Un año para recordar

Un año para recordar

Niños que son beneficiados por el Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

Por David Smith
Hace unos días, este diario publicó un artículo sumamente interesante, que sugería que 2011 es un año que quedará registrado en la historia.
La autora citaba la revolución en el mundo árabe, la muerte de Osama ben Laden (el hombre más buscado en el mundo), el desorden económico en “Eurolandia”, la más reciente crisis económica en Washington, los desastres tanto naturales como los causados por el hombre -el terrible terremoto en Japón- y el trágico encuentro de Noruega con la última versión del terrorismo.
Como periodista veterano, mi mente volvió hacia años cruciales en los que presencié el devenir de la historia como corresponsal. Volví a 1975 y a la muerte del general Franco. Avancé hasta 1982 y la guerra en Medio Oriente. Fui hasta 1989 y el colapso de la Unión Soviética. Años que permanecerán en los libros de historia y a los que 2011 parece sumárseles.
Sin embargo, en el presente, como representante del secretario general de la ONU en la Argentina, me llama la atención un desastre ocurrido este año, que ha recibido algo de atención aunque no ha compartido los titulares con Noruega, Japón, El Cairo y Damasco.
Más de 12 millones de personas en el Cuerno de Africa están al borde de la hambruna. Niños mueren allí a diario a causa de la malnutrición. En Somalia, el país más afectado de la región, los que ocupan el poder gracias a sus armas impiden a la comunidad internacional el envío de alimentos para los que están muriendo de hambre. Países vecinos como Kenia y Etiopía, que cuentan con sus propias crisis alimentarias, se ven inundados de refugiados que escapan de Somalia a través de los llamados caminos de la muerte.
Hace unos días, mi jefe, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, lo dijo de esta manera: “Cada día, me llegan trágicas historias de familias que han visto morir a sus hijos uno por uno? Huérfanos que llegan solos, tras morir sus padres, aterrorizados y malnutridos, a una tierra extraña? Como parte de la familia humana, estas historias nos conmocionan. Nos preguntamos: ¿cómo puede estar pasando otra vez?”.
Sin dudas, ésta es una pregunta dirigida a toda la humanidad.
Hace 31 años, en junio de 1980, para ser precisos, me encontraba entre los primeros periodistas que llegaron a los territorios de la tribu Karamojong, en el norte de Uganda, en el pico de una hambruna de la que el mundo nada supo hasta que fue demasiado tarde. Más de un millón de personas murieron ese año en Karamoja.
A medida que la tragedia se trasladó a lo largo del Cuerno de Africa, impulsada por una combinación letal de sequía y guerra, más millones murieron en Etiopía en 1983-84. Recuerdo haber pensado en la frase que todo latinoamericano entiende: nunca más.
En los años siguientes la ONU y las agencias internacionales más importantes establecieron un sistema de alerta temprana, designado para identificar y adelantarse a la próxima hambruna. En términos generales, ese sistema funcionó hasta ahora. Y hasta la crisis de 2011.
Esta vez, la comunidad internacional enfrenta una alianza nefasta entre el conflicto, la sequía y el hambre en un territorio en el que el poder reside en el caño de un arma. En Somalia, grupos armados asociados a la red Al-Qaeda de Ben Laden, conocidos como el grupo islámico insurgente Al-Shabab, controlan gran parte del país y han negado a punta de pistola el acceso a la ONU y su grupo de asistencia humanitaria, impidiendo el acceso de ayuda para los que están muriendo.
Hace algunos días, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU consiguió sobrevolar la zona y hacer llegar algunos materiales de asistencia y provisiones. Pero la cantidad de hambrientos requiere una intervención masiva y no un sobrevuelo ocasional. Mientras tanto, millones de personas, a un promedio de casi 2000 por día, se desplazan hacia Kenia y Etiopía.
Se nos ha dicho que morirán millones si la comunidad internacional no encuentra rápidamente el modo de convertir los mil millones pedidos hasta ahora en alimentos, medicina, mantas, carpas y distribuirlos a través de estaciones alimentarias con líneas de provisión garantizadas.
Sin dudas, éste ha sido un año histórico en muchas maneras y en muchas partes de nuestro mundo. Cuánto ha cambiado, nos decimos a nosotros mismos, del mismo modo en que lo ha hecho tan elocuentemente este diario hace unos días. Sin embargo, visto desde el Cuerno de Africa, a través de los ojos de una madre que verá hoy morir a su hijo, nada ha cambiado.
LA NACION