Italo Calvino, invisible y esencial

Italo Calvino, invisible y esencial

Por Silvia Hopenhayn
¿Por qué ir de vacaciones a lugares existentes? ¿No es posible acaso aventurarse en lo invisible? Vale la pena revisitar un libro hecho de vestigios en el que Italo Calvino se propuso hallar ciudades probables de una humanidad en crisis. Para ello, se armó de un cuaderno a modo de bitácora, sin otra brújula que la de su humor. “Durante un período, se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro, sólo ciudades alegres; hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado; en cambio, en otro momento, hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día tras día fuera de las ciudades”, explicó en una conferencia realizada el 29 de marzo de 1983, para los estudiantes de la Graduate Writing de la Universidad de Columbia. Poco a poco, el recorrido cobró forma de serie; fueron apareciendo las ciudades continuas, las ciudades escondidas, las ciudades y los ojos, las ciudades y el cielo, las ciudades y el nombre, las ciudades y los intercambios. Luego llegó el momento del cuento. ¿Cómo relataban los viajeros sus hazañas y descubrimientos a quienes permanecían en sus tierras?
Italo Calvino, en tanto explorador utópico, debía encontrar una manera de acercar estos parajes remotos al sedentario lector. Se le ocurrió la forma: el diálogo, también imaginario -pero posible- entre el legendario Kublai Kan, emperador de los tártaros, y uno de los viajeros más célebres, Marco Polo. El primero tenía una vaga idea del estado de sus dominios, sin saber realmente si éstos se descomponían o todavía conservaban su esplendor. Marco Polo, mediante gestos, saltos o gritos, y luego con minuciosa lengua, le describirá las tierras descubiertas (inventadas por Calvino), ciudades pavimentadas de estaño, flanqueadas por torres de aluminio, suspendidas sobre un precipicio a base de cuerdas, inundadas de basura, todas con nombre de mujer, como Diomira, Isadora, Dorotea, Zaira, Anastasia, Tamara, Desipina, Zoe, Maurilia, entre otras.
La parte divertida es cuando el Gran Kan le propone invertir el juego: él describirá las ciudades y Marco Polo tendrá que verificar si realmente existen, levantando un mapa de ciudades invisibles, hechas de memoria. (El atlas del Gran Kan contiene además mapas de las tierras prometidas visitadas con el pensamiento, pero todavía no descubiertas o fundadas; la Nueva Atlántida, Utopía, la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonía, New-Lanark, Icaria.)
Así se creó este maravilloso libro, Las ciudades invisibles , de Italo Calvino. Su ambición literaria era también una fantasía urbana: “Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”.
Este espíritu de ilusión y crítica se puede encontrar también en la reciente publicación Correspondencia (1940-1985) , editado por Siruela, que reúne 240 cartas del escritor italiano dirigidas a su padre, a Alberto Moravia, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Elsa Morante, Pier Paolo Pasolini, Leonardo Sciascia o Umberto Eco, seleccionadas por el poeta español Antonio Colinas. En sus líneas, se cuelan el fervor y la minuciosidad. Hasta da órdenes, como en la carta dirigida a su amigo Eugenio Scalfari, en plena Segunda Guerra: “¡Tú, ahora mismo, haces las maletas y te vienes a San Remo, arreando! Arreando, ¿entendido? ¡O bajamos nosotros y te obligamos a venir a patadas en el culo!”. Y concluye la imperativa epístola con un pedido de libros, a modo de regalo navideño, entre ellos Asesinato en la catedral , de Eliot; El magnífico cornudo , de Crommelynck, y Dublineses , de Joyce.
Tanto las 240 cartas recuperadas como Las ciudades invisibles corresponden a un mismo ímpetu: hallar el futuro en lo perdido.
LA NACION