La política que enseña San Martín

La política que enseña San Martín

Por Pacho O´Donnell
San Martín desembarcó en Pisco y estaba con su ejército en las afueras de Lima planeando cómo tomar esa plaza defendida por un experimentado y bien armado ejército realista, comandado por jefes fogueados en las guerras napoleónicas. Fue entonces cuando sucedió algo que modificó la situación.
El 1° de enero de 1820 se produjo en España una revolución liberal contra el absolutismo que obligó a Fernando VII a aceptar una monarquía constitucional. Ello tuvo consecuencias en las guerras independistas en las colonias españolas en América. El virrey De la Serna escribió a San Martín proponiéndole una reunión “entre liberales” para llegar a un acuerdo entre “españoles americanos y españoles europeos”, como si se tratase de una guerra civil y no de independencia. San Martín acepta y sus delegados y los del Rey se reúnen en dos oportunidades, fracasando ambas por la exigencia de nuestro Libertador de que ante todo debía reconocerse la independencia del Perú.
Fue para todos evidente que lo único que podía destrabar las negociaciones era un encuentro personal entre ambos jefes, lo que se produjo en Punchauca, en las afueras de Lima, el 2 de junio de 1821. San Martín volvió a alegar a favor de la inevitabilidad del reconocimiento de la independencia peruana, pero también, buen político, sabía que debía acompañar la exigencia con algo que la hiciera potable para el enemigo.
Entonces propuso lo que nuestra historia consagrada ha decidido acallar como si se tratase de un pecado capaz de enturbiar la memoria de nuestro Libertador: una vez aceptada y jurada la independencia peruana se convocaría a un príncipe de la casa real de Fernando VII, los Borbones, que regiría, como en España, acotado por una constitución.
Es indudable que lo del príncipe español para gobernar un Perú independizado llama la atención. Sin embargo:

1) Si los realistas lo aprobaban se cumplía con el objetivo principal que era sancionar la independencia del Perú, y con ella la de los países del sud de América.

2) La posición militar de San Martín era débil pues a la peste y a la desaparición de su leal Güemes se sumaba la falta de apoyos de su patria, donde gobernaba su enemigo Rivadavia.

3) Tampoco es de descartar que no fuera más que una maniobra dilatoria para que sus tropas se repusieran, como lo escribiría en carta a O’Higgins.

Nuevamente reiniciadas las hostilidades, la caída de Lima era inminente, sitiada por mar por el almirante Cochrane y por tierra por el ejército patriota. Sus oficiales reclamaron sin éxito a San Martín que atacara. Entonces sucedió lo que el Libertador había previsto: el virrey De La Serna y sus tropas abandonan Lima y se dirigen hacia la Sierra, perseguidos desganadamente por Necochea, quien cumplió órdenes de no forzar el combate.
San Martín, quien manifestó no desear “bullas ni fandangos”, ingresó en Lima el 12 de julio de 1821 a caballo y sin escolta, protegido por las sombras de la noche a pesar de que se le había preparado un recibimiento apoteósico. El 28 de julio se proclamó la independencia peruana.
Pero no terminarían allí los sucesos de esta guerra singular: a fines de agosto el ejército realista, esta vez comandado por el mariscal Canterac, avanzó amenazadoramente hacia Lima. El Libertador dispuso sus fuerzas en las afueras y ambos ejércitos quedaron enfrentados en posición de combate. Sin embargo ninguno de los dos jefes daría la orden de ataque. Los oficiales patriotas, entre ellos Las Heras y Arenales, incitaron a San Martín a hacerlo y el almirante Cochrane lo acusaría de cobarde en carta a O’Higgins.
Entonces se produce lo inesperado: las tropas del rey giran hacia su derecha y se dirigen a ocupar la fortaleza del Callao desfilando ante las fuerzas patriotas, pero seis días más tarde Canterac y los suyos la abandonan y se retiran hacia la Sierra, dejando la impresión de que lo sucedido se había ajustado a algún pacto secreto acordado en Punchauca entre los jefes.
San Martín, como lo escribió a su amigo O’Higgins, estaba exultante con el éxito de su objetivo de tomar y sostener Lima sin derramamiento de sangre y sin arriesgar su situación con acciones de dudoso resultado. Demostró ser un hábil negociador, ejemplificando que si von Clausewitz afirmaba que “la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”, nuestro Libertador había confirmado que un buen general es aquel que evita la guerra cuando el objetivo se logra a través de la negociación y el acuerdo, es decir, la política.
LA NACION