo del acto educativo como la transmisión de saberes, fenómeno que difícilmente pueda llevarse a cabo sino a través de la palabra, deja de ser una regla, una práctica usual y cotidiana para transformarse en un acto excepcional que produce extrañamiento.
La respuesta a estos fenómenos podemos encontrarla en el auge de las pedagogías “psi”, que surgen en nuestro país como una respuesta al autoritarismo imperante desde el siglo XIX y más aun en la última dictadura. Las mismas se sustentaron en la creencia de que transmitir conocimientos es autoritario y que genera sujetos pasivos.
Error. Así, las clases se centraron en los intereses de los alumnos, pasando el profesor a un lugar secundario de guía y orientador de los aprendizajes. Se incurrió en el error de pensar que los procesos de incorporación, y adquisición de conocimientos son pasivos y radicalmente diferentes de los de construcción y producción, y no complementarios. Los criterios psicológicos, de esta manera, son los que deciden acerca del valor de los saberes y no su capacidad para dar cuenta de procesos sociales.
El gran problema que produjeron estas ideologías pedagógicas es que dieron legitimidad al declive del ejercicio de la responsabilidad de las generaciones adultas con las jóvenes, fenómeno que en las aulas generó des-responsabilización de la palabra. Las clases, en muchos casos, se vaciaron de contenidos y se transformaron en ámbitos privilegiados para la “opinión-participación” y para un mal comprendido pensamiento “crítico-creativo”. En nombre de éste falso “progresismo” se opacaron los diálogos nutricios entre doxa y episteme.
Posturas. Una de las primeras voces en alzarse en contra fue la del pedagogo Saviani quien señaló que estas posturas, lejos de ser progresistas, son antidemocráticas, pues imposibilitan a los sectores vulnerables (aquellos que sólo tienen la escuela con un lugar de formación) el acceso a herramientas para su inclusión social.
Nuestro desafío es reinstalar en el debate pedagógico la centralidad de nuestra tarea de pasadores de conocimientos. Creo, que las trayectorias de los alumnos pueden cambiar a partir de algún encuentro que propicien nuestras palabras. La transmisión es más que un medio para tener acceso a los saberes que nos permitan incorporar a las nuevas generaciones al mundo, es también una forma de ensanchar los horizontes de referencia e imaginar otras formas de lo posible. Las palabras son elementos constitutivos de la subjetividad, es en gran medida el peso de éstas o sus ausencias lo que determina las biografías individuales. Cuanto más posibilidades tiene un sujeto de nombrar lo que le sucede (darle sentido a su experiencia, conferirle forma a sus propios deseos), más apto será para morar el mundo y para transformarlo.
El compromiso, en tanto educadores, es ubicar en el centro de las discusiones pedagógicas nuestra obligación de asegurar la filiación de los nuevos, de los que llegan a una cadena generacional; nuestra responsabilidad es brindar herramientas para garantizar una verdadera inclusión social para que una clase pletórica de palabras que saben, que narran, que explican, que integran, vuelva a ser regla y no excepción.
LA CAPITAL