La incógnita del año 2054

La incógnita del año 2054

Por Nora Bär
Hace una semana, el diario canadiense The Star decidió finalizar 2018 reproduciendo un artículo que había publicado originalmente en sus páginas el 31 de diciembre de 1983, hace 35 años. Inspirado en las predicciones realizadas por George Orwell para su libro 1984(que fue publicado en 1949, precisamente 35 años antes), a un editor del periódico se le ocurrió pedirle a Isaac Asimov, por entonces ya un célebre y prolífico autor de ciencia ficción, que escribiera su pronóstico para el año que acabamos de comenzar: 2019.Aunque algunas de estas tramas del futuro son extravagantes, otras resultan proféticas. De hecho, mucho de lo que hoy nos es familiar fue anticipado por el cine y la literatura. Jonathan Swift predijo que Marte tenía dos lunas en su libro Los viajes de Gulliver (de 1735), algo que se constató 150 años más tarde. A mediados del siglo XIX, Julio Verne acertó con innumerable cantidad de inventos; entre otros, el submarino, las naves cósmicas impulsadas por “velas solares”, los cohetes espaciales, los rascacielos de vidrio, los trenes de alta velocidad, los autos a gas, las calculadoras y hasta la “red mundial de comunicaciones”. En un artículo publicado en 1889, se adelantó a los noticieros radiales y televisivos: dijo que en lugar de estar impreso, el periódico Earth Chronicle sería hablado, y que sus suscriptores conocerían las noticias a través de conversaciones con reporteros, estadistas y científicos (las primeras transmisiones de noticias por radio y por televisión se produjeron en la primera mitad del siglo pasado).
H. G. Wells, Arthur Clarke, J. G. Ballard y otros visionarios anticiparon los satélites de comunicaciones, la bomba atómica, los audífonos, las redes sociales, los antidepresivos, nuestro actual Skype, los anteojos “inteligentes” y hasta la tarjeta de crédito. Pero lo que hace particularmente atractiva la visión de Asimov, que escribió ¡varios centenares de obras! y de cuyo nacimiento se cumplirá pronto un siglo, es que haya tenido que ceñirse a una fecha precisa. No es el futuro en abstracto, sino este particular año que a tres días de iniciado ya nos deja boquiabiertos.
Para el autor de Fundación, que tenía tal miedo a volar que solo viajó dos veces en avión, estos días estarían marcados por la computarización y la utilización del espacio. En su texto afirma que los robots inundarían la industria y el hogar. “La creciente complejidad de la sociedad hará imposible sobrevivir sin ellos -escribe-; y los lugares del mundo que se retrasen sufrirán tan obviamente que sus gobiernos clamarán por la computarización como hoy claman por armas”. También anticipa que desaparecerán las tareas rutinarias y repetitivas, y solo sobrevivirán las que involucren “el diseño, la manufactura, la instalación, el mantenimiento y la reparación de computadoras y robots”.
Con menos nacimientos, la población mundial se amesetará, y el mundo funcionará “en piloto automático”, lo que ofrecerá a muchos una vida de ocio para dedicarse a la investigación científica, las artes y la literatura, para autoeducarse en casa, o para cultivar la curiosidad y el descubrimiento.
Con respecto al espacio, vaticina que se construirá una estación espacial, y que habremos regresado a la luna, donde se practicará la minería. También imagina que se establecerán en órbita terrestre grandes estructuras para capturar la energía solar que luego se irradiará a todo el globo.
En un exceso de optimismo, afirma que para estos tiempos tendremos los instrumentos para frenar el deterioro del medio ambiente, y eliminar las disputas y el odio entre los pueblos. “Habrá cooperación entre las naciones no por un súbito crecimiento del idealismo o la decencia, sino simplemente porque cualquier otra cosa significará la destrucción de todos”, afirma. Lástima, justo en eso erró. Esperemos que para que esta idea cristalice no haya que esperar hasta 2054.
LA NACION