04 Oct 2011, el año de la indignación global
Por Gideon Rachman
Existe realmente el estado de ánimo mundial? Definitivamente parece que sí. No recuerdo ningún momento en que simultáneamente tantos países diferentes esparcidos por el mundo sean escenario de protestas callejeras o revueltas populares. Este 2011 se está convirtiendo en el año de la indignación global.La primavera árabe a principios de este año marcó el tono con el derrumbe de los regímenes de Túnez y Egipto, ahora le siguen el derrocamiento de Muammar Gadafi en Libia y la insurrección en Siria.
Pero están produciéndose levantamientos populares más moderados en otras regiones del mundo. Europa vivió disturbios políticos en Atenas, sentadas en Madrid y saqueos en Londres. En la India, miles de personas se manifestaron en todo el país a favor de Anna Hazare, un activista social que realizó durante doce días una huelga de hambre en contra de la corrupción. China fue escenario de demostraciones callejeras y protestas online provocadas por un accidente en una fábrica y el choque de un tren de alta velocidad. En Chile, durante los dos últimos meses hubo enormes marchas de estudiantes y sindicatos en las que se pedían mayor gasto social. Los principales bulevares de Tel Aviv en Israel, estuvieron ocupados por ciudadanos comunes que se quejaban por el costo de vida.
Por supuesto, hay también grandes diferencias entre los distintos disturbios que se produjeron en todo el mundo. ¿Por qué dignificar el comportamiento de un vándalo británico que rompe la ventana de una tienda, al compararlo con un libio que arriesga su vida por la libertad? Tampoco hay relación entre una ama de casa china que se manifiesta contra una planta química en Dalian y un administrativo israelí que exige viviendas accesibles.
Las conclusiones que se pueden sacar frente a acontecimientos tan dispares sin duda deben ser cautelosas. Pero se observan rasgos comunes. Muchos de los disturbios de 2011 enfrentan a una élite con conexión internacional contra ciudadanos comunes que se sienten excluidos de los beneficios del crecimiento económico, y están enojados por los altos niveles de corrupción.
La indignación por la riqueza y corrupción de la élite gobernante fue el origen de los levantamientos en Túnez y Egipto. Las acusaciones de corrupción en los gobiernos fueron centrales para las protestas populares en India y China. La falta de oportunidades que tienen los jóvenes y la erosión de los estándares de vida de la clase media son reclamos comunes en las manifestaciones de España, Grecia, Israel y Chile.
Muchos de los países golpeados por el malestar social aceptaron explícitamente que la mayor desigualdad es un precio que se paga por el rápido crecimiento económico. En China, Deng Xiaoping creó hace décadas el marco para que el partido comunista adopte el capitalismo bajo el lema: Enriquecerse es glorioso. En Gran Bretaña, Peter Mandelson, arquitecto del Nuevo Laborismo de Tony Blair, se pronunció totalmente tranquilo frente al hecho de que hay gente que se está enriqueciendo obscenamente. Chile fue el pionero de las reformas de libre mercado en América latina. En India, el auge económico permitió que los multimillonarios construyeran mansiones cerca de lamentables villas de emergencia.
Y sin embargo muchos de esos mismos países también tienen fuertes tradiciones igualitarias que aún cuentan con la aceptación del pueblo. Hazare concientemente copió los métodos y el lenguaje de Mahatma Gandhi. Muchos de los manifestantes de Israel desprecian las políticas de libre mercado del gobierno de Benjamin Netanyahu y recuerdan con nostalgia las tradiciones socialistas del movimiento kibutz. Los indignados de Madrid, Atenas y París exigen apoyo para el modelo social europeo, que promete educación y salud gratuita y un ingreso decente para todos.
Es tentador relacionar todos esos levantamientos con una globalización que elevó los ingresos de los ricos, mientras creaba un mercado laboral internacional que mantuvo bajos los salarios de los trabajadores sin capacitación, al menos en occidente. La globalización también fomentó las redes de comunicación que permiten transmitir a todo el mundo las ideas e imágenes de las protestas.
Pero es misteriosa la aparición de un estado de ánimo mundial. En 1968, antes de que la palabra globalización o internet existieran, ya había rebeliones estudiantiles en todo el mundo. En 1989 no sólo cayó el Muro de Berlín, sino que también se produjo la revuelta de la Plaza de Tiananmen en China. Quizás 2011 sea considerado -al igual que 1968 y 1989- como año de sublevación global.
Y sin embargo, hay una sorprendente excepción: Estados Unidos. El país norteamericano muestra muchas de las tendencias sociales y económicas que la gente salió a manifestar en las calles de otros países: la mayor desigualdad, la amenaza a los estándares de vida de la clase media, el enojo por el comportamiento de las élites políticas y empresariales. No obstante, hasta ahora toda esa ira -en la izquierda o la derecha del Tea Party- se expresó a través de los medios y de las urnas, pero no mediante disturbios en las calles.
Algunos sostienen que el común de los norteamericanos tiene la falsa conciencia de que el enojo sobre los temas económicos se direcciona hacia la furia por las armas y la religión. Pero esa es una opinión demasiado condescendiente. La cultura política de EE.UU. siempre ha sido más individualista y menos igualitaria que la de otras naciones. Y si bien hay enormes recompensas para quienes triunfan en el país norteamericano, existe la creencia de que los maleantes serán castigados. Algunos pueden enojarse frente el espectáculo de ejecutivos obligados a mostrarse por televisión esposados o presidentes a los que se les inicia juicio político por algún desliz sexual. Pero transmite el mensaje de que nadie está por encima de la ley y que no se tolerará la corrupción.
Al presidente Barack Obama se lo critica por no creer en la excepción americana. Pero ésta es una forma de excepción que él agradece.
EL CRONISTA