El amor me levantó

El amor me levantó

Por Flor Marin
¿Qué desvirtúa al ser humano para convertirlo en un ser egoísta, muchas veces fuera de la realidad; alejado y distante de los otros hombres? ¿Es que la mezquindad humana deriva de la falta de solidaridad de los hombres entre sí? ¿Es ingenuo pensar que se puede construir un mundo más justo poniendo lo propio al servicio de otros?
Sí sabemos que la solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento, que la solidaridad favorece el desarrollo, y el egoísmo, a la pobreza; que la solidaridad aprovecha los bienes, los distribuye, los comparte y los multiplica, pero el egoísmo, los corrompe, los hace estériles y los pervierte, para hacer de los bienes, estados de avaricia; ¿por qué querer olvidar la solidaridad y observar con los brazos cruzados las necesidades de los que nos rodean, siendo esto un claro síntoma de ingratitud?
No es posible confundir la solidaridad con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás. La solidaridad es verdadera, tangible, cierta. Es activa, perseverante, constante. La solidaridad es entrega. Tampoco podemos decir que la solidaridad es, en esencia, ayuda material, porque esto sería el equivalente a afirmar que todos los problemas se resuelven de esa manera; que el hombre sólo tiene necesidades materiales; que el ser humano se compone sólo de materia, aunque así se nos ha hecho ver, el ser humano tiene necesidades afectivas, espirituales, morales y sociales, entre otras.
La solidaridad invita a una conciencia más profunda de entrega al bien común, a un esfuerzo de mejora verdadera de las condiciones que favorezcan el desarrollo de todos los individuos. La solidaridad es siempre una necesidad urgente y realmente alcanzable para todos los que, al fin de cuentas, hemos recibido un sinfín de bienes de la sociedad y, por lo tanto, tenemos obligación moral de devolver, al menos, lo que está dentro de nuestras posibilidades.
Sin duda es cuando nos ponemos al servicio de los demás cuando comprendemos quiénes somos, porque en el círculo del egoísmo, la batalla está en uno mismo jugando un papel preponderante el egocentrismo, que genera una ceguera, que incapacita tener sensibilidad y la empatía hacia el dolor, hacia el que sufre.
En el crecimiento muchas veces se pierde la esencia para la que se nació. Esto podemos vislumbrarlo en la mayoría de los profesionales, comenzaron con una vocación genuina, con ideales verdaderos, con grandes proyectos de cambiar al mundo con amor, con honestidad, con justicia social y luego al avanzar, terminan con objetivos meramente egoístas, que buscan lo suyo propio y comienza la catarata ocular a formarse en los corazones. Se pierde la pasión por transformar con verdad, se comienza a ver la mentira como parte del juego, a la traición a los primeros ideales se la ve como “evolución”. Se llama a lo bueno, malo, y a lo malo, bueno. Se ven los pacientes como clientes y se olvidan que un día pensaron que tratarían a los enfermos como a sus propios hijos.
La lista sería interminable… Simplemente creo que es posible volver a ese niño que soñaba con un mundo unido sobre bases de verdad, que creía que el bien vencía siempre el mal, y que el amor es una necesidad de todos, que no siempre son vitaminas lo que necesitamos, ¡porque un abrazo de amor nos puede levantar!