Secretos financieros que hicieron historia

Secretos financieros que hicieron historia

 

Cuenta la leyenda que en el 390 antes de Cristo los romanos fueron advertidos de un ataque sorpresa de los galos por el alboroto de un grupo de gansos que vivía en la zona del Templo de Júpiter, donde se guardaban las reservas de dinero de la ciudad. En agradecimiento, los romanos erigieron un santuario a Moneta, la diosa de la advertencia, de donde derivaría con el tiempo la palabra Money, a la que tantos otros también rendirían pleitesía con el tiempo.
Ganado, caparazones de tortugas, dientes de delfín, barbas de ballena, colmillos de jabalí, plumas de pájaros, tabaco, ollas, vidrio, resina, botes, arroz, melaza, sal. No importa de qué se trate. El dinero estuvo ahí desde el comienzo. Desde que en la Mesopotamia se inventó la escritura como una forma de poder llevar cuentas. Desde que los lidios, en la actual Turquía, crearon las primeras monedas en el siglo VII AC, una aleación de oro y plata pensada como paga para los soldados. Desde que Pasion, el banquero más famoso de Atenas, logró comprar su libertad y hasta adquirir la preciada ciudadanía gracias a sus increíbles dotes con el dinero. Hasta el día de hoy, en el que siete billones de dólares cambian de manos cada mes en los mercados de acciones y una operación puede ejecutarse a la velocidad del relámpago.
Pero Niall Ferguson, un polémico profesor de historia que reparte su año entre Harvard y Oxford y una suerte de fábrica pródiga en best-sellers, lleva el enunciado más allá y asegura que el dinero es la raíz de gran parte del progreso humano. O dicho de otra manera, que la innovación financiera -hoy tan vilipendiada por haber engendrado instrumentos que terminaron siendo una gran emboscada- resultó tan vital como cualquier innovación tecnológica y moldeó cada gran acontecimiento de la historia.
“Detrás de cada gran fenómeno histórico existe un secreto financiero”, es la tesis de “The Ascent of Money: a Financial History of the World”. “La banca y el mercado de bonos proveyeron la base material para los esplendores del renacimiento italiano. Las finanzas corporativas fueron la fundación indispensable tanto del imperio holandés como el británico, al igual que el triunfo de los Estados Unidos en el siglo veinte fue inseparable de los avances en seguros, hipotecas y crédito al consumo. Quizás, también, sea una crisis financiera la que señale la declinación de la primacía global americana”, resume Ferguson.
¿Qué habría sido del increíble despertar artístico que supuso el Renacimiento italiano si no hubiera habido detrás banqueros como los Medici que amasaron fortunas aplicando la matemática oriental al arte de hacer dinero? ¿Qué habría sido de Leonardo o de Miguel Angel, incluso de Maquiavelo o Galileo, si estos humildes comerciantes de lana no hubieran fundado el primer banco florentino para convertirse más tarde en grandes mecenas?
La república holandesa no hubiera prevalecido sobre el Imperio de los Habsburgo de no haber sido porque el primer mercado moderno de acciones resultó financieramente mucho más relevante que la mayor mina de plata del mundo. Aunque difícilmente hoy se la piense como un centro financiero internacional, fue en Brujas -esa ciudad de cuentos de hadas que remite a los grandes pintores flamencos- donde nació la palabra “bolsa”. Y fue en Amberes, no muy lejos, donde hacia finales del siglo XV se estableció la primera bolsa de comercio del mundo. Tanto como hoy Londres, Nueva York o Tokio, fueron esas ciudades, junto con Amsterdam, las que transformaron para siempre las finanzas de la época.
Incluso los problemas de la monarquía francesa, argumenta Ferguson, quizás hubieran podido resolverse sin una revolución de no haberse sido por un escocés al que una corona tapada de deudas confió en forma ciega las finanzas públicas. Su nombre era John Law, un jugador empedernido que había huido de su país tras matar a un rival en un duelo y el responsable de introducir el papel moneda en Europa (China ya lo había hecho varios siglos antes). En un pretendido golpe de efecto, Law llegó a reclutar un batallón de mendigos para hacerlos desfilar por París con picos y palas como si estuvieran por embarcar rumbo a América en busca de oro, el mismo que supuestamente respaldaba las emisiones y que la gente cada vez más intranquila empezaba a reclamar en masa.
Las maquinaciones de Law terminaron alimentando la primera gran burbuja financiera de la historia y dejaron a Francia en un estado crítico. El mundo, en realidad, ya había tenido un adelanto de estas bombas especulativas con la llamada “Manía de los tulipanes”. La novedad traída de Turquía había desatado tal frenesí en Holanda que un bulbo llegó a intercambiarse por un carruaje con dos caballos y a cotizar 10 veces el sueldo de un artesano.
El dinero, insiste Ferguson, siempre estuvo entre bambalinas. Fue Nathan Rothschild tanto como el Duque de Wellington quien derrotó a Napoleón en Waterloo vendiendo bonos y acumulando oro para la armada británica. De hecho, los Rothschilds, ese linaje de banqueros judíos que llegó a tener a Europa en la palma de su mano, fueron conocidos como los “Bonapartes de las finanzas”. “Permitidme fabricar y controlar el dinero de una nación y ya no me importará quién la gobierne”, decía Mayer Amschel Rothschild, el patriarca de la dinastía. De hecho, los Rothschild también habrían jugado un rol vital en la derrota del Sur en la Guerra Civil de los EE.UU. al negarse a financiar a la Confederación a través de sus bonos respaldados por la cosecha de algodón.
Los argumentos de Ferguson, el que alguna vez fuera el enfant terrible de Oxbridge (esa elite peculiar que producen Oxford y Cambridge), pueden sonar para algunos como la confirmación de que el dinero mueve al mundo, por más que refunfuñen los románticos. Para otros, los razonamientos del autor de “The Cash Nexus” (2001) y “Colossus” (2004), sus dos libros anteriores sobre el coloso americano y su destino imperial, podrían sonar desalentadoramente reduccionistas. En todo caso, Ferguson como mínimo hace pensar en el entramado financiero de algunos grandes momentos, ese entretelón que muchos manuales obviaron mencionar al contarnos la historia. Y refuerza, aún en estos tiempos de alarma y conmoción, la impresión de que después de todo, no hay nada nuevo bajo el sol.

Laura García, Editora de Finanzas lgarcia@cronista.com
http://www.cronista.com/notas/211781-secretos-financieros-que-hicieron-historia