20 Sep Una terapia controla las obsesiones
Por Fabiola Czubaj
Acumular recortes de diarios, organizar la ropa en el placard por colores o baldear el patio todos los días a las seis de la mañana pueden ser manías tan comunes como benignas para nuestra salud mental. Pero cuando esas rutinas son incontrolables hasta el punto de no poder dejar de hacerlas por temor a que algo malo suceda, es probable que se trate del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).
“Es una enfermedad que genera mucha vergüenza. No se trata de esas manías que todos podemos tener con la limpieza de la casa o un hobby, como coleccionar objetos, sino de pensamientos reiterados de que algo malo puede pasar y de que hay que hacer algo para evitarlo, como barrer, lavarse las manos, no tirar objetos o rezar”, explicó la doctora Amparo Belloch Fuster, catedrática de psicopatología de la Universidad de Valencia, España.
Ella forma parte del Grupo de Trabajo sobre Cogniciones Obsesivo-Compulsivas -del que participa la Fundación Aiglé de nuestro país-, que desarrolló un programa multicéntrico de tratamiento del TOC con sesiones grupales o individuales.
Entre los 4 y 6 meses que dura el programa, de 4 a 6 de cada 10 pacientes se recuperan. En el resto, las obsesiones y las compulsiones se reducen hasta permitirles llevar una vida normal. “Todos los pacientes mejoraron algo y otros se recuperaron completamente -comentó, sobre los 50 pacientes atendidos en Aiglé el doctor Fernando García, coordinador de Investigación-. Nos dicen que sus vidas cambian totalmente; que pudieron saber de qué se trataba lo que les pasaba; aprender herramientas para solucionarlo y encontrarse con otros con el mismo sufrimiento.”
Los estudios en los que se puso a prueba la efectividad del nuevo programa frente a la terapia de primera elección (exposición con prevención de respuesta), demostraron que los resultados son comparables. “El programa funciona igual o mejor; las tasas de recuperación y de mejoría son iguales o algo superiores”, resumió Belloch Fuster, de visita en el país para participar de un seminario inaugural de encuentros de la Fundación Aiglé, donde el doctor Héctor Fernández-Alvarez coordina el programa. Informes: (011) 4781-3897.
Con otro estudio, los investigadores argentinos y españoles determinaron qué pacientes eran los mejores candidatos para las 16-18 sesiones que incluye el programa. “Son, principalmente, los que se conocen como obsesivos puros, que suelen tener rituales encubiertos, que otros no ven, como rezar o pensar.”
Y al comparar las sesiones grupales con las individuales, las primeras dan mejores resultados en el largo plazo (a un año o más), mientras que los encuentros a solas con el terapeuta son más efectivos en el corto plazo, aunque con más recaídas. Entonces, un paciente con TOC grave puede mejorar rápidamente con sesiones individuales y, luego, mantener los resultados con sesiones grupales.
Una persona puede convivir más de 30 años con el TOC. “Es un trastorno crónico que afecta mucho la calidad de vida; en algunos casos, no quieren salir de la casa”, agregó García.
Pero ¿por qué aparecen estas obsesiones y compulsiones? Según la especialista española, existe una predisposición genética. “Si a eso se une haber tenido depresión, TOC, experiencias traumáticas difíciles de tolerar o bajo nivel de tolerancia al estrés o el malestar, aumentan la posibilidad de que se activen estos pensamientos de que algo malo puede suceder. De hecho -señaló-, los pacientes suelen decir que su cabeza es el peor enemigo que tienen.”
El TOC aparece a cualquier edad; en hombres y mujeres por igual, aunque en ellas es más común los pensamientos asociados con la contaminación o la limpieza, y en ellos, los relacionados con la acumulación, la duda y el miedo a deshacerse de objetos. Situaciones como la pérdida del trabajo, el posparto o una mudanza lo pueden activar.
“Antes, se pensaba que era una enfermedad muy poco frecuente porque los pacientes sólo consultaban cuando aparecía la depresión que produce el TOC -dijo Belloch Fuster-. Hoy sabemos que afecta a entre el 2 y el 2,5% de la población.”
Durante las sesiones, los pacientes comprenden que tienen una enfermedad, dejan de sentir vergüenza por sus comportamientos y aprenden a controlar los pensamientos que los hostigan. “Podemos garantizar que van a mejorar mucho hasta hacer una vida normal”, finalizó Belloch Fuster.
LA NACION