03 Jan “¿Sabes lo que esto significa?”
Este hermoso, bello, fascinante final del libro de Stanislav Lem “Solaris”, que transcribo a continuación, es una delicada parábola acerca de las relaciones y emociones humanas, en sociedades y culturas tan antropocéntricas como las actuales en las que todos construyen su castillo de cristal, su “Solaris” y lo preservan, o son sus prisioneros.
La racionalidad, o su falta, pierden la orientación, el sentido que la emoción les señala. Soledad, ausencia, vacío existencial, felicidad de resolucion inmediata, falta de auto trascendencia de la existencia, nos conducen a un camino de una sola mano. Debe volver el hombre a su búsqueda del sentido de su vida, reconocer que se necesita algo “por lo cual vivir”, ir mas allá de la sublimación de los impulsos instintivos, debe volver el hombre a conquistar un objetivo o una meta con la que se identifica, por una persona que ama, o por su fe. A veces las nubes nos privan de ver una luna redonda y brillante que grises esconden con máscaras de ubeda, nubes que el viento disipará.
Durante esta última semana mi conducta había tranquilizado a Snaut, que ya no me perseguía con aquella mirada recelosa. En apariencia yo estaba tranquilo, en secreto y sin admitirlo claramente, esperaba algo ¿Qué? ¿ El retorno de Harey? ¿Cómo hubiera podido esperar a ese retorno? Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la fisiología y de la física, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes, no podemos menos que detestarlas. La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, más fuerte que la muerte, el secular finis vitae sed non amoris es una mentira. Una mentira inútil y hasta tonta. ¿Resignarse entonces a la idea de ser un reloj que mide el transcurso del tiempo, ya descompuesto, ya reparado, y cuyo mecanismo tan pronto como el constructor lo pone en marcha, engendra desesperación y amor? ¿Resignarse a la idea de que en todos los hombres reviven antiguos tormentos, tanto mas profundos cuanto mas se repiten, bien ¿pero que se repita como una canción trillada, como el disco que un borracho toca una y otra vez echando una moneda en una ranura? Ese coloso fluido había causado la muerte de centenares de hombres. Toda la especie humana había intentado en vano durante años tener al menos la sombra de una relación con ese océano, que ahora me sostenía como si yo fuese una simple partícula de polvo. No, no creía que la tragedia de dos seres humanos pudiera conmoverlo. Sin embargo, todas aquellas actividades tenían cierto propósito… A decir verdad yo no estaba absolutamente seguro; pero irse era renunciar a una posibilidad acaso ínfima, tal vez solo imaginaria… ¿entonces tenía que seguir viviendo aquí, entre los muebles, las cosas que los dos habíamos tocado, en el aire que ella había respirado una vez? ¿En nombre de que? ¿Esperanzado de que ella volviera? Yo no tenia ninguna esperanza, y sin embargo vivía de esperanzas, desde que ella había desaparecido no me quedaba otra cosa. No sabía qué descubrimientos, qué burlas, qué torturas me aguardaban aún. No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aun no había terminado.
Carlos Felice