16 Jul ¿Puro azar? Dos físicos dicen que invertir en bolsa es como apostar en el casino
Por Martín Burbridge
La timba financiera, como se define con cierto desdén a las inversiones en la Bolsa y demás mercados, siempre fue un territorio donde se enfrentaron los defensores del análisis matemático con el resto de la sociedad, que nunca dejó de ver con cierta desconfianza a estos recintos no demasiado transparentes y que, en más de una ocasión, llegaron a definir la estabilidad política y económica de numerosos países.
Si bien la temática de esta lucha de titanes entre el bien y el mal no es nueva y cada tanto, como cuando hay una crisis de por medio, recobra actualidad, ahora vuelve al candelero de la mano de dos científicos italianos, quienes afirman haber demostrado que invertir en la Bolsa es puro azar, al mejor estilo de un casino.
Los autores del estudio son los físicos Alessandro Pluchino y Andrea Rapisarda, especialistas de la Cornell University (EE.UU.) en procesos estocásticos (aleatorios) aplicados a distintos aspectos estructurales de la sociedad. Sus investigaciones sobre el azar en otros campos son bastante conocidas y mediáticas, como la teoría que publicaron hace algunos años atrás respecto de la conveniencia de introducir en las elecciones de cualquier Parlamento una cantidad de bancas elegidas por sorteo entre toda la población (porque así los legisladores trabajarían en beneficio de la mayoría y no solamente de sus votantes) o cómo mejorar las trabas de cualquier burocracia mediante ascensos por sorteo y no más por mérito (para evitar que los empleados asciendan hasta un nivel en el cual son incompetentes, que es lo que se conoce como el Principio de Peter). Hoy, no conformes con lo descubierto hasta ahora, han decidido evaluar cuánto hay de suerte en las decisiones de inversión exitosas de los operadores bursátiles.
Su trabajo, en asociación con otros dos colegas (Alessio Biondo y Dirk Helbling), acaba de ser publicado bajo el título provocador de ¿Son las estrategias aleatorias de trading más exitosas que las técnicas?, en la que su hipótesis principal consiste en que el conocimiento de un mercado financiero (no importa cuán amplio sea) siempre será limitado, por lo que la suerte puede ser una forma más eficiente de invertir. De ahí que los sofisticados modelos matemáticos que se emplean hoy en día para definir estrategias de inversión no sean capaces de predecir el futuro (que es en definitiva lo que se trata de hacer en cualquier bolsa) y, al final, terminen complicando las decisiones de inversión más convenientes.
Por supuesto, el planteo que realizan los científicos es subversivo para los mercados financieros, si bien no es nueva la teoría de que lo que sucede en los recintos bursátiles no se diferencia de cualquier casa de apuestas.
De hecho, hace exactamente 40 años atrás, el economista estadounidense Burton Gordon Malkiel planteó en su libro Una caminata aleatoria en Wall Street lo mismo que hoy sostienen Pluchino y Rapisarda. En su trabajo, Malkiel argumenta que un mono puede invertir y ser tanto o más exitoso que cualquier analista de mercado prestigioso. Para ello, propone vendarle los ojos y que escoja las acciones de su portafolio de manera absolutamente aleatoria. Según el economista, las rentabilidades obtenidas por el simio no serían muy distintas de las de los expertos, ya que el azar tiene un peso muy significativo en los resultados de las decisiones de inversión.
En el caso de los físicos italianos, su investigación se basó en datos relevados durante un período de entre 15 y 20 años de algunos de los principales índices bursátiles. Los científicos decidieron elaborar su propia estrategia de inversión bautizada como APBLC y basada en un proceso de selección aleatorio, el cual fue luego contrastado con otras cuatro estrategias tradicionales.
El resultado obtenido por las cinco estrategias no difiere demasiado en el largo plazo y se acerca a una probabilidad de 0,50, similar a tirar una moneda y anotar cuando sale cara o cruz. De ahí que los investigadores concluyan que es mejor apostar y apelar a la suerte que intentarlo mediante los servicios de un costoso especialista.
Para un inversor particular, una estrategia puramente aleatoria representa una alternativa menos costosa que la consultoría financiera profesional, siendo al mismo tiempo mucho menos riesgosa, en comparación con las otras estrategias de inversión, sostiene el estudio. En cambio, en períodos más cortos de tiempo, algunas estrategias resultaron más exitosas que otras. Sin embargo, si alguna de las cuatro estrategias tradicionales resultó ser la vencedora en un índice en particular, no tuvo el mismo éxito en los demás indicadores bursátiles evaluados. Por eso el estudio sostiene que se trató de una pura coincidencia que alguna de las tradicionales tuviera más éxito.
En base a los resultados obtenidos, ¿sigue valiendo la pena pagar una suma muy grande de dinero para ser asesorado por un operador de bolsa que lleva años estudiando el mercado, que aplica con fe ciega el análisis fundamental o el análisis técnico y que basa sus recomendaciones en complicadísimos modelos matemáticos? Para Pluchino y Rapisarda, la respuesta es evidente.
Además, los investigadores agregan otra ventaja a la selección aleatoria. Si bien un inversor particular puede llegar a ganar menos en un período corto, también va a perder menos. Y si todos tomaran al azar como única variable para determinar las decisiones de inversión, la volatilidad de los mercados financieros se reduciría y con ella desaparecerían los efectos de manada que muchas veces amplifican las debacles bursátiles. Tampoco serían tan devastadoras las consecuencias de las burbujas especulativas (porque dejarían de existir) y nadie estaría a merced de la manipulación de cualquier gurú de las Finanzas, ya que su trabajo dejaría de ser tan valioso. Eso sí, lo que no contestan los físicos es si el mundo estaría dispuesto a tirar por la borda toda la literatura que se ha escrito en torno a los mercados bursátiles, abrazarse definitivamente a la suerte y pasar a consultar a brujos, magos, chamanes y hechiceros. ¿O será que ya lo viene haciendo pero con otro nombre?
EL CRONISTA