19 Apr Fulbright, el senador que le anticipó a Kennedy el error
William Fulbright fue un famoso senador estadounidense, demócrata del Estado de Arkansas, que se opuso a la caza de brujas desatada por su par Joseph McCarthy en los años 50. Pasó a la historia además por su intransigencia, su valentía y, hoy, por las becas de intercambio internacional que llevan su nombre.
Pudo frenar la invasión a Bahía de Cochinos. Diez días antes del desembarco, Fulbright y el presidente John Kennedy volaban juntos de regreso a Washington en el Fuerza Aérea 1, el avión insignia de la Casa Blanca. Fulbright le entregó a Kennedy un informe sobre Cuba en el que afirmaba, entre otras cosas: “La invasión es un secreto a voces. Castro se ha vuelto más fuerte, no más débil. La resistencia cubana será formidable y probablemente Estados Unidos deba usar sus fuerzas armadas. En Cuba los van a estar esperando. Darle a la invasión un apoyo encubierto, es la misma clase de hipocresía por la que los Estados Unidos denuncia constantemente a la Unión Soviética.” El informe terminaba con una frase categórica y, tal vez, cargada de sabiduría: “A menos que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética use a Cuba como una base política y no militar, el régimen de Castro es una espina clavada en el costado. Pero no es una daga clavada en el corazón”.
Kennedy leyó el papel, miró largamente al senador y no dijo nada. A su lado, en un portafolios, tenía un informe de la CIA que decía todo lo contrario: según la agencia de inteligencia el anticastrismo preparaba una exitosa sublevación en La Habana en cuanto se produjera la invasión. Castro debería renunciar e irse. Había en Cuba infinidad de actos de sabotaje y un ambiente propicio al éxito de la invasión.
Cuando el avión presidencial aterrizó en Washington, Kennedy invitó al senador Fulbright al Departamento de Estado, donde el legislador fue lisa y llanamente mal recibido, según relata el historiador Richard Reeves en el detallado libro “Kennedy – Profile of Power”.
Frente a la mesa del secretario de Estado Dean Rusk, estaban Robert Mcnamara, secretario de Defensa, McGeorge Bundy, asesor de seguridad, Allen Dulles, número uno de la CIA y su número dos, Richard Bisell, el general Lyman Lemnitzer, un halcón que dirigía el Estado Mayor Conjunto, Richard Goodwin, un joven consejero que se entrevistaría con el argentino Ernesto Guevara ese mismo año y a pedido de Kennedy, y el dueño de casa que evoca la reunión en su libro autobiográfico “As I Saw it”.
Fulbright habló, pese a la hostilidad de los jefes militares presentes, alguno llegó a llamarlo “Halfbright” (un juego de palabras con su apellido reducido a “medio tonto”). Dijo lo que sabía, que contradecía en todo a los informes presentados por la CIA, se espantó al escuchar hablar de barcos, lanchones de desembarco, tropas, municiones, apoyo aéreo, cuarenta millones de dólares gastados en entrenamiento a los invasores y dio por hecho que su misión estaba muerta antes de empezar. Terminó con un interrogante que enfureció aún más a quienes lo escuchaban: “La verdadera pregunta –dijo – es si Castro puede tener éxito en proveer una mejor vida al pueblo cubano; si puede hacer de Cuba un pequeño paraíso y si puede hacer un mejor trabajo en Cuba del que Estados Unidos y sus amigos pueden hacer en cualquier otro sitio de América Latina”.
Kennedy entonces preguntó al resto: “¿Qué creen, señores? ¿Sí o no?”. La respuesta fue sí. La invasión a Cuba había sido decidida.
Al despedir al cabizbajo senador, Kennedy, que gastaba un humor ácido y mordaz, le dijo a Fulbright: -Sos la única persona en este salón que va a poder decirme: “Yo te avisé”.
CLARIN