La magia del psicoanálisis

La magia del psicoanálisis

Por Silvia Fendrik
Peregrinar es ir, caminar en busca de algo, y peregrinar es lo que hago diariamente como psicoanalista con mis pacientes: acompañarlos en el arduo y largo viaje hacia su inconsciente.
Mi peregrinación a Tandil obedecía en este caso a la búsqueda de los conocimientos del mago René Lavand, para una investigación que estoy realizando sobre la relación entre la magia ilusionista y el psicoanálisis. Un lejano recuerdo de infancia me impulsaba también: los relatos maravillosos sobre una enorme roca en equilibrio imposible.
La Piedra Movediza fue un ícono que hizo de Tandil un lugar de peregrinaje turístico. Su “magia” fue finalmente vencida por la fuerza de la gravedad. Pero donde antes estaba la piedra ahora habita un mago -más precisamente, un ilusionista- que con su mano movediza asombra a medio mundo. Lavand enriqueció la prueba de cartas conocida como “Agua y aceite” con su célebre lema: “No se puede hacer más lento”. Es un ser tierno, lleno de sabiduría, que, en su casa situada en medio de un frondoso bosque, nos dice que su mayor ilusión es ver emocionarse y enmudecer al público. Lavand lo tiene claro. Para él no son trucos. Se trata de un arte: el arte de crear ilusiones.
Desde el primer momento, comprendió que por suerte no hablaríamos sobre su mano derecha, perdida en un accidente, ni sobre la rehabilitación que lo acercó paulatina y trabajosamente al mundo de la prestidigitación, ni tampoco sobre por qué se hizo mago. El tema no sería él, sino el ilusionismo.
No se mostró en absoluto sorprendido por al objetivo de mi investigación: demostrar que existen conexiones entre el ilusionismo y los mecanismos del inconsciente descubiertos por el psicoanálisis. Él dijo que le parecía obvio.

Considerándolo sólo un conjunto de artificios o artilugios que utilizaban los sacerdotes desde muy antiguo para engañar al pueblo “ignorante”, haciéndole creer que se trataba de milagros o de hechos sobrenaturales, o reduciéndolo a un mero pasatiempo para niños o mentes primitivas, las ciencias sociales ignoraron el valor cultural del ilusionismo, a pesar de su presencia en todas las culturas, desde las más primitivas hasta las más avanzadas.
Porque el ilusionismo no es sólo un “espectáculo” que permite evadirse de la cruda realidad. Valiéndose de la misdirection , uno de los recursos básicos en los que se basa el arte-ciencia del ilusionismo, nos demuestra que el objeto está frente a nuestra vista, delante de nuestros ojos, sólo que no lo queremos ver.
René lo dice textualmente: “El cerebro humano complica mucho las cosas. Es difícil llegar a lo simple. No basta el conocimiento consciente que sabe y sabe que sabe… Hay que seguir trabajando para alcanzar un conocimiento inconsciente”.

El testimonio más antiguo que se ha encontrado sobre la magia proviene de un papiro egipcio. En la época de Keops (2300/2400 a. de C.) vivió un mago llamado Dedi, celebrado por sus actuaciones en el palacio de Menfis. Los trucos del mago Dedi han llegado a nuestros días a través del papiro Westcar, que en la actualidad se conserva en el Museo Egipcio de Berlín. Si el arte-ciencia de la magia existía en Egipto ya desde tiempos muy antiguos, puede entenderse por qué otro faraón, Ramsés II, más de mil años después, acudió a sus magos y no a sus sacerdotes para probar si Moisés era un enviado de Dios o un impostor.
En continuidad con las tradiciones sincréticas de los primeros siglos del cristianismo, hasta el siglo X de la era cristiana, los ilusionistas no eran peligrosos y las brujas y demonios eran con frecuencia considerados productos de la fantasía. Todo indica que en la Antigüedad y en el temprano Medioevo la ficción tuvo un espacio propio en el imaginario social. Las figuras del rey Arturo, de sus caballeros y del mago Merlín se impusieron con fuerza legendaria como referentes de los valores éticos y morales del cristianismo y de los cultos druidas. Eran los representantes del bien que siempre triunfaban contra el mal, sin necesidad de torturas y holocaustos, y no era relevante si existían en la realidad histórica o en la realidad de la ficción.
No fue ésta la postura de la Inquisición. En el caso de la brujería y la hechicería, nadie que fuera sospechoso se salvaba de la hoguera y de la tortura, que alcanzaba y sobraba para hacerlo confesar. Por eso muchos “secuaces del diablo”, de profesión prestidigitadores, tampoco se salvaron de la hoguera, porque, al igual que los magos “verdaderos” (la magia esotérica contra la que lucha desde siempre la Iglesia), se alejan de Dios y adoran al diablo, que les otorga poderes para hacer trucos y engañar a la gente. Muchos de ellos efectivamente fueron denunciados y procesados por la Inquisición. Los argumentos por los que el diablo adquiere existencia real obedecían a la lógica de Aristóteles en la que se basó el Malleus Malleficarum y que fue incorporada al cristianismo a partir de santo Tomás de Aquino. Él demostró “definitivamente” la existencia del Diablo y de sus secuaces terrenales: herejes, brujas, hechiceros, e ilusionistas.

Apartándose de la hipnosis y en pleno auge de los avances científicos y tecnológicos, Freud descubrió a fines del siglo XIX un inconsciente regido por leyes precisas, cuyas reglas de construcción, valiéndose del lenguaje, determinan lo que queremos decir -u ocultar- a través de sustituciones y desplazamientos. Lo revelan sus formaciones: síntomas, sueños, lapsus, actos fallidos.
En el siglo XIX se había librado un arduo combate. El espiritismo y las creencias esotéricas estaban a la orden del día, en abierta lucha contra el racionalismo ateo que, se decía, “apoyándose en la ciencia nos engaña haciéndonos creer que todo tiene explicación”. Algunos expertos en ciencias sociales sostienen que este pico de “irracionalidad” se debió a un intento de compensar “la muerte de Dios” y sus efectos de desesperación y desesperanza.
Por su parte, los magos pasaron a ser considerados especialistas en el arte de la ilusión y los espectáculos de magia se pusieron de moda. Se difundieron infinidad de libros en los que se describen y enseñan los trucos, y la magia se comercializó como espectáculo para todas las clases sociales, particularmente para la floreciente burguesía, que aplaudía al mago no sólo como artista, sino como divulgador de la ciencia. Linternas mágicas, hombres incandescentes, desapariciones de personas o de objetos, fantasmas, autómatas y levitaciones poblaban los escenarios de los teatros en un marco de diversión y regocijo, sin ninguna connotación mística o milagrosa.
También por eso, en la magia ilusionista del siglo XIX cabe destacar dos funciones. Por un lado, la pedagógica: la ciencia de la ilusión se enseña en Inglaterra y en Francia en las escuelas politécnicas, y se incorpora en los programas de matemáticas y física en los colegios primarios y secundarios. Un siglo antes, Jean-Jacques Rousseau ya había legitimado la figura del mago ilusionista en su gran tratado pedagógico, Emilio .
Por otra parte, también se asigna a la magia una función política: la oposición entre magia negra y magia blanca es correlativa a la oposición salvaje/civilizado. Robert-Houdin, considerado el padre de la magia moderna, fue enviado como embajador por el Estado francés a Argelia para mostrar los “poderes” de la magia occidental (blanca) frente a la magia local (negra), y actuó frente a los jefes de las tribus, como estrategia de la política colonialista.

Siguiendo los pasos de Robert-Houdin, los modernos ilusionistas dirán explícitamente, aunque sin connotación política explícita, que sus “trucos”, desde los más simples hasta los más aparatosos, son “simples trucos”, y muchos se proponen mostrar los fraudes de aquellos que se arrogan poderes sobrenaturales, en particular los espiritistas. ¿Qué mejor que un mago para desenmascarar a otro? Pero al igual que ocurre actualmente en un programa de televisión cuyo protagonista es un burdo mago enmascarado, sus revelaciones no han logrado matar el ilusionismo, que sigue gozando de buena salud. David Copperfield,Juan Tamariz y René Lavand, para no citar sino algunos de los más célebres, así lo demuestran. ¿Por qué? El psicoanálisis nos dará una respuesta.
En el ilusionismo no se trata de la realización (automática) del deseo, de que una fantasía se haga realidad como “por arte de magia”. No se trata del llamado pensamiento mágico-animista de los primitivos (o de los niños), no se trata de realizar lo imposible… aunque una de las definiciones en boga de la magia ilusionista es precisamente hacer creer que lo que parece imposible se torne posible. Entonces, ¿de qué se trata?
Freud describió un juego al que llamó fort-da ( fort : fuera / da : ¡aquí está!). Dos fonemas que un niño pequeño pronuncia al hacer aparecer y desaparecer un carretel, un pequeño objeto que inaugura el camino que le permite soportar, elaborar y simbolizar la ausencia de su madre al destacar que lo más importante es el fort -“fuera” (el momento de la desaparición del objeto)- que precede a su reaparición, da .
¿Acaso el juego del niño con el carretel no evoca el rasgo esencial de un acto ilusionista?
También cuando se refiere al Moisés de Miguel Ángel, Freud hace un aporte interesantísimo al tema de la ilusión: dice que alguien puede mirar algo miles de veces, pero que si está dominado por una ilusión que tiene que ver con la idealización o con los prejuicios, no va a ver nada que no quiera ver. Hasta ese momento los críticos de arte habían coincidido en ver a un Moisés enfurecido a punto de arrojar las Tablas de la Ley con las que había descendido del monte Sinaí, al encontrar a su pueblo en un estado de desquicio total adorando al Becerro de Oro. Eso es lo que dice la Biblia. Y como Miguel Ángel había hecho a Moisés sentado, se suponía que estaba a punto de pararse para romperlas, sin poder ver que la estatua expresaba otra cosa. Esa otra cosa Freud la expresa diciendo que en realidad las estaba guardando, preservando, sosteniendo. La bronca, el furor, el desprecio sólo están contenidos en la mirada del Moisés , mirada por la que Freud se había sentido atrapado y que lo había hecho retornar tantas veces a San Pietro in Vincoli. El aporte de Freud es demostrar cómo la prevalencia de la ilusión impide hacer un análisis “objetivo”, cómo funciona el desmentido, la “negación”: más allá de lo que uno ve, sigue viendo lo que quiere ver, aferrado a sus prejuicios o a sus creencias.
En “Lo siniestro” ( Umheimlich ) Freud se propone no restringir la vivencia de lo siniestro a lo espeluznante o terrorífico, sino incluir lo inquietante-desconocido-familiar que produce incertidumbre. A través de un exhaustivo análisis demuestra que Umheimlich se refiere a lo familiar, confortable, pero también a lo secreto y oculto, y lo distingue de la actitud animista frente a fuerzas misteriosas que nos rigen y nos vigilan, aunque éstas se encuentren latentes aun en lo seres más racionales.
Para Freud la experiencia de lo siniestro no se produce por incertidumbre intelectual; se produce cuando se desvanecen los límites entre fantasía y realidad, cuando lo que habíamos tenido por fantástico aparece frente a nosotros como real. Por eso, sostiene, las prácticas de la magia, que se asocian con el complejo de castración (los miembros separados, una cabeza cortada, pies que danzan solos), se relacionan con lo siniestro.
En la magia ilusionista hay efectivamente algo siniestro, como lo demuestra una simple visita a un bazar de magia donde conviven la muñeca decapitada, la caja oscura, el “doble fondo” de múltiples objetos, gabinetes misteriosos e infinidad de aparatos trucados.
La magia no aclara el “misterio” ni define si se trata de imaginación, fantasía o realidad. En la escena de la ficción se hace presente lo que no se puede decir o representar en el nivel de la conciencia: los fantasmas sexuales o de fragmentación del cuerpo, o los objetos libidinales, sin olvidar el sadismo escenificado en la “mujer cortada en dos” o en tantos otros trucos cruentos. El ilusionismo pone en escena el saber inconsciente sobre los fantasmas que nos habitan.
También Lacan ha recurrido, para construir algunos de los conceptos fundamentales del psicoanálisis, al universo de la magia ilusionista: la carta robada (a partir del cuento homónimo de Edgar Allan Poe), los nudos borromeos (los magos muestran la ilusión que producen falsos nudos, soltándolos y volviéndolos a anudar), el estadio del espejo (la imagen del cuerpo unificado-fragmentado), los esquemas ópticos (lo que vemos -o no vemos- depende del “punto de vista”). Sin olvidar la llamada “paradoja del mentiroso” que tantos desvelos ha provocado en los lógicos. La versión más antigua de la paradoja del mentiroso se atribuye al filósofo griego Epiménides de Mileto que vivió en el siglo IV a. de C. Un hombre afirma que está mintiendo. ¿Lo que dice es verdadero o falso?
Los mecanismos del inconsciente no son misteriosos ni esotéricos. Pero sirven para ocultarnos lo que tenemos delante de los ojos y no queremos ver/saber. En el ilusionismo sucede algo similar. Por un lado están las leyes de la percepción, la velocidad con la que la mano del mago ejecuta un truco que el ojo no puede seguir, junto a la capacidad artística de distraer el punto de vista ( misdirection ).
Pero además están los “efectos psíquicos”: cómo se sitúa el espectador frente a lo que no comprende, a lo que parece imposible. ¿Cómo lo hizo? El “querer saber”, cuando es compulsivo, revela la angustia. Los verdaderos escépticos, los que no dudan de que se trata de simulacros, como sostiene René Lavand, no quieren saber, respetan las reglas del juego y el savoir-faire del artista.
¿Cuáles son los mecanismos psíquicos que subyacen a las ilusiones? No necesariamente implican la realización inmediata de un deseo o connotan todo aquello que no se entiende -“¡es magia!”- cuando algo imposible se hace realidad.
Tal el uso corriente de la palabra “magia”, para connotar lo asombroso, maravilloso, inexplicable, y producir un estado de felicidad, de éxtasis o de angustia. La extensión inusitada del término “magia” o “milagro” a la ciencia y la tecnología revelaría esta contradicción presente en nuestra cultura.
El inconsciente no es un vendedor ni un fabricante de ilusiones. En el inconsciente no hay “causas ocultas” ni predeterminadas por el destino. Sus efectos en el terreno de la subjetividad no residen en su supuesta capacidad de hacer realidad las fantasías, o de hacernos soñar dormidos o despiertos con lo imposible.
Podríamos decir que se trata de un fabricante de efectos especiales mediante mecanismos muy precisos. Por ejemplo, uno busca algo y no lo encuentra, y resulta que estaba frente a sus ojos. ¿Cómo puede ser que no lo haya visto? Así de simple. O las transformaciones, las metamorfosis en dolores corporales de estados anímicos. Los “nudos”, como su nombre lo indica en el habla corriente, se refieren a malestares o a problemas intrincados, pero sólo en apariencia insolubles.
Esta equivalencia/ correspondencia/ analogía con nuestros procesos psíquicos es lo que me ha asombrado e interesado del ilusionismo: lo imposible de resolver, lo impensable, a través de cuidadosos simulacros, puede hacerse real. Y a lo real sólo se puede acceder mediante el simulacro. Un simulacro no es lo mismo que un error. La opinión aristotélica de que la suciedad engendra los parásitos, opinión mantenida aún hoy en día, es un error, como igualmente el criterio sostenido por anteriores generaciones médicas de que la tabes dorsalis era consecuencia de los excesos sexuales. También podemos calificar de “error” la creencia de los adultos de que los niños eran seres “sin sexualidad”.
Del mismo modo que el ilusionista que durante largos años e intenso trabajo logra fabricar un truco-ilusión, el psicoanálisis también necesita largos años para lograr que “desocultemos” lo que hemos construido a lo largo de nuestra vida, para impedir, paradójicamente, que nuestros “trucos” impidan que los deseos “se hagan realidad”.