Auguste Dupin, el desenredador

Auguste Dupin, el desenredador

Auguste Dupin en "The Purloined Letter"

Por Silvia Hopenhayn
Auguste Dupin, el primer detective de la literatura, era un maestro para deshacer enredos. Provenía de una familia aristocrática, incluso ilustre, que había perdido prácticamente toda su fortuna. El único lujo que se permitía era la compra de libros en una oscura librería de la calle Montmartre, en París. Vivía de manera austera, pero jamás dudaba en gastar lo que fuera con tal de obtener el ejemplar -por lo general, único- que satisficiera su curiosidad.
Su afinidad con las horas oscuras ponía en evidencia su afán de iluminación. Amaba la noche por sobre todas las cosas, a tal punto que se aferraba a ella hasta después del amanecer, cerrando las persianas y encendiendo un par de bujías fuertemente perfumadas en su pequeño gabinete de estudios del número 33, rue Dunot, en el faubourg Saint Germain. Quizás esta dirección sea el único dato que tenemos de su paso por la Tierra. Y lo conocemos gracias a su compañero de hazañas, con quien compartía la habitación. Él es quien nos ayuda a conocer lo más valioso de este personaje universal: su humor indolente y su método infalible.
Más que en su historia, reconstruida al azar de los retazos, podríamos adentrarnos en su mente, basada en el cálculo y la imaginación. Se le ha atribuido una inteligencia “enferma”, por su pasión delirante para desentrañar los misterios. Fue un detective que cruzó la frontera entre la realidad y la ficción y, al hacerlo, renovó la historia de la investigación policial. La primera agencia de detectives estadounidense se fundó en Boston en 1846, cinco años después de la publicación del primer cuento de Dupin. Se lo conoce sólo a través de tres casos, para los que Edgar Allan Poe lo reclutó en sus relatos policiales: “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), “El misterio de Marie Rogêt” (1842) y “La carta robada” (1844). En la introducción al primero, Poe advierte:

Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar.

Un nudo es la trama y la tensión, su argumento. Por eso la destreza de Dupin va más allá del cálculo. “Calcular no es lo mismo que analizar. La habilidad del analista se manifiesta en cuestiones que exceden los límites de las meras reglas. El hombre verdaderamente imaginativo es siempre un analista.” Poe se divierte con la idea de ser un doble de Dupin: el creador y el analista.
Su biografía surge, como todas, del deseo. ¿Cuál es el anhelo íntimo de Dupin? ¿Qué farfulla entre las volutas de humo de su nacarada pipa? ¿Acaso le interesan los cadáveres destrozados de Madame L´Espanaye y de su hija Camille, hallados en el cuarto piso de la calle Morgue? Por cierto, demuestra bastante apatía ante la crueldad de esos hechos. Su pasión se vuelca a las interpretaciones que surgen de ellos, sobre todo, las que provienen de la policía y del periodismo. Más que en los acontecimientos, su interés se centra en los diversos relatos posibles que se pueden urdir con ellos, y en las fallas e invisibles huellas que yacen en esos argumentos.
Dupin tiene un espíritu sombrío y huraño. No se le conocen amigos ni familiares; rehúye los elogios y condecoraciones, aunque ha sido nombrado caballero: “Chevalier C. Auguste Dupin”. Se manifiesta socarronamente, en especial frente al prefecto de la policía, inspirado en la figura de Eugène-François Vidocq (1775-1857), que pasó de ladrón a primer director de la Sûreté francesa. En “La carta robada”, jocosamente, le demuestra que la evidencia estaba a la vista de todos. O sea que el ministro D (“D” de “doble”, “D” de “Dupin”), “habría dejado la carta robada delante de las narices del mundo entero, con el fin de impedir que una parte de ese mundo pudiera verla”.
Dupin se jactaba, con una risita discreta, de que “frente a él, la mayoría de los hombres tenían como una ventana por la cual podía verse su corazón”. Esta frase fue tomada por Alejandro Dumas para describir al propio Edgar Allan Poe, a quien supuestamente había conocido en París en 1832. (Este encuentro secreto sólo se hace explícito en 1929, en un texto de Dumas que había permanecido inédito hasta entonces.)

Recursos del método
Auguste Dupin era gran lector de Séneca, de Novalis y de sir Thomas Browne. De los tres extrajo citas para encabezar sus casos. También era un aficionado a la ciencia. No desdeñaba la frenología, disciplina del siglo XIX que relacionaba los rasgos de la personalidad con la forma del cráneo. A través de ella, intentó derribar el dicho vulgar que consideraba incompatible la capacidad de calcular y discriminar y lo puramente imaginativo. Según Dupin, podían coexistir perfectamente. “Los procesos de invención o creación son enteramente análogos a los procesos de resolución. Los primeros son -casi, aunque no del todo- los segundos invertidos.”
La biografía de Dupin es, pues, resultado de la descripción de su método. De ella surgen algunas pistas. La primera se relaciona con lo novedoso: “¿Qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente?”. Luego se desprende otra premisa más filosófica, con la que termina el caso de “Los crímenes de la calle Morgue”: “Negar lo que es y explicar lo que no es”. Finalmente, está el recurso psicológico o, más bien, la astucia intuitiva: identificarse con el criminal para descubrir sus motivaciones. Un párrafo gracioso describe esta fórmula:
Si quiero averiguar si alguien es inteligente o estúpido, bueno o malo, y saber cuáles son sus pensamientos en ese momento, adapto lo más posible la expresión de mi cara a la de la suya, y luego espero hasta ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o en mi corazón, coincidentes con la expresión de mi cara.
En los diarios de la época, sobre todo en The Pennsylvania Inquirer , se comparaba el método de Dupin con el de los abogados criminalistas más expertos, así como con el de un indio cazando en el bosque.

Ficción real
Dupin apareció por primera vez en una revista de la que Poe fue editor entre los años 1841 y 1844, Burton’s Gentleman’s Magazine , bajo el título insidioso de “Pasajes sin publicar en la vida de Vidocq, el ministro francés de la Policía”. Se ironizaba sobre la publicación, en 1928, de las Memorias de Vidocq. En la revista Graham’s se publicó el cuento “Los crímenes de la calle Morgue”, por el que le pagaron a Poe 56 dólares.
Según se cree, el nombre de Dupin proviene del matemático francés Charles Dupin y del juego con el verbo duping (engañar). Claro que los engaños de Dupin tienen efectos verdaderos. “El misterio de Marie Rogêt”, si bien trascurre en París, remite al asesinato real de una vendedora de cigarros en Nueva York. La ficción sólo cambia de acento. Mary Rogers, afrancesada, se convierte en Marie Rogêt. Lo más extraño de esta historia es que John Anderson, el propietario de la tienda de cigarros donde había estado empleada la víctima real, dejó un testamento que fue impugnado ante los tribunales norteamericanos por uno de sus hijos. En un momento del proceso se dijo que el pudiente Anderson había pagado a Poe 5000 dólares por escribir “El misterio de Marie Rogêt”, para librarse de la acusación del asesinato de su empleada (compárese con el pago irrisorio de 56 dólares por “Los crímenes de la calle Morgue”).
Como a Rimbaud, perdido en tierras africanas, después del caso de “La carta robada”, jamás se volvió a ver a Auguste Dupin. Tras recuperar su tabaquera olvidada en el escritorio del ministro D., desapareció por las calles de París, sumergiéndose en su amada noche, envuelto en volutas de humo y entregado a sus apreciadas “ensoñaciones melancólicas”.
LA NACION