El Gran Hermano del siglo XVIII

El Gran Hermano del siglo XVIII

Jeremy Bentham


 
Por Miguel Vendramin
En el invierno europeo de 1999, mientras caminaba por una calle de Londres, me vino a la memoria el nombre de Jeremy Bentham. Recordé un curioso artículo que hace mucho tiempo le había dedicado un gran escritor inglés, Aldous Huxley (“Variaciones sobre las cárceles”, en Temas y v ariaciones, de 1962) en el que contaba su visita a la sede del University College, donde se exhibe la momia de Bentham, acompañado por una de las personalidades más admirables y menos recordadas de nuestro tiempo: el doctor Albert Schweitzer.
Bentham fue un pensador inglés del siglo XVIII, creador de un sistema filosófico cuyo nombre lo dice casi todo: el utilitarismo. En 1999, Big Brother ( Gran Hermano ), el reality show que hasta hace poco ha tenido, en nuestro país, su séptima versión, despertaba el interés unánime de los televidentes europeos. No creo que sus inventores, los productores de la empresa holandesa Endemol, hayan pensado en Jeremy Bentham. Y, sin embargo, es en él y en sus ideas, y no en 1984 , la inquietante novela de George Orwell en la que todo está controlado por la figura omnipresente del Gran Hermano, donde debería buscarse el antecedente más lejano, que recuerde, de Big Brother .
Jeremy Bentham vivió toda su larga vida en Londres. Había nacido en 1748 y murió allí en 1832. Fue un niño prodigio: a los tres años, leía en latín; a los 12, entró a Oxford, donde se graduó a los 16. Con antecedentes tan “dudosos”, difícilmente se lo habría invitado hoy a un programa de televisión, ya que personas como él no aportan rating.
Un retrato pintado por H. W. Pickersgill, que se conserva en la National Portrait Gallery de Londres, lo refleja en su madurez con el pelo gris casi hasta los hombros, las manos pequeñas y cuidadas, la nariz afilada y la mirada inexpresiva, austero, con cierto aire de clérigo protestante. Por algo se lo llamó “el Lutero del mundo legal”.
Charles Dickens, que tenía a menudo un humor zumbón, satirizó sutilmente a Bentham y su utilitarismo en una novela de título profético y casi siempre actualísimo: Tiempos difíciles , de 1854, en la que Thomas Grandgrind, uno de los protagonistas, reclama, igual que nuestro filósofo, hechos, realidades: Facts, facts, facts.
La vida de Bentham fue una larga aventura mental. ¿Qué otra cosa puede pensarse de alguien cuya única y gran pasión fue la crítica radical y la reconstrucción de todas las instituciones inglesas: economía, educación, religión, política, leyes?
Sin embargo, este hombre serio tenía su pizca de humor, su lado superficial, con esa amable frivolidad del siglo XVIII, que hace que lo veamos hoy de otra manera. Dispuso, por ejemplo, que su cuerpo fuera destinado a la disección y que su esqueleto se exhibiera, con un toque de macabro british humour , vestido con sus propias ropas -pantalones de algodón blanco, levita verde, sombrero de paja de ala ancha- en una suerte de garita situada en lo alto de la escalera del University College de Londres, que había ayudado a fundar.
Aldous Huxley recuerda la risueña exclamación del doctor Schweitzer cuando se enfrentó con la momia: “¡Querido Bentham! Me gusta mucho más que Hegel. Fue responsable de mucho menos daño”. Por cierto, no le faltaba razón. “De las profundidades de Hegel -escribe Huxley-, surgieron la tiranía, la guerra y las persecuciones; de la superficialidad de Bentham [?], casi todo lo sensible y humano en la civilización del siglo XIX.”
Durante casi veinticinco años, Jeremy Bentham se dedicó a elaborar los planos de una prisión perfectamente eficiente, un edificio circular denominado Panopticon, construido de tal manera que los presos debían pasar su vida en constante soledad y bajo la vigilancia perpetua de un guardián, colocado en el centro, que no podía ser visto.
La idea la tomó prestada de su hermano, sir Samuel Bentham, destacado arquitecto naval que durante el reinado de Catalina la Grande construyó barcos de guerra para Rusia y diseñó una fábrica de líneas panópticas (es decir, que todo puede verse desde todos lados y en todo momento) con el propósito de que los operarios trabajaran más.
La cárcel referida nunca se construyó, pese a que Jeremy Bentham firmó un contrato con el gobierno británico. Lo curioso de esta idea -que tiene mucho de inhumana- es que nació con el propósito de hacer más llevadera la vida de los prisioneros, víctimas de un tratamiento casi siempre insensible y brutal.
Dos siglos después, el francés Michel Foucault comparó la sociedad actual con la cárcel panóptica ideada por el filósofo utilitarista. Las pruebas están a la vista.
Sin embargo, la diferencia esencial entre el ciclo Gran Hermano y el Panopticon ideado por Bentham es, básicamente, ésta: en el reality show , los participantes viven prisioneros de su propio exhibicionismo; en el Panopticon, los presos son víctimas de un exhibicionismo no buscado. Otra diferencia es que allí no existe, como en el primero de los programas mencionados, el voto de la gente que les permita abandonar la cárcel: no pueden ser nominados.
Están dentro de un laberinto y, como Asterión, el Minotauro, esperan a un futuro Teseo que los redima de esa prisión permanente de ojos y miradas que se bifurcan.
LA NACION