13 May Que vivan las utopías
Por Alejandro Schang Viton
En épocas de crisis surgen, por un lado, el reclamo de la aparición de nuevas utopías, y por el otro, retazos de utopías añosas como alternativas frente a una realidad que espera algo mejor.
En cierta oportunidad, Alfonsina Storni expresó: “Cuanto la imaginación pueda crear, la vida me lo ha puesto a mano; no deseo, pues, nada; a no ser aprender a morir por una gran causa”. ¿Se vive hoy un tiempo que llame a dar la vida por una gran causa, o se trata de una efímera tendencia utópica más?
El término utopía viene del griego, que significa “ninguna parte”, y se hizo popular después de que Tomás Moro publicó su obra homónima en 1516, donde considera que cada población no debería superar los 100.000 habitantes. En su idea de ciudad feliz no existe la propiedad privada y está gobernada por 30 familias, que designan a un magistrado que reporta a un consejo. Y el campo está integrado a la industria.
Y Hesíodo proclamaba, en el siglo VIII a.C., el advenimiento de un mundo mejor donde “los hombres viven como dioses, sin penas, liberados del trabajo y del dolor. De fiesta en forma permanente, de sarao en sarao, y muriendo como vencidos por el sueño. Ricos en ganado y amados por los dioses”.
Pero ya el sabio Platón hablaba de un mundo ideal donde la felicidad reinaría por todos los siglos en La República, texto que escribió a los 22 años y en el que precisa que en ella podrían vivir 5040 ciudadanos en plena armonía. A los 70 años, Platón registró en el Timeo el origen de la
Atlántida, casi 8000 años atrás, cuando tras luchar contra Atenas se hundió durante un terremoto.
Siglos más tarde, el francés François Rabelais propuso en Gargantúa y Pantagruel “una sociedad habitada por una aristocracia basada en la inteligencia y en el conocimiento. Ni príncipes ni reyes, ni leyes ni política. Sólo una regla: “Haz lo que quieras”. Un patrón rico proveía todo lo necesario.
Cristianópolis fue otro ejemplo de sociedad utópica. Ideada en 1618 por Johan Valentin Andrea, el erudito humanista soñó con una ciudad con 400 habitantes, “una república de trabajadores viviendo en igualdad, deseando paz y renunciando a la riqueza”.
Años más tarde, en 1652, el predicador protestante Gerrard Winstanley proponía: “Ni reyes, ni controles arbitrarios, ni moneda, ni salarios”. Los bienes serían personales. Los medios de producción, propiedad común. Cada uno puede casarse con quien ame, sin importar sus orígenes.
Un ideólogo pirata
La utopía también reinó en la mente de aventureros alejados de las custodiadas bibliotecas. De Francis Mission se podría afirmar que es un pirata utópico autodidacta. Nació en Provenza y a comienzos del siglo XVIII, a los 16 años, se lanzó al mar y terminó como bucanero a bordo de la nave La República de la Victoria. En lugar de tener su barco la bandera de la calavera y los huesos cruzados, Mission enarbolaba una bandera blanca con el lema Por Dios y la libertad. En una isla entre Madagascar y la costa africana construyó un paraíso pirata: la República de Libertatia, habitada por los liberi por poco tiempo.
Armonía, la creación del francés Charles Fourier, se expone en su Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos generales, publicada en 1804. En tanto, El nuevo mundo industrial y societario (1829) explica el funcionamiento ideal de su otra utopía, el Falansterio: esa especie de monasterio albergaría a 1620 personas en cada palacio. Tendría dos templos, uno dedicado a la poesía y el otro a la unión del hombre con el universo. Con propiedad privada y producción cooperativa, no habría matrimonio. La teoría tuvo gran aceptación un siglo y medio después por los hippies, beatniks y anarquistas de mayo de 1968.
En 1825, la escocesa Frances Wright fundó en 1826 Nashoba, como un plan para que los negros esclavos pudieran aprender un oficio para autoabastecerse y con las ganancias obtenidas pagar su libertad y sus pasajes a Africa. Nashoba se formó con 15 negros y seis blancos en un terreno de 809 hectáreas, cerca de Memphis, Tennessee. En 1830, Wright guió a los negros hasta Haití.
Veredas con techos de vidrio
Mientras tanto, en estas latitudes, Domingo Faustino Sarmiento publicó en 1850 Argirópolis, un programa de pacificación nacional según el modelo federal de los Estados Unidos. Autonomía e integración son las dos palabras clave del texto. La capital federal sería instalada en la isla Martín García.
Después de 40 años, el abogado y novelista francés Etienne Cabet publicaba Viaje a Icaria. Ministro de Justicia en Córcega durante el gobierno de Luis Felipe, fue perseguido por escritos que publicó, se exilió en Gran Bretaña y más tarde se marchó a Estados Unidos con un grupo de seguidores para crear una nueva nación. Fracasó. Su idea de Icaria, un país con 100 provincias y 10 comunas. “Las calles rectas, las aceras cubiertas con techos de vidrio. Una república democrática con un fuerte aporte estatal. Todo pertenece a un solo capital social. El Estado facilita los medios de producción, almacena los bienes en depósitos y los distribuye entre las familias. Todos deben tener un oficio y trabajar la misma cantidad de horas. El noviazgo dura seis meses y la jubilación llega a los 50 años. Debe usarse uniforme y existe un plan regulado de alimentación.”
En el país del sueño americano abundan los ciudadanos que sueñan con otras clases de sociedades. Tiempos Modernos es el nombre de la que soñó Josiah Warren, el mismo que ideó la lámpara de aceite. La puso en práctica en 1850, en 283 hectáreas en el centro de Long Island, y funcionó hasta 1857.
Otro compatriota, John Humphrey Noyes (1811-1886), proyectó en Oneida, Nueva York, una sociedad en la que todo se compartía, con matrimonio complejo (todos los hombres adultos estaban casados con todas las mujeres adultas) y experimentos eugenéticos. Noyes, perseguido por su pensamiento, huyó a Canadá.
Otro visionario estadounidense, Edward Bellamy, publicó en 1888 Mirando hacia atrás, donde imagina Estados Unidos en el año 2000 gobernado por un presidente comandante en jefe del “Ejército Industrial” y diez generales mayores de los diez depósitos industriales. Una gerontocracia en la que sólo votan los mayores de 45 años, los jubilados. No hay salarios ni moneda ni comercio. Todos son empleados del gobierno.
Ejemplos vivos
Los británicos también acopian una buena serie de proyectos de sociedades utópicas: el diseñador y poeta William Morris, en Noticias de ninguna parte (1891) propone una federación de comunas autónomas: “No hay diferencias de clase ni propiedad privada. Tampoco salarios. No hay escuelas, porque se puede aprender mejor eligiendo libros y adquiriendo información por sí mismo. No hay prisiones. El asesino no es castigado, sino que compensa a la familia de la víctima”.
Por su parte, Aldous Huxley plantea en su novela La isla una sociedad con más de un millón de habitantes gobernados por una monarquía constitucional hereditaria. Todos trabajan y la religión es el budismo mahayana. Y en Un mundo feliz, quizá la utopía o antiutopía más popular del siglo XX, Huxley cita a Berdiaeff: “Las utopías parecen mucho más realizables hoy de lo que se creía antes. Y ahora nos hallamos ante otro problema igualmente angustioso: ¿Cómo evitar su realización definitiva?”
También tiene algo para declarar el pensador alemán Ossip K.
Fletchtheim. Lo escribió en 1953: “La utopía ya es posible, hace que se multipliquen los intentos de realización utópica en el presente, así como los actos rebeldes y revolucionarios que puedan conducir a ella”.
Así funcionan los kibutz, que en hebreo significa reunión, las granjas colectivas israelíes que desempeñaron un papel preponderante en el Israel independiente. Otros ejemplos son la comunidad agrícola holística Findhorn, en Escocia, y, en los años 60 y 70, la llamativa aparición de grupos como los neerlandeses kabouters, gnomos ecologistas que, vestidos como enanos de jardín, difundían conceptos del hippismo con happenings callejeros y lucharon por imponer el estado libre de Orange. Los kabouters obtuvieron 5 de los 45 escaños del Consejo de Amsterdam en junio de 1970, antes de desaparecer víctimas del desencanto.
LA NACION