Gordon Gekko, veinte años después

Gordon Gekko, veinte años después

Por Laura García
Un guardia desganado cumple una vez más con ese ritual último del hombre que está a punto de recuperar su libertad. Una a una, coloca las pertenencias sobre la mesa. Un pañuelo de seda. Un reloj. Un anillo. Un sujetador de billetes de oro –sin billetes, aclara– y un celular. Es un ladrillo macizo color gris, una auténtica pieza retro que casi enternece. Pero sobre todo, delata. Ya pasaron veinte años y el hombre sesentón que lo recibe es Gordon Gekko. Un Gekko que sale a un mundo que no lo esperó y que ya casi no lo recuerda. El también, quizás, una reliquia.
De este lado de la pantalla, las cosas son distintas. La segunda parte de “Wall Street” (1987), dirigida nuevamente por Oliver Stone y protagonizada por Michael Douglas en la piel de Gekko: aún hoy ambos reconocen que nunca sospecharon que ese personaje desalmado y voraz terminaría convertido en una suerte de héroe y hasta un modelo inspirador para muchos. Pero Hollywood lo entendió hace rato. Nada como el poder de un buen villano. Y el inconfesable encanto del que no pide permiso para conseguir lo que quiere.
Pero veinte años después y más allá de teléfonos que hoy causan risa, las cosas no parecen haber cambiado tanto. El Gekko que tan bien retrató los excesos corporativos que terminaron en el colapso del mercado de bonos basura y la crisis de las “savings & loan” (sociedades de ahorro y préstamo) a fines de los ochenta se topa hoy con el mundo de la hecatombe subprime, que de alguna manera parece adherir a su mismo credo y haberlo llevado incluso un poco más allá. “Alguien me recordó que hace un tiempo dije que la codicia era buena. Ahora parece que es legal”, bromea Gekko en un momento de la película.
Se cuela así también la moraleja que busca plantar Stone, cuyo propio padre fue broker en tiempos menos violentos. “Wall Street se ha vuelto loco. Es banca cebada con esteroides”, dijo hace poco en una entrevista. “Sería una tontería simplificar diciendo que Wall Street es el mal. Bueno, quizá Goldman Sachs sí lo sea”, bromeó, incapaz de disimular demasiado.
Pero ni siquiera el propio Gekko parece haber cambiado tanto, aún cuando en el comienzo la película se empeñe en mostrarlo solo y abatido en la puerta de la prisión mientras que una elegante limousine negra recoge a un rapero. ¿Será Gekko un hombre reformado? Sabemos que busca recomponer el vínculo con una hija que no lo cree capaz de redimirse y que para acercarse “adopta” a su novio –a falta de Charlie Sheen, busca llenar sus zapatos Shia LaBeouf, el hijo de Indiana Jones y el chico de Transformers–, una versión mucho menos crédula y maleable del Bud Fox de la primera entrega, que también trabaja en Wall Street.
Pero no se pierden tan fácil las mañas, o al menos eso quisiera creer uno por el bien de la película. “It’s about doing the right thing” (Lo que importa es hacer lo correcto), dice enfático en un momento tenso el joven wallstreeter. “No, it’s about the game” (No, se trata del juego), le contesta un Gekko que promete acuñar nuevos mantras y que todavía conserva algo del viejo tiburón.
Pero como siempre, la vida aporta sus ironías. Y si de mantras se trata, la que parece haberse tomado a pecho las enseñanzas de Gekko fue la ex mujer de Douglas. Divorciada del actor en el 2000 tras 23 años de matrimonio, la señora acaba de hacerle juicio para conseguir la mitad de los ingresos que obtenga su ex por su participación en “Wall Street: Money never sleeps” el nombre de la secuela. Parece ser que su abogado alega que “la codicia es buena”.
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