24 Apr Palabras
Vivimos inmersos en una civilización admirable por sus proezas científicas y tecnológicas, pero simultáneamente también habitamos un país extraño y brumoso: el de nuestra propia vida interior, del cual poco o nada sabemos. Y así como objetivamente nos sentimos orgullosos de cosas tales como el confort, las hazañas espaciales, la robótica, las máquinas que piensan y todos los frutos del progreso, también debemos reconocer que, desde el punto de vista subjetivo, muchas veces sufrimos el desamparo y somos presa de la mayor confusión y desorientación existencial. Así se da el gran contrasentido de que, por un lado, sabemos llegar al corazón del átomo, y aun al corazón de los planetas, mientras que por el otro nada sabemos sobre cosas tan cercanas a nosotros como pueden serlo la melancolía, las pasiones, la alegría o el hastío.
Conocemos acerca de la naturaleza física más que todas las generaciones anteriores juntas y, en muchos casos, más de lo que se puede soñar acerca de ella, y sin embargo, no sabemos cómo curar la angustia, la pérdida del sentido de la vida, la soledad. Aun aquella soledad que solemos sentir en compañía. No sabemos qué cosas poseen el poder de entusiasmarnos ni cuáles son los verdaderos agentes de la tristeza.
En la mayoría de los casos, cuando creemos saber qué cosas deseamos, pronto comprendemos que ellas no son en verdad más puentes que nos conducen a otras y otras más, sin hallar la verdadera fuente de paz interior.
Admitir esa contradicción traería consigo la necesidad de realizar una crítica a nuestra cultura, lo cual no integra el objeto de este libro. Sólo queremos señalar que, como fruto de ese profundo desequilibrio, se suelen considerar los problemas existenciales de las personas como meras enfermedades. Sencillamente porque debe ser una locura no sentirse feliz en un mundo que lo ofrece casi todo.
Dice al respecto el doctor Víctor Frankl, padre de la logoterapia, que no debiera confundirse la angustia existencial con la enfermedad mental. Día a día – afirma- los médicos se ven abordados por multitud de personas clínicamente sanas, con preguntas como: “¿Cuál es el sentido de mi vida?”
Aquí, un fragmento de la introducción al I Ching en la versión didáctica de Osvaldo Loisi.
LA NACION