27 Jul La revancha de las esposas
Por Raquel San Martin
¿Y si Anne Sinclair tenía razón? ¿Y si el apoyo incondicional, presencial y sobre todo financiero que le está dando a su marido Dominique Strauss-Kahn no es fruto de la negación, la sumisión, la conveniencia o la piedad, sino de pura -y parece que justificada- confianza?
Si esto es así (o si, al menos, esto así queda instalado públicamente), significará un punto para el bando de las esposas traicionadas por maridos públicos que deciden apoyar y perdonar también públicamente (recordemos que Anne ya admitió en los medios conocer infidelidades anteriores de Dominique). En ese grupo reinaba hasta ahora Hillary Clinton, cuya propia y ascendente carrera política terminó por eclipsar en su pasado el affaire de su marido Bill con Monica Lewinsky. Pero Anne, una millonaria ex estrella de la televisión francesa, llegó para superarla: hasta que la Justicia ordenó devolverle la fianza, ya había invertido 7 millones de dólares en la defensa y la reclusión neoyorquina de su marido en desgracia.
En cambio, en el otro grupo, por cierto más numeroso, de las que no perdonan, está por ejemplo Jenny Sanford, la ahora ex esposa del gobernador de Carolina del Sur, Mark, que en 2009 escapó a Buenos Aires para pasar unos días con su amante porteña. Jenny -rica y conservadora- pidió el divorcio y se dedicó a publicitar cómo el asunto le cambió la vida en su libro Staying true . O Cecilia Sarkozy, que dejó al electo presidente Nicolas al grito público de “mujeriego”, entre otros calificativos más descriptivos. Aunque quizá ninguna llegó tan lejos como Maria Schriver, que, según se comenta, fue quien filtró a la prensa los detalles de la historia del hijo que su marido, Arnold Schwarzenegger, tuvo con una empleada doméstica.
Claro que nunca sabremos qué pasa en la intimidad de Dominique y Anne, o de Bill y Hillary, o de Arnold y Maria. Y aunque muchas de estas situaciones se ventilen en los tribunales, mucho más eficaz para darnos una idea es la ficción.
En The Good Wife , la exitosa serie de TV norteamericana que ya va por su tercera temporada -y aquí emitió hasta hace dos semanas Universal-, Alicia Florrick es una abogada de un importante y competitivo estudio de Chicago que, con dos hijos adolescentes, debe regresar al trabajo como una principiante para sostener a su familia cuando su marido Peter, entonces fiscal del Estado, es descubierto en el centro de un escándalo político y sexual que lo lleva a la cárcel. Ella lo acompaña en la conferencia de prensa de disculpas públicas -a la que asiste muda y pálida, enfrentando a los flashes con incomodidad apenas disimulada-, y soporta que sus clientes la reconozcan con una mezcla de admiración y lástima, pero en la intimidad las cosas funcionan bien diferentes.
Una de las cosas que aprendemos de Alicia es la notoriedad personal que adquieren las mujeres traicionadas y el poder que súbitamente ganan para determinar las futuras carreras públicas de sus maridos (que no nos extrañe ver en el futuro cercano una estrella nuevamente ascendente para Anne Sinclair, quien antes del escándalo, según una encuesta de Paris Match, ya era en Francia dos veces más popular como primera dama que la actual, Carla Bruni).
En The Good Wife , el presidente del Comité Nacional Demócrata explica por qué Alicia es imprescindible en la campaña política de su marido para gobernador de Illinois: “Sin ella, Peter es un tipo que pagó de más por una prostituta; con ella, es Kennedy”.
LA NACION