“Benedicto XVI está ‘putinizando’ la Iglesia Católica”

“Benedicto XVI está ‘putinizando’ la Iglesia Católica”

Por Martin Doerry, Ulrich Schwarz y Peter Wensierski
Hans Küng, de 83 años, fue uno de los teólogos católicos que, como el entonces profesor Joseph Ratzinger, ayudó a conformar el Segundo Concilio Vaticano, a comienzos de los años sesenta, y abogó por una mayor apertura dentro de la Iglesia Católica. En 1979, Küng, quien enseñaba Teología en la ciudad alemana de Tübingen, criticó públicamente el dogma de la infalibilidad papal. El Vaticano respondió revocando su permiso para enseñar. Hoy, Küng sigue siendo sacerdote católico y dirige el instituto Ética Global, que funciona en Tübingen.

Su ex colega de facultad Joseph Rat-
zinger vendrá a Alemania para una visita de Estado. ¿Tiene una audiencia agendada con él?
No pedí audiencia. Me interesan más las conversaciones que las audiencias.
¿Sigue hablando con Benedicto XVI?
Luego de su elección como Papa, me invitó a su casa de verano, en Castel Gandolfo, donde tuvimos una conversación amistosa de cuatro horas. En ese entonces, yo tenía la esperanza de que marcara el comienzo de una nueva era de apertura. Pero eso nunca se materializó. Nos escribimos cada tanto. La sanción en mi contra -la suspensión de mi permiso para enseñar- todavía existe (nota del editor: en 1979, el Vaticano revocó el permiso de Küng para enseñar teología católica luego de que rechazara el dogma de la infalibilidad papal).
¿Cuándo fue la última vez que le escribió Benedicto?
A través de su secretario privado (Georg) Gänswein, me agradeció por haberle enviado mi libro y me deseó lo mejor.
En su polémico libro Ist die Kirche noch zu retten? (¿Todavía se puede salvar a la Iglesia?), que fue publicado a principios de este año, usted critica severamente al Papa por su política antirreformista.
Me alegro mucho de que, a pesar de mis críticas, no se haya terminado la relación personal.
Muchos católicos sienten que la Iglesia se encuentra en un estado desolado. El encubrimiento del abuso sexual de niños por parte de sacerdotes hizo que los creyentes se apartaran en manadas. ¿Qué anda mal?
Si usted lo dice con tanta simpleza, yo también le daré una respuesta simple. El predecesor de Ratzinger, Juan Pablo II, lanzó un programa de restauración política y eclesiástica que iba contra las intenciones del Segundo Concilio Vaticano. Quería la recristianización de Europa. Y Ratzinger era su asistente más leal ya desde los primeros tiempos. Podríamos llamarlo un período de restauración del régimen romano preconciliar.
¿Por qué, de repente, emergen estos problemas, cincuenta años después del Concilio Vaticano II, que se llevó a cabo en-
tre 1962 y 1965?
Los problemas comenzaron a salir a la luz lentamente, como lo demuestran tantas décadas de encubrimiento de escándalos de abuso sexual. En cierto punto, el problema del abuso global ya no podía ser negado. Pero eso no es lo único que encubre la jerarquía católica. El ocultamiento de la funesta condición de la Iglesia también es preocupante.
¿Qué quiere decir con eso?
Me refiero a que la vida religiosa a nivel parroquial se ha desintegrado absolutamente en muchos países. En 2010, por primera vez en Alemania, el número de personas que abandonaron la Iglesia fue mayor al de los bautismos. Desde el Concilio, hemos perdido a miles de sacerdotes. Cientos de parroquias no tienen pastores, y las órdenes de hombres y mujeres se están extinguiendo porque no pueden reclutar nueva sangre. El número de personas que va a misa declina sin cesar. Pero la jerarquía eclesiástica no tuvo el coraje de admitir, honesta y francamente, la realidad de la situación. Me pregunto cómo va a continuar todo esto.
Cuando el Papa visite Alemania, cientos de miles de personas irán a verlo en espectáculos inmensos. Los líderes de la Iglesia no lo interpretarían como síntoma de ninguna crisis.
No tendría nada en contra de esos eventos si verdaderamente ayudaran a la Iglesia a nivel local. Pero hay una enorme discrepancia entre la fachada, que se levanta nuevamente con motivo de la visita papal a Alemania, y la realidad. Se crea la impresión de que tenemos una Iglesia poderosa y saludable. Sin duda es poderosa, pero, ¿es saludable? Ahora sabemos que estos acontecimientos no hacen casi nada por los párrocos locales. No provocan que más personas asistan a misa, ni que se instruyan más sacerdotes o que menos gente abandone la Iglesia.
Aun así, se espera que cerca de 70.000 personas asistan a misa en el Estadio Olím
pico de Berlín.
Pero no todos son creyentes. Entre la multitud se encuentra una innumerable cantidad de curiosos. Los creyentes que asistirán son, en su mayoría, católicos conservadores sin interés en las reformas. También hay jóvenes tristemente célebres por estar siempre presentes en los acontecimientos rimbombantes que involucran al Papa. La mayoría de ellos proviene de grupos estrictamente conservadores. Para muchas personas, el Papa todavía es en cierta medida un modelo positivo y una fuerza moral, aunque otros sienten que ese aspecto se ha deteriorado muchísimo.
¿Usted también critica la visita del Papa al Parlamento alemán, el Bundestag? Nume-
rosos políticos de la oposición dijeron que van a boicotear su discurso.
No tengo objeciones con respecto a la visita, pero sí espero que los políticos que lo reciban dejen bien en claro que hay católicos en Alemania que no están de acuerdo con ciertas posiciones del Papa. Según encuestas de la última primavera, el 80 por ciento de los alemanes quiere reformas.
El proceso de distanciamiento de la Iglesia de otros grupos, incluyendo ciertos círculos políticos, ¿fue tan lejos que a la mayoría de la gente le dan lo mismo las condiciones en la Iglesia Católica?
Sólo cuando no piensan como votantes, quienes se volvieron muy sensibles al respecto. La gente va a prestar mucha atención a si el presidente del Bundestag, Norbert Lammert, un valiente y honrado católico, enarbola alguna crítica hacia el Papa.
Lo que dice suena muy pesimista. ¿Es, como se pregunta el título de su libro, demasiado tarde para salvar la Iglesia?
Desde mi punto de vista, la Iglesia Católica como comunidad de fe será preservada, pero sólo si abandona el sistema de gobierno romano. Nos arreglamos para sobrevivir sin este sistema absolutista durante mil años. Los problemas comenzaron en el siglo XI, cuando los Papas reivindicaron su reclamo de control absoluto sobre la Iglesia al aplicar una forma de clericalismo que desproveyó al laicado de todo poder. La imposición del celibato también proviene de esa época.
En una entrevista con el respetado diario semanal alemán Die Zeit, usted fue duramente crítico del Papa Benedicto. Dijo que ni siquiera el rey Luis XIV fue tan autocrático como el líder de la Iglesia Católica, con su estilo de gobierno absolutista. Si quisiera, ¿podría Benedicto verdaderamen-
te cambiar el sistema romano?
Es verdad que este absolutismo es un factor esencial del sistema romano, pero nunca fue un elemento fundamental de la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano II hizo todo para desintegrarlo, pero desafortunadamente no fue lo suficientemente riguroso. Nadie se atrevió a criticar al Papa de manera directa, aunque hubo un énfasis en la relación de cooperación papal con los obispos que fue diseñada para integrarlo dentro de la comunidad nuevamente.
¿Fue exitoso?
No me atrevería a afirmarlo. La desvergüenza con la que desde entonces la política del Vaticano ha encubierto y descuidado el concepto de cooperación no tiene parangón. Hoy, prevalece nuevamente un culto a la personalidad sin límite, que contradice todo lo escrito en el Nuevo Testamento. En este sentido, uno puede afirmarlo sin ninguna duda. Benedicto hasta aceptó el regalo de una tiara, una corona papal, símbolo medieval del poder papal absoluto al que un Papa anterior, Pablo VI, prefirió renunciar. Pienso que es vergonzoso. Si quisiera, Benedicto podría cambiar todo de un momento a otro.
Pero, ¿no quiere?
No. Estoy absolutamente convencido de eso, porque tiene la autoridad necesaria. Solamente tendría que hacer uso de ella en consonancia con el Evangelio.
Usted no desea solamente reducir el poder del Papa. También reclama el fin del celibato, quiere que las mujeres puedan ser ordenadas sacerdote y aboga por que la Iglesia levante su prohibición sobre el control de la natalidad. Los católicos leales al Papa dicen que esos elementos son parte fundamental de los valores de la Iglesia Católica. Si se obtuvieran esos reclamos, ¿cuánto quedaría de la Iglesia?
Lo que permanece es la misma Iglesia Católica que solía existir, y que era mejor. No estoy diciendo que el papado debería ser abolido. Pero necesitamos que los Papas atiendan a las congregaciones y practiquen el tipo de papado de Juan XXIII. Él no buscaba dominar, sino que demostraba que estaba disponible para todos, inclusive para otras iglesias. Puso los cimientos para el Concilio y un nuevo amanecer de la cristiandad ecuménica. Permitió que surgiera una nueva Iglesia.
Muchos, en la Iglesia Católica, dicen que si todas las reformas que usted reclama se implementaran, la Iglesia se volvería más protestante y abandonaría su naturaleza católica.
Indudablemente, la Iglesia se volverá un tanto protestante. Pero siempre preservaremos nuestra naturaleza única. Nuestra manera global de pensar, nuestra universalidad, nos diferencia de cierta estrechez en las iglesias regionales protestantes. Debería mantenerse de esa manera, así como debería conservarse el cargo de Papa. Pero si todo se concentra en su oficina, terminaremos con un vicario medieval, un obispo príncipe y el Papa como monarca absoluto, que simultáneamente encarna el poder ejecutivo, legislativo y judicial, en contradicción con la democracia moderna y el Evangelio.
Usted y Benedicto van por senderos diferentes. Usted quiere reformar la Iglesia para mantenerla con vida, en tanto que el Papa está intentando aislar a la Iglesia del mundo exterior y restringirla a un núcleo conservador que posiblemente sobreviva.
Efectivamente. En el pasado, el sistema romano era comparado con el sistema comunista, en el que una persona tenía todo el poder de decisión. Hoy, me pregunto si no estamos en una fase de “putinización” de la Iglesia Católica. Por supuesto que no quiero comparar al Padre Sagrado, como persona, con el pecaminoso hombre de Estado ruso. Pero hay muchas similitudes políticas y estructurales. Putin también heredó un legado de reformas democráticas, pero hizo todo lo posible para revertirlas. En la Iglesia tuvimos el Concilio, que inició la renovación y la comprensión ecuménica. Ni siquiera los pesimistas podrían haber imaginado que le seguiría una serie de reveses. La restauración del Papa polaco, a comienzos de los ochenta, hizo posible que fuera elegido Papa el director de la ultrahermética Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), antes conocida como la Congregación de la Romana y Universal Inquisición; y todavía es una inquisición, a pesar de su nuevo nombre.
Es una comparación audaz.
Pero no es nada forzada. Desafortunadamente, incluso aunque reconozcamos las cosas positivas, los hechos negativos que están sucediendo no pueden ser pasados por alto. Hablando en términos prácticos, tanto Ratzinger como Putin pusieron a sus antiguos socios en posiciones clave y mantuvieron al margen a aquéllos que no les gustaban. Uno podría establecer más paralelos: la pérdida de poder del parlamento ruso y del Sínodo de Obispos del Vaticano; la degradación de los gobernadores provinciales rusos y de los obispos católicos para hacerlos sólo destinatarios de órdenes; la “nomenclatura” conformista y la resistencia a las reformas verdaderas. Ratzinger promovió a su asistente de la época en la que era director de la CDF a cardenal secretario de Estado, lo cual lo convierte en el segundo del Papa.
¿Y cuál es el problema?
El hecho de que, bajo el Papa alemán, llegó al poder una pequeña camarilla de aduladores, en su mayor parte italianos, que no simpatizan con los pedidos de reforma. Son, en parte, responsables del estancamiento que reprime cada intento de modernización del sistema eclesiástico.
¿Cómo afectan las condiciones del Va
ticano al estado de la Iglesia en Alemania?
Detrás de toda la amabilidad romana, los despliegues litúrgicos de esplendor y la pseudo condición de Estado se esconde un sistema masivo de dominación política. El Vaticano controla el nombramiento de los obispos y las cátedras de teología y sólo permite aquéllas que se conforman a sus políticas para alcanzar esas posiciones. Su Nuncio (nota de la redacción: embajador del Vaticano ante los Estados con los que mantiene relaciones diplomáticas) monitorea las conferencias de obispos y envía informes constantemente a la sede central. Cada pastor y cada obispo orientado a la reforma teme a la posibilidad de ser denunciado en Roma.
¿Qué papel juega el cardenal de Colonia, Joachim Meisner, un conocido conservador, en esa lucha por el poder dentro de la Iglesia?
Es un secreto abierto el hecho de que la Conferencia de Obispos alemanes creció con la influencia de Meisner, que muchos no creían posible. Casualmente, Meisner tiene llegada directa al centro del poder romano. Su séquito incluye obispos jóvenes como Franz-Peter Tebartz-van Elst, de Limburgo. El nuevo arzobispo de Berlín, Rainer Woelki, también es un protegido de Meisner. Hay un intento de ganar control de las posiciones estratégicas más importantes. Están desplegando todo su poder para fortalecer el sistema de dominación.
Su pronóstico suena lúgubre.
Creo que es muy importante que no nos sumerjamos en el pesimismo. Pero mi diagnóstico ha demostrado que la Iglesia está enferma, y es la enfermedad del sistema romano. Bajo esas circunstancias, no me puedo comportar como un doctor incompetente y decir que todo va a estar bien.
¿Cuál sería el tratamiento?
Las bases deben reunir sus fuerzas y hacerse escuchar de forma tal que el sistema no pueda sortearlas más. En mi libro presenté una lista exhaustiva de medidas.
Hace más de un año, usted escribió una carta abierta a todos los obispos del mundo en la que ofrecía una explicación detallada de sus críticas hacia el Papa y el sistema romano. ¿Cuál fue la respuesta?
Hay cerca de 5.000 obispos en el mundo, pero ninguno se atrevió a comentarla públicamente. Eso muestra claramente que algo no está funcionando bien. Pero si uno habla individualmente con los obispos, es común escuchar: “Lo que usted describe es absolutamente cierto, pero no se puede hacer nada”. Sería maravilloso que algún obispo destacado simplemente dijera: “Esto no puede seguir así. No podemos sacrificar toda la Iglesia para complacer a los burócratas de Roma”. Pero hasta ahora nadie tuvo el coraje de hacerlo. Desde mi punto de vista, la situación ideal sería una coalición de teólogos reformistas con fieles y pastores abiertos a la reforma y obispos preparados para apoyarla. Por supuesto que entrarían en conflicto con Roma, pero tendrían que soportarlo sobre la base de una lealtad crítica.
Eso fue lo que condujo a la Reforma hace 500 años. Pero, en esa época, el sistema romano era incapaz de entender las críticas dentro de sus filas.
Luego de 500 años, nos sorprendemos porque los Papas y obispos de ese entonces no se dieran cuenta de que era necesaria una reforma. Lutero no quería dividir la Iglesia, pero el Papa y los obispos eran ciegos. Parece que una situación similar se nos presenta hoy en día.
¿Ayudaría a la Iglesia otro concilio como el Vaticano II?
Tengo esperanzas de que haya un concilio, o al menos una convención representativa de la Iglesia Católica.
¿Cree que ese concilio se puede dar en el transcurso de su vida?
Uno no debería ponerle límites a la gracia de Dios. No hay duda de que sería un signo claro de esperanza si el Papa anunciara durante su visita a Alemania algo parecido a lo siguiente: “Aunque no estoy de acuerdo con estos llamados a la reforma, como Papa alemán quiero darles algo como regalo: en el futuro, quienes se hayan divorciado y los que se han vuelto a casar tendrán el permiso para recibir los sacramentos católicos”. ¿Acaso es pedir demasiado?
REVISTA DEBATE