El Picasso digital que revolucionó la vida cotidiana

El Picasso digital que revolucionó la vida cotidiana

Jobs en sus primeros pasos con Apple

Por Ariel Torres
teve Jobs fue el Picasso de la revolución digital. Hubo un antes y un después de sus visiones, cambió el mundo, le impuso su sello. Para admiradores y detractores la situación es idéntica: Jobs está en todos lados. En cualquier computadora, porque fue el primero que divisó que las ventanas y el mouse eran el futuro; en los celulares, porque su mediático e inmensamente popular iPhone destronó a colosos como Motorola y Nokia y se convirtió no sólo en fervor, que sería ya bastante, sino también en estándar; en las tablets, que sólo su particular modo de dirigir el diseño, que hacía caso omiso de los estudios de mercado y los focus group, consiguió imponer.
Fue el genio de la computación sin ser informático, combinó las artes y la filosofía con los bits, y transformó no una, sino dos veces el símbolo de la manzanita en el icono de las marcas prestigiosas. Primero, al cofundar Apple con Steve Wozniak; luego, al regresar a la compañía en 1996, cuando ésta estaba casi quebrada, para elevarla hasta las impensadas alturas de hoy. Habló de magia, Jobs, al presentar la primera iPad en abril de 2010. Fue magia lo que le trajo a la industria tecnológica.
Si algo caracterizó a Steve Jobs fue su capacidad de ver el futuro. Y su incomparable habilidad para convencer. No de otro modo nació Apple. Persuadió a Wozniak para que dejara su empleo en HP (entonces Hewlett-Packard) y, más tarde, a John Sculley, presidente de PepsiCo, con una de sus famosas frases. “¿Quiere pasarse el resto de su vida vendiendo agua azucarada -le dijo- o quiere venir conmigo y cambiar el mundo?” Sculley se fue con Jobs, aunque no cambiaría el mundo; más bien, Sculley sería uno de los artífices del retiro de Jobs de Apple en 1985.
Con los años, sus presentaciones en público se convertirían en eventos equivalentes al concierto de una superbanda de rock. Muchos de sus discursos están hoy en YouTube . Es cierto lo que se dice: producía al hablar un “campo de distorsión de la realidad”. Vendedor eximio, consiguió siempre -casi siempre- que sus devotos clientes aceptaran las restrictivas reglas de comercialización de la compañía.
Pero no vendía vapor. Fue su extraordinaria visión lo que transformó a Jobs en un icono, en una figura de devoción y en la fuerza más creativa de la revolución digital. Su genio va mucho más allá de haber previsto que algún día las computadoras estarían en todas partes o de que dispondríamos de asistentes digitales portátiles. La clave para comprender a Jobs está no ya en su costado informático, sino en que hizo posible que las más complejas maquinarias jamás creadas por el hombre, las computadoras, fueran bellas y fáciles de usar. Parece algo sencillo. Pero es de lo más arduo que pueda plantearse esta industria. Fue el único capaz de ocultar, como un mago, los inextricables recovecos de la electrónica tras una experiencia de usuario perfecta.
Pero hay algo más, algo que parece haber sido una obsesión a lo largo de toda su carrera. Nos dio un ingrediente al que los humanos somos adictos: el placer.
Cualquiera de los dispositivos de Apple está fabricado mayormente con los mismos componentes que de las otras marcas, programado con los mismos lenguajes, y se basa en las mismas leyes de la física y de la electrónica. Y sin embargo es un placer el usarlos. No sólo fáciles, sino placenteros. No sólo bien diseñados, sino definitivamente estéticos.

El resto de nosotros
Por eso anoche sonaban los teléfonos y expertos duros de la informática, algunos de los cuales jamás tuvieron una Apple, le decían a este cronista: “Se fue el mejor, era el mejor” . Humanizó como nadie la tecnología, y eso es más de lo que cualquier otro presidente de una gran compañía de informática puede exhibir en su currículum. Aún sin ser fanáticos de la manzanita, aún sabiendo que la personalidad de Jobs no era ni remotamente fácil -como no suelen serlo la de los genios-, reconocemos en él al hombre que le dio prácticamente todas las ideas a esta industria.
Se ha dicho, y es cierto, que gran parte de esas ideas eran de otros. Sí, pero eran ideas ignoradas, desreciadas. Xerox inventó la interfaz gráfica y el mouse, pero Jobs dio origen primero a Lisa y luego a la revolucionaria Mac, en 1984. Mucho después llegaría Windows. Ninguno de los colosos de los celulares había conseguido un equipo que fuera todo pantalla táctil. Eso fue obra de Jobs. Lo mismo que las tabletas, un diseño que languidecía sin rumbo, hasta que este hombre tomó el problema en sus manos y produjo la iPad. Pixar era una división de LucasFilm cuando él la adquirió en 1986, y la transformó en una potencia cinematográfica. Disney compraría Pixar por 7400 millones de dólares en 2006 y Jobs se convertiría en el mayor accionista de la compañía. Eso es visión.
Como todos los grandes, no fue el más comprendido, ni el que siempre acertaba, ni le faltaron enemigos. Pero, como ocurre con todos los grandes, es hasta cierto punto falso que ha muerto. Pasarán muchos años hasta que su huella inconfundible se desvanezca. Basta mirar alrededor.
Jobs se ha ido, pero está en todos lados.
LA NACION