En sus orígenes, Junín fue algo más que un simple fortín avanzado

En sus orígenes, Junín fue algo más que un simple fortín avanzado

Por Fernando Sánchez Zinny
El Fuerte de la Federación es un libro de aparición reciente, cuyo autor es Heberto Herel Lacentra, publicado en Junín por la Editorial de las Tres Lagunas y dedicado a relatar de nuevo el origen de esa ciudad bonaerense.
Es sabido que se llamó Fuerte Federación, poco más o menos durante 25 años a partir de su fundación, en 1827; la iniciativa que llevó a erigirlo había surgido un año antes, durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, y consideraba el establecimiento de una guarnición en las cercanías del vado de Morote, en el tramo del Salado que une las lagunas de Gómez y de Mar Chiquita, en un intento por dificultar los arreos de ganado que seguían a los malones; ella se concretó siendo ya gobernador Manuel Dorrego, y su ejecutor fue el teniente coronel Bernardino Escribano, cuya memoria habría de quedar indeleblemente vinculada al trágico final del “mártir de Navarro”.
Tales son los datos escuetos, muchas veces contados: de ese fuerte deriva la actual Junín. Ahora, cómo sería ese puesto militar es asunto apenas difundido; en rigor, no es, para el común de nosotros, sino un nombre más entre los tantos que jalonan la lucha contra el indio. Además, en el imaginario popular, está firmemente arraigada la imagen del fortín con su foso, su empalizada de palo a pique, un par de ranchos precarios y el mangrullo recortado contra el cielo.
Quien tiene apenas ese sumario conocimiento general encontrará en este libro franco motivo de pasmo, no porque lo que se lee sea particularmente novedoso -el propio autor aclara que no procura sino precisar ciertos puntos ya narrados e investigados-, sino porque surge de él una idea muy distinta de la habitual acerca de la cual fue la entidad de las fuerzas desplegadas durante el prolongado y feroz enfrentamiento entre los criollos y las tribus pampeanas.
Prevención de ataques
Por lo pronto, Federación no era un fortín avanzado y ni siquiera un fuerte en el sentido de mera prevención de ataques, sino un verdadero campamento ubicado en medio del desierto y obviamente pensado para ser eje de operaciones punitivas de importancia. La traza tenía forma de pentágono alargado y ocupaba parte de la actual trama urbana de Junín: lo asombroso son las dimensiones descomunales: el largo ocupaba unos mil metros y el ancho máximo se acercaba a los 350: todo el conjunto estaba circuido (unos 2700 metros en total) por un foso cavado a pala de más de tres metros de ancho por otro tanto de hondo, salvado en la entrada por un puente levadizo y por un parapeto de adobe de un metro setenta de ancho, y una altura de uno veinticinco, con reductos en los cinco ángulos, en cada uno de los cuales debía estar apostada una pieza de artillería.
Características
Los 600 metros más alejados de la entrada constituían el “gran potrero” al que complementaban seis corrales, destinado a reunir las caballadas; esa porción estaba separada del resto por un foso y un parapeto interiores que se extendían unos 300 metros y que se cruzaban mediante un segundo puente levadizo. En los restantes 400 metros hasta la entrada, se hallaban las instalaciones: cuadras para los soldados de infantería y caballería; ranchos para los oficiales y sus familias; polvorín; armería; galpón; guardia; garitas; horno de ladrillos; calabozos; pozos de agua; áreas cercadas para sembrar; pulperías; iglesia; escuela; hospital; botica; almacén -en el sentido de “depósito”- y, más tarde, letrinas que debían vaciarse (unas, para la tropa, y otras, añadidas a ranchos), espacio para estacionar carretas, un cementerio y hasta lugar para bailar.
Se enumeran, hasta 1852, 102 elementos construidos diferenciados, y su sola mención indica la existencia de una vida social compleja, incluida la presencia de mujeres y niños, habitantes de ranchos alineados junto a una calle larga que iba desde el acceso hasta la plaza de armas, y a otras transversales, que en ocasiones exhibían esbozos de veredas. Sin embargo, para nada se trataba de una localidad como hoy la entendemos, sino de un acantonamiento, sin el menor atisbo de organización civil. Para imaginar las jornadas de esa población forzosa y abigarrada, denodada y sufrida -diestra en todo, menos en las tareas de la paz-, hay que pensar en un cuartel y en su barrio militar adjunto.
LA NACION