31 Jan Conviene recordar 1980: no todo lo que relumbra es oro
Por JOHN AUTHERS – Financial Times
Nunca me gustó escribir sobre el oro. No es que tenga nada contra el metal; su importancia en el sistema financiero es innegable. Además, en los últimos años ha tenido un desempeño fantástico, cosa que alivió el daño para los que sufrieron pérdidas en los mercados de acciones, bienes raíces y crédito. Todo eso es cierto.
El problema es que el oro, más que cualquier otra cosa en el mundo de la inversión, desafía la racionalidad. Su valor intrínseco está en los ojos del que lo ve, y los argumentos en favor y en contra tienden a estar mezclados con la ideología y la emoción.
Si uno sugiere a los lectores que vendan las acciones de alguna compañía, el único que se enoja es el CEO de la empresa. El oro tiene creyentes que, si uno lo ataca, se sienten mortalmente ofendidos. Para los auténticos creyentes, el oro es la máxima reserva de valor; una constante en un mundo devastado por bancos centrales, políticos y financistas irresponsables.
Pero es igualmente posible sostener que el oro es la máxima especulación.
Según la definición usual, la “inversión” se convierte en “especulación” cuando los inversores ya no consideran el valor subyacente de una inversión sino que confían en que subirá el precio y le podrán vender a otro. Sobre esta base, el oro es siempre una inversión especulativa.
No genera flujo de ingresos, como ocurre con los dividendos de las acciones, el alquiler de la propiedad inmobiliaria o los cupones de los bonos. Además, su demanda no está impulsada por fuerzas económicas, lo que lo diferencia del petróleo, los commodities agrícolas o los metales industriales. Si uno no quiere tener joyas de oro, la única razón para poseer el metal es que esperar un alza en el precio.
Por otra parte, el mercado del oro puede comportarse tan irracionalmente como cualquier otro. Tras el crac de 1929, el mundo pasó medio siglo antes de sucumbir a otra burbuja y, cuando esa burbuja se produjo fue en el mercado del oro. La disparó la decisión de Richard Nixon de eliminar la convertibilidad que mantenía el precio del metal a u$s 35 la onza, una medida que hizo mucho más fácil aplicar políticas económicas inflacionarias.
Para cuando el precio del oro alcanzó el pico de alrededor de u$s 850 la onza, a principios de la década de los 80, había multiplicado por 24 el precio que tenía durante la convertibilidad. En ese momento hubo auténtico pánico porque –a la luz de la estanflación de la década de los 70– se temía que esa estanflación hubiera llegado para quedarse. Sin embargo, después el oro se derrumbó y perdió 82% de su valor en términos reales. Esa caída duró más de dos décadas y, en términos reales, el metal todavía no recuperó su nivel más alto.
Puede haber maneras significativas de describir el metal como seguro; pero no se la puede describir significativamente como un activo de bajo riesgo.
Pese a todas estas prevenciones, hay que reconocer que el oro ha sido una muy buena inversión en los últimos 10 años. Desde principios de 2001, ha trepado más de 400% mientras cracs sucesivos destrozaban las acciones.
Tratar al oro como una divisa y ver al mundo en términos del oro es también un ejercicio interesante. El enorme incremento en el precio del metal en términos de dólar muestra que muchos han perdido su confianza en esa moneda.
Si se compara el desempeño del oro con el del índice S&P 500, la bolsa de ahora es muy diferente a la de 1970. En los 70 hubo estanflación, después vinieron dos décadas de una asombrosa carrera alcista en el mercado de acciones que dejó al oro por el suelo, pero luego siguieron diez años de incesante declinación en los papeles. Desde que el S&P llegó a su pico en el boom de la Internet ha perdido, contra el oro, 84% de su valor.
¿Eso significa que hay que comprar oro?
Hay similitudes con la burbuja de 1980, pero son limitadas. En ese momento había desesperación, y también mucha inflación. En cambio, el reciente boom del oro vino con poca inflación en la economía real. Los bancos centrales han llegado incluso al punto (en el caso de la Reserva Federal de EE.UU.) de preocuparse porque la inflación es demasiado baja. Ahora están tratando de elevarla, porque su mayor temor es la deflación.
Si, para tener éxito en sus políticas, gobiernos y bancos centrales causan, aunque sea temporariamente, el tipo de pánico inflacionario que se vio a principios de los 80, el oro puede volver a su pico en términos reales. Eso implica que treparía 40% para avanzar de su actual nivel a u$s 1.875; de modo que la creación de una auténtica burbuja del oro es una posibilidad real. Pero cualquiera que decida hacer esta apuesta tiene que recordar lo que ocurrió con el metal después de 1980.
Pero, si los bancos centrales no ponen mucho entusiasmo en sus intentos por avivar la inflación, lo más probable es que haya deflación. Si esto es así, el dinero mantendrá su valor, y cualquier inversión que pueda seguir produciendo contado (como un bono o una compañía con rentabilidad) parecerá más atractiva que el oro.
Es cierto que el oro puede ser un reaseguro en caso de inflación galopante, pero hasta sus mayores creyentes deben cuidarse también del riesgo de deflación.