El club de los que no duermen

El club de los que no duermen

Para un pequeño grupo de personas —quizás sólo de 1% a 3% de la población— dormir es un desperdicio de tiempo.
Las personas con una predisposición natural a dormir poco son simultáneamente noctámbulas y madrugadoras. Suelen ir a la cama muy pasada la medianoche, y se despiertan unas pocas horas después. Esto no les impide pasar un día intenso, sin necesitad de siestas ni recargas de cafeína.
También son personas enérgicas, extrovertidas, optimistas y ambiciosas, según los investigadores que las han estudiado. El patrón a veces comienza en la infancia y con frecuencia es hereditario.
Si bien no está claro si las personas que requieren de pocas horas de sueño son exitosas, sí tienen más tiempo en el día para hacer cosas, y siguen encontrando tareas más interesantes para hacer en vez de dormir, con frecuencia haciendo varias labores a la vez.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente está naturalmente predispuesta a dormir poco. “No hay tanta como se cree”, apunta Daniel J. Buysse, psiquiatra del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh y ex presidente de la Academia Estadounidense de la Medicina del Sueño, un grupo profesional.
De cada 100 personas que creen que sólo necesitan cinco o seis horas de sueño por noche, apenas cinco realmente pueden vivir durmiendo poco, dice Buysse. El resto termina padeciendo de privación crónica de sueño.
Hasta la fecha, sólo ha habido un puñado de pequeños estudios sobre personas que necesitan dormir poco, en parte porque son difíciles de hallar. Rara vez acuden a clínicas del sueño y no creen que padezcan de un trastorno.
Unos cuantos estudios han sugerido que estas personas pueden tener hipomanía, una forma leve de manía que incluye pensamientos energéticos y comportamientos extrovertidos.
Aunque actualmente no hay forma en que la gente pueda aprender naturalmente a dormir poco, los científicos confían que con el estudio de quienes tienen esa predisposición innata, puedan comprender mejor cómo el cuerpo regula el sueño y por qué las necesidades de dormir varían tanto entre humanos.
“Mi meta a largo plazo es descubrir lo suficiente algún día para que podamos manipular los patrones del sueño sin dañar nuestra salud”, dice el genetista Ying-Hui Fu, de la Universidad de California en San Francisco. “Todos podemos usar más horas despiertos, incluso si es sólo para mirar películas”.
Fu fue parte de un grupo de investigación que en 2009 descubrió una variación de un gen, hDEC2, en un par de personas naturalmente predispuestas a dormir poco. Los investigadores inicialmente estudiaban a personas muy madrugadoras cuando se dieron cuenta de que dos participantes del estudio, madre e hija, se despertaban naturalmente alrededor de las cuatro de la mañana pero también se dormían pasada la medianoche.
Los análisis genéticos detectaron una variación de un gen común en ambas. Los científicos pudieron reproducir la variación del gen en una clase de ratones y descubrieron que los animales también necesitaban menos horas de sueño de lo habitual.
Christopher Jones, neurólogo de la Universidad de Utah y científico especializado en asuntos del sueño que supervisa el reclutamiento para un estudio, dice que ha identificado solamente a unas 20 personas con una verdadera predisposición natural a dormir poco, y dice que comparten algunas características fascinantes. No sólo sus ritmos circadianos son diferentes a los de la mayoría de las personas, sino que también lo son su estado de ánimo (muy optimistas) y su metabolismo (son más delgados de lo habitual, aunque la priva¬ción de sueño eleva el riesgo de la obesidad). También parecen tener una alta tolerancia al dolor físico y a reveses psicológicos. “Encuentran obstáculos, pero se recuperan rápidamente”, dice Jones.
En general, al final de una entrevista telefónica, larga y estructurada, admitirán que han estado enviando mensajes de texto y navegando en Internet y haciendo crucigramas al mismo tiempo, todo ello tras haber dormido menos de seis horas”, dice Jones. “Hay una energía psicológica y fisiológica en ellos que no comprendemos”.
LA NACION