02 Sep Recuperó la felicidad
Por Carlos Delfino
“Volví a la tierra donde soy feliz y estoy disfrutando de mi familia, de los grandes amigos que tengo desde chico y de un ritmo de vida muy distinto”, dice Pedro Robles, a pasos de la puerta del humilde cuarto de jockeys en el hipódromo de esta ciudad y a más de 1300 kilómetros de Buenos Aires, la ciudad en la que la gloria le hizo un mimo tantas veces cuando compitió durante una década.
“Me cansé un poco y ya no me estaba yendo tan bien. Allá es difícil reconocer que te equivocaste porque enseguida te quitan el caballo y a mí no me sale ser falso. En un momento se hizo bastante difícil conseguir montas”, explica el jockey, de 32 años, sobre la decisión que tomó en 2009 y ratificó tiempo después, tras un frustrado intento de regreso a las pistas de Palermo y San Isidro.
También extrañaba mucho Robles. Ya había vivido una situación así en 1994, cuando abandonó la escuela de aprendices y regresó al Jardín de la República. Un lustro más tarde, luego de vencer por primera vez en el Batalla de Tucumán, con Ornamentado, sintió que sí era el momento de emprender la travesía.
“No me puedo quejar por lo muy bien que me fue y por cómo estoy ahora, pero soy muy apegado a la familia y nunca logré adaptarme. Vencí en muchos grandes premios y mis viejos sólo pudieron estar conmigo cuando gané el Distaff, con la yegua Tamariú”, recuerda Pedro, aquel que de pequeño se las ingeniaba para escapar y subir a cuanto caballo hubiera cerca aunque los padres lo encerraban en su habitación porque volvía golpeado. Hoy, esa casa se agrandó y la atracción es su pequeña hija Marita, a la que “no podría disfrutar tanto con el ritmo que se lleva en Buenos Aires”.
A Robles, sólo ocho meses le alcanzaron para graduarse de jockey. En esa etapa obtuvo la Copa de Plata, con Afrodite. En 2002, con Peasant festejó en la Polla y el Jockey Club, para cerrar su mejor temporada llevando al éxito a Freddy en el Carlos Pellegrini, una cita de la que había quedado afuera, pero terminó reemplazando a Jorge Valdivieso, accidentado minutos antes.
“Tengo los mejores recuerdos y obviamente que se extraña estar en los grandes premios. Creo que ahora hay mucha más competencia”, sostiene Pedro, que igualmente conserva la ilusión de viajar con alguno de los buenos caballos que monta por estos días en sus pagos. “Estoy contratado por el stud El Pini. Corremos acá, en Santiago del Estero, en Catamarca, donde haya carreras… Trabajo mucho con el entrenador Jorge Guerra, que es como mi segundo padre”, apunta, y pondera la actualidad de la hípica local y el protagonismo que tomó la serie de la Copa UTTA: “Progresó el hipódromo y la caballada ganó en calidad. Emprendimientos como éste son muy importantes para el turf del interior. Los propietarios tratan de comprar caballos para estar en estas carreras”. De fondo ya suena La Mosca y el público apura el paso para ubicarse lo más cerca posible del escenario.
A Robles lo esperan algunos amigos en una de las confiterías del hipódromo. Luego será el tiempo de volver a casa, en el barrio Sarmiento, para seguir ejercitando la sonrisa que recuperó al reencontrarse con todos sus afectos.
LA NACION