01 May Los hermanos desunidos (1ª entrega de este blog)
Por Pacho O´Donnell
¿QUIÉNES ERAN LOS BÁRBAROS?
Los años de la anarquía fueron de una extremada crueldad. Unitarios y federales saqueaban, torturaban, degollaban, empalaban. Ambos bandos hicieron una guerra sin prisioneros.
Sin embargo, mientras algunos pasaron a la historia como bárbaros, tal el caso de Facundo Quiroga o Pancho Ramírez, otros no perdieron su condición de “civilizados”, como José María Paz. Pero Domingo Arrieta, que fuera oficial de Paz en la “campaña de la sierra”, cuenta en sus ‘Memorias de un soldado”: “Mata aquí, mata allá, mata acullá, mata en todas partes, no había que dejar vivo a ninguno de los que pillásemos y al cabo de dos meses quedó todo sosegado”. Se calcula que fueron 2.500 los muertos y desaparecidos en esta represión “civilizada’.
Tampoco Lavalle dejó fama de sanguinario. Sin embargo es suya la proclama contra Estanislao López: “¡La hora de la venganza ha sonado! ¡Vamos a humillar el orgullo de esos cobardes asesinos! Se engañarían los bárbaros si en su desesperación imploran nuestra clemencia. Es preciso degollarlos a todos. Purguemos a la sociedad de esos monstruos. Muerte, muerte sin piedad”. También: ‘Derramad a torrentes la inhumana sangre para que esta raza maldita de Dios y de los hombres no tenga sucesión”. Está claro que la historia fue escrita por los unitarios vencedores.
EL EJÉRCITO “LIBERTADOR’
Corría 1838. Francia había decidido deshacerse de Rosas. Bloqueaba el puerto de Buenos Aires pero su temor a la irritación de Inglaterra le impedía invadir territorio argentino con sus propias tropas. Para ello le era necesario, entonces, contar con “auxiliares” nativos. Juan Bautista Alberdi ideologiza y justifica la intervención extranjera. Si la patria de los argentinos era Mayo, y Mayo era “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, era justo luchar bajo el pabellón francés. Un militar de fuste, el general Juan Lavalle, expatriado en la Banda Oriental, se indigna con quien años más tarde será el autor de nuestra Constitución Nacional. Llama “madama” a quien Sarmiento también llamará “eunuco” y señala: “Estos hombres conducidos por un interés propio muy mal entendido quieren trastornar las leyes eternas del patriotismo, el honor y el buen sentido. El gobierno de Rosas es nacional y yo tengo la ambición de regresar a mi país con honor”.
En Montevideo, a mediados de diciembre de 1838, se forma la “Comisión Argentina”, compuesta por emigrados unitarios adherentes a la complicidad con el país galo: Martín Rodriguez, Florencio Varela, Salvador del Carril, Valentín Alsina. Los mismos que habían convencido a Lavalle de ajusticiar a Dorrego. Dicha comisión financiará sus actividades con los aportes franceses y con el producido del contrabando con la sitiada Buenos Aires. La Comisión envía tres mil quinientos pesos a Lavalle, pero éste, desde su estancia “El Vichadero”, cerca de Mercedes (Uruguay), devuelve indignado el dinero. La presión continuará. Alberdi le escribe: “Se trata de que Usted acepte la gloría que le espera y una gran misión que le llama en esta segunda faz de la Revolución de Mayo”. La “gloria que le espera’ a Lavalle era, claro, aceptar la conducción de las tropas terrestres de la invasión francesa a nuestra patria.
Una vez más Lavalle cede a los cantos de sirena de los doctores porteños, ahora exiliados en Montevideo. No son pocos los que sostienen que lo que lo convenció fue una importante suma de dinero. Sin embargo, el héroe de Riobamba demostró a lo largo de toda su trayectoria una honestidad y una integridad a toda prueba. Era su inteligencia la que quedaba muy rezagada ante esas virtudes.
Lavalle fue convencido de que era su deber de patriota derrocar a Rosas. Sea como fuese.
El ‘Ejército Libertador”, como dio en llamársele, cruza el Paraná e invade Entre Ríos, transportado en embarcaciones francesas. En el Parlamento parisino, en los debates de 1844, se revelará que se gastaron más de dos millones de francos en esa “política de intervención que consistía en ganar aliados en Montevideo y excitar los partidos unos contra otros”.
Lavalle avanza inconteniblemente sobre Buenos Aires. Rosas escribe: “El hombre se nos viene y lo peor es que se nos viene sin que podamos detenerlo”. A lo que sí atinó el Restaurador fue a sofocar por la violencia todo intento de “quintacolumnismo” en el territorio que dominaba. Los Maza, padre e hijo, y otros destacados ciudadanos fueron acusados de conspirar y ejecutados.
Pero al poco tiempo Lavalle escribía a su esposa, desde Yeruá: “Aquí estoy solo con mis brazos desnudos, sin cartuchos y sin un real ¡esto es el Ejército Libertador’!”. Es que en su avance no había encontrado el apoyo que los doctores unitarios le aseguraron. Los pobladores no parecían entusiasmados en sumarse a esa gesta contra la tiranía. Además, varios prestigiosos civiles y militares antirrosistas abandonaron su exilio para sumarse a la defensa de su patria amenazada por Francia: Cavia, Espinosa, los generales Soler y Lamadrid, etcétera.
Los fondos no llegan. Es que son enviados desde ultramar a la Comisión y, aunque cuantiosos, pocos llegan a Lavalle. Este se dirige el 28 de diciembre al almirante francés Le Blanc exigiendo “un millón de francos para los gastos de guerra que entrarán en la caja del ejército”. Sólo le llegan 25.000 junto con una nota de la Comisión en la que se le ordena tratar con más prudencia y respeto a los aliados franceses…
Ni sitiados ni sitiadores comprenderán lo que sucederá después: Lavalle ordena el repliegue de sus tropas. “No podré tomar Buenos Aires ¡por falta de veinte días de víveres!”, había escrito a su esposa el día anterior. La retirada de ese ejército aún inmenso será desordenada, anárquica, plagada de actos vandálicos, saqueos, latrocinios, matanzas.
Los cabecillas unitarios, que han seguido las alternativas desde Montevideo o a bordo de los barcos franceses, y que ya daban por segura la derrota de Rosas, se indignan.
“Todo estaba en su mano, y lo ha perdido.
Lavalle es una espada sin cabeza (…)
Lavalle, el precursor de las derrotas.
¡Oh Lavalle, Lavalle! Muy chico eras para llevar sobre ti cosas tan grandes.”
(Esteban Echeverría)
Distinta será la actitud de otro argentino quien, con fervor patriótico, escribirá a Rosas desde su exilio francés: “Si usted me cree de alguna utilidad sepa que espero sus órdenes. Tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a mi patria honradamente en cualquier clase que se me destine”. Firmaba: José de San Martín. El mismo que en su testamento legaría su sable libertador al Restaurador “por la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que pretendían humillarla”.
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