07 Mar Te quiero pero te dejo
Por Kathrin Hille
La última vez que Wang Tingting vio a sus padres fue hace casi dos años pero ahora que se reencontraron, ninguno sabe qué decirse. Finalmente, Su Taoying, la madre de Tingting, dio una palmadita sobre la mano de su hija de 12 años y con pesar le expresó: “la próxima vez que te vea, serás más alta que yo.” Mientras sonríen, es sorprendente cómo se parecen a una familia. Y, sin embargo, durante los últimos cinco años en realidad no lo han sido.
Wang Tingting es uno de las decenas de millones de niños de áreas rurales chinas que están creciendo sin sus padres, quienes se han mudado a las ciudades para ganarse una mejor vida. Algunos de esos chicos quedan al cuidado de sus abuelos; otros son entregados a centros de crianza de menores. Hace tres años, cuando ella estaba por comenzar la escuela primaria, sus padres la trasladaron de la casa de sus abuelos a uno de esos centros en Gufeng, una alejada aldea en la provincia de Anhui, en el este del país. Esa institución, por la que ya pasaron 1.000 niños, hoy alberga a ochenta repartidos en dormitorios de entre seis y ocho camas.
Nadie aquí considera eso algo extraño: menos de la mitad de los chicos de Gufeng viven con su familia directa, una situación que se repite en varias provincias de la tan poblada mitad sur de China.
El gobierno del gigante oriental estima que hay 58 millones de “niños olvidados”, que representan casi el 20% de toda la población de menores que vive en China, y cerca de la mitad de los que viven en el campo. Sus vidas ilustran el precio que está pagando el país por construir “una sociedad moderadamente pudiente”, el objetivo que se impuso el presidente Hu Jintao.
Bajo el régimen de Mao Zedong, incontables familias fueron separadas. Mao envió millones de padres a campos de trabajo forzoso, alejándolos de sus hijos; obligó a las familias a abandonar la cocina de sus hogares y a comer en puestos comunitarios. Aún así, Mao no logró destruir la familia como célula básica de la sociedad china.
Hoy, lo que el dictador no pudo conseguir a la fuerza se está produciendo gracias al gran atractivo del dinero. Hace 33 años que el partido comunista se embarcó en una reforma económica, bajo la conducción del “líder supremo” Deng Xiaoping, y ahora son cada vez más los chinos que eligen vivir en forma permanente alejados de sus hijos, en su búsqueda de una mejor calidad de vida.
Este es un experimento social a una escala sin precedentes. El profesor Ye Jingzhong, socialista de la Universidad Agrícola de China condujo un extenso estudio sobre las consecuencias. “El fenómeno de los trabajadores que migran provocó la separación de familias en otros países, especialmente en las Filipinas, pero a una escala muy inferior”, explicó. “Nosotros tenemos que reconocer que nuestro modelo de desarrollo está demasiado enfocado en el crecimiento del PBI, y esa es la desgracia”.
China acaba de celebrar el año nuevo lunar, su mayor fiesta, donde se supone que las familias se reúnen. Las ciudades y las aldeas como Gufeng donde nació Tingting, recibieron a los que emigraron para trabajar. Durante la mayor parte del año, el 80% de la población activa de Gufeng está ausente, la mayoría se encuentra a a 400 km en Shanghai o Zhejiang, una rica provincia costera ubicada un poco más al sur. Otros trabajan en Hefei, la capital de la provincia, a tres horas en ómnibus.
Para muchos padres, ubicar a sus hijos en un lugar que indudablemente se parece a un orfanato no fue una decisión nacida de la dejadez; era la mejor opción que tenían.
Zhang Zhongtao, de 47 años, dejó su hogar en Gufeng para trabajar en Shanghai. Su hijo de 15 años, Li Guangyao, se encontró con ella para el Año Nuevo chino. Al igual que Wang Tingting, Guangyao vive en un hogar de niños de Wang Zhi. “No todo es negativo para los chicos que quedan olvidados, ellos aprenden antes a ser independientes, y eso es bueno”, señaló Deng Li, directora de la Federación de Mujeres de todo China, que conduce un grupo de trabajo estatal sobre estos niños que viven alejados de sus familias. “Pero no se puede negar que ellos sufren. Esos niños tienden a tener dificultades para abrirse emocionalmente. Corren un mayor riesgo de lastimarse, por la falta de supervisión, y de participar de actividades ilegales cuando llegan a la adolescencia”.
Y el gobierno estima que la cantidad de pequeños que son abandonados por sus padres seguirá creciendo para luego empezar a descender. “Esta es una etapa de desarrollo de China”, comentó Li. La mayoría de los habitantes vive en las provincias de Sichuan, Anhui, Henan, Hunan y Jiangxi, que son las más pobladas. El gobierno calcula que los patrones migratorios cambiarán a medida que el desarrollo económico vaya más allá de la costa y que el interior del país reciba más industrialización y urbanización. “Habrá más puestos de empleo en algunas de esas cinco provincias, por lo que la gente comenzará a migrar desde las provincias aún más pobres y remotas,” señaló Li. Como resultado de eso, “quizás en algunos lugares haya menos chicos abandonados y en otros, habrá más.
Los proyectos de beneficencia apuntados a apoyar a los niños están incrementándose en muchas partes del país. El centro de acogida de Wang Zhi en Gufeng recibió donaciones provenientes de gobiernos locales y directivos de empresas. “Estos chicos no necesitan sólo cosas materiales, también deben aprender”, comentó Zhi.
Pero si bien tal apoyo como el de Wang Zhi es vital, es una gota en el océano. “Preocuparse está bien, pero están tratando los síntomas sin atacar la causa del problema”, comentó Ye Jingzhong. Él no pudo ocultar su enojo cuando acusó a Beijing de tener pocas políticas para abordar el problema. También lamenta la falta de consenso en relación a su importancia. “¿Es realmente necesario hablar del significado de la familia en la crianza de un ser humano?”, se preguntó.
Los académicos, al igual que los funcionarios del gobierno, concuerdan en que la razón por la que tantos trabajadores dejan a sus hijos es que es casi imposible criarlos en la ciudad. Además del imperativo financiero de buscar trabajo, existen restricciones en la inscripción de las familias chinas en los sistemas de educación y salud que en definitiva determinan cuál es el mejor lugar para criar un hijo.
La familia de Guangyao, al igual que los padres de Tingting, insiste en que no tenía otra opción más que separarse de su hijo. “Solíamos cultivar arroz, pero el ingreso no era suficiente para mantener un hijo”, explicó Zhang, que trabaja en Shanghai como empleado de limpieza en Cash Box, una cadena de karaoke. Su esposo, Li Xiaolong, es cajero de un estacionamiento. Sus salarios les alcanza sólo para cubrir los 1.000 yuanes (u$s 150) que sale el alquiler mensual de su vivienda y los 10.000 yuanes anuales que necesitan para la educación de Guangyao.
EL CRONISTA