“El ganador”, otra pelea de fondo

“El ganador”, otra pelea de fondo

Marcelo Stiletano
Apogeo y decadencia. Caída y resurrección. Miseria y opulencia. Mirada a través del cine, como también ocurre en el caso de la película El ganador, la vida de los boxeadores lleva a su máxima expresión la idea de una existencia sin términos medios. Ese mapa del corazón humano que se expone a pleno dentro de un cuadrilátero y no conoce otras opciones que la decisión de jugarse a todo o nada. Habrá combates que se cierran con la campana del último de los 15 rounds, habrá fallos unánimes o divididos por parte del jurado, pero en esencia todas las batallas que se libran dentro de un ring concluyen -real o simbólicamente- con una victoria o una derrota por knock out.
El ganador , cuyo estreno anuncia Diamond para mañana, es la más reciente manifestación de una tendencia que golpea fuerte desde siempre la sensibilidad de Hollywood. Sus protagonistas pueden ser púgiles reales -en su mayoría- o imaginarios que en todos los casos aparecen como símbolos de rebeldía y marginación, de culpas y redenciones.
En la película que estamos por conocer, que se asoma a la historia de Micky Ward, un peleador de Lowell (Massachussetts) que llegó a convertirse en campeón mundial de los semimedianos, poco importan ese título y el recuerdo de una trilogía de peleas de proporciones épicas con el brasileño Arturo Gatti, casi a imagen y semejanza de lo que aquí protagonizaron mucho antes José María Gatica y Alfredo Prada.
La película de David O. Russell ( Secretos íntimos, Tres reyes ), en cambio, se concentra en cómo Micky (Mark Wahlberg) es alentado e impulsado en su carrera pugilística por su medio hermano Dicky (Christian Bale), que también fue boxeador, pero hoy padece las consecuencias de su adicción a las drogas. El camino se complica por el complejo cuadro familiar de origen irlandés que rodea a ambos peleadores. Allí tercian desde una madre dominante (Melissa Leo) hasta Charlene, la novia de Micky (Amy Adams).
Dos favoritos para el Oscar
Más allá de la diferencia de origen (italianos en lugar de irlandeses) y la ausencia de un contexto familiar tan influyente, no pocos analistas encontraron sensibles puntos de conexión entre El ganador y la saga de Rocky , que no es otra cosa que la crónica del ascenso a la fama de un boxeador ficticio muy parecido a tantos boxeadores reales.
Las semejanzas entre ambas prosiguen en el camino hacia el Oscar, al que se suma El ganador, con siete nominaciones. Bale, Leo y Adams aspiran al premio como actores y actrices de reparto, y hasta hoy los dos primeros son amplios favoritos para llevarse la estatuilla. Para las otras cuatro nominaciones (en rubros tan significativos como película, director, guión original y edición) no hay tantas expectativas.
Tres décadas y media atrás, fue precisamente el Oscar el vehículo para la consagración definitiva de Sylvester Stallone, artífice del inoxidable Rocky Balboa, sobre cuyas espaldas descansan además cinco secuelas y la posibilidad cierta de algún nuevo y próximo capítulo.
No tuvo la misma suerte una de las películas precursoras en materia de biografías boxísticas, El caballero audaz (Raoul Walsh, 1942), donde Errol Flynn personificó a Jim Corbett, campeón de los tiempos en que todavía se combatía sin guantes. Algo mejor (una nominación al Oscar por mejor fotografía) ocurrió años después con La caída del ídolo (Mark Robson, 1956). En su último aporte al cine, Humphrey Bogart es Eddie Willis, un periodista deportivo sin trabajo convocado por un inescrupuloso manager para impulsar la carrera del ignoto boxeador argentino Toro Moreno, construido a imagen y semejanza del italiano Primo Carnera.
Curiosamente, el Oscar a la mejor fotografía de 1956 fue ganado por una de las más logradas aproximaciones de Hollywood al mundo del boxeo: El estigma del arroyo, de Robert Wise, inspirada en la dolorosa historia real de Rocky Graziano (Paul Newman). Todo un modelo de personaje golpeado por la vida y rescatado también a fuerza de golpes, pero dentro de un ring. Siete años antes, Wise había logrado otro triunfo artístico con El luchador , un film con todo el espíritu del cine negro que todos reconocieron como la mejor actuación en la carrera de su protagonista, Robert Ryan.
El boxeo en el cine obliga a un compromiso físico que resulta a veces extremo. Así como Bale, en El ganador, bajó visiblemente de peso para un papel que podría darle el Oscar, Robert De Niro hizo lo contrario en 1980 (aumentó 27 kilos en su extraordinaria personificación de Jake La Motta) y se llevó en 1980 el premio al mejor actor por Toro salvaje, una de las mejores películas de Martin Scorsese y quizás el más contundente retrato cinematográfico en imagen, sonido y montaje de lo que pasa dentro de un ring.
Hasta el Oscar llegaron más tarde, con suerte dispar, otras historias reales ligadas al boxeo: Huracán (Norman Jewison, 1999) le hizo ganar una nominación a Denzel Washington como Hurricane Carter, un púgil preso por homicidio que lucha en la cárcel por su inocencia; Ali (Michael Mann, 2001), notable acercamiento a la vida de quien fue Cassius Clay, y otra El luchador (Ron Howard, 2005), fallido relato de Jim Braddock, imagen viva del espíritu de superación durante la época de la Gran Depresión. Un año antes, el boxeo volvió a subirse a lo más alto del Oscar, ahora con una mujer como protagonista. Fue el triunfo de Hilary Swank, de Clint Eastwood y de Million Dollar Baby, cuyo recuerdo seguramente estará presente cada vez que se hable de El ganador en la carrera hacia el máximo premio de Hollywood.
LA NACION