El discreto encanto de la codicia

El discreto encanto de la codicia

Aunque sea un personaje ficticio, producto de la imaginación de Oliver Stone, Gordon Gekko es un filósofo. Tal vez uno de los más notables del último cuarto de siglo en esa particular disciplina que es la sociología de la ambición inescrupulosa. Tanto es así, que es imposible pensar en Wall Street y en el mundo financiero sin parafrasearlo.
Otros personajes reales que caracterizaron el desenfreno especulativo de la década del 80, como Ivan Boesky o Michael Milken, han desaparecido de la memoria pública, pero Gekko permanece presente, como el paradigma de una época y de una mentalidad.
Su frase más recordada de la película de 1987 -“La codicia es buena”- pronunciada durante una asamblea de acreedores de una compañía que se propone apropiar, fue inspirada en un discurso que Boesky pronunció en la Universidad de California, el año anterior, cuando afirmó: “Yo creo que la codicia es saludable. Uno puede ser codicioso y todavía sentirse bien”.
Pero la definición de Gekko es más contundente y por eso se tornó emblemática. La explica en uno de las más descarnadas descripciones del pensamiento mercantilista norteamericano:
“Yo no soy un destructor de empresas -dice-. Yo soy un libertador. La codicia, a falta de otra palabra, es buena. La codicia es justa. La codicia funciona. La codicia clarifica, ahorra tiempo y captura la esencia del espíritu evolucionario. La codicia, en todas sus formas -codicia de vida, codicia por dinero, por amor, por conocimiento- ha impulsado a la humanidad cuesta arriba. Y la codicia -y recuerden lo que digo- no sólo va a salvar a esta compañía, sino a esa otra corporación disfuncional llamada Estados Unidos de América”.
Veintitrés años más tarde, y después de pasar 14 años en prisión por inside trading y otras fechorías accesorias, Gekko regresa al ruedo de la notoriedad, esta vez con un libro titulado “Riesgo moral: Por qué Wall Street ha ido esta vez demasiado lejos”.
El tiempo a la sombra lo ha vuelto más reflexivo. Parece haber atenuado su apetencia pero no su lucidez. Durante una presentación promocional en una universidad, asegura no recordar haber dicho alguna vez que la codicia era buena, pero admite que el concepto demanda una nueva consideración.
‘La codicia ha sido redefinida -dice. -Quién sabe, tal vez fue siempre así y como todo lo demás en este mundo, es buena y es mala al mismo tiempo. Porque, señores, es la codicia la que lleva a alguien que desea comprar una casa de 700.000 dólares que no puede permitirse, a pedir un crédito que nunca podrá pagar. Es la codicia la que lleva al banco a darle el crédito y venderlo inmediatamente. Es la codicia la que lleva al comprador de ese crédito a dividirlo en un millón de pequeñas partes y diseminarlas por todo el mundo. Es la codicia la que hizo que la agencia evaluadora calificara a ese crédito tóxico como Triple A por el solo hecho de que venía acompañado de algunos créditos legítimos. Y es la codicia la que provocó que la aseguradora asegurara ese crédito.‘
Esta rotunda descripción del proceso de expansión de la burbuja hipotecaria que terminó con el desmoronamiento de todo el sistema financiero, vuelve a tener a Gordon Gekko como uno de sus preclaros intérpretes.
La película ha provocado un intenso debate en el mundillo financiero y los comentarios, en su mayoría no han sido muy entusiastas. Algunos la tildan de simplista y otros argumentan que las historias personales empañan la dimensión y el significado de la debacle económica.
La reacción no es sorprendente. Es dable preguntar si aquellos que no fueron capaces de interpretar los signos del terremoto que se avecinaba pueden, con toda honestidad, reconocer su imagen en el espejo.
Gordon Gekko prevalece. Su estatura excede a la trama del film. Como suele suceder con algunos personajes icónicos, proyecta una verdad incontrovertible.
La codicia no se sacia. Es incorregible. Es la que empuja una y otra vez al jugador obsesivo a la mesa de ruleta.
La reforma y la regulación pueden contenerla, como quien enjaula a un tigre. Pero como sucede con el tigre, es posible limitar su movimiento, pero no cambiar su naturaleza.

Por Mario Diament. Periodista, dramaturgo y ex Director de El Cronista Comercial
http://www.cronista.com/notas/248602-el-discreto-encanto-la-codicia