André Comte-sponville: “Los más jóvenes pagarán el precio de las medidas contra la pandemia”

André Comte-sponville

André Comte-sponville: “Los más jóvenes pagarán el precio de las medidas contra la pandemia”

Por Hugo Alconada Mon
Reconocido como uno de los filósofos más respetados de Francia, André Comte-sponville causó un pequeño gran terremoto, ya en plena pandemia, al desafiar el consenso generalizado. Los franceses acataban la primera cuarentena, pero él alzó su voz: “No le tengo miedo al Covid-19”, dijo. Y desde entonces ofrece una visión alternativa a la dominante, aún ahora, cuando una segunda ola de contagios y muerte golpea en Europa.

“Temo que dos generaciones -la de los niños y adolescentes, y la de los adultos jóvenes- sean sacrificadas por la salud de sus padres o abuelos”, plantea a desde París, para la nacion luego repudiar el “orden sanitario” que lo rodea, “la reducción drástica y duradera de nuestras libertades en nombre de la salud”.

“¿Somos capaces de amar la vida tal como es –es decir, mortal– y por tanto de aceptar nuestra finitud?”, se pregunta Comte-sponville, que, a los 68 años, nos interpela. “La tasa de letalidad de Covid-19 es menos del 1%. ¿Encuentras eso desesperante? ¡Lo que encuentro desesperante es el pánico causado por una enfermedad que generalmente es leve!”

–“No le tengo miedo al Covid-19”, dijo. Meses después y en plena segunda ola lo reafirma. ¿Por qué?

–Cuanto mayor me hago, menos miedo tengo a la muerte, lo que es normal. Los viejos tienen menos que perder que los jóvenes. Y no veo por qué debería temer especialmente al Covid-19, que mata muy poco: su tasa de letalidad está entre el 0,3 y el 0,7%. ¡Estoy mucho más preocupado por el cáncer, el derrame cerebral o, peor aún, la enfermedad de Alzheimer! Recuerde que la tasa de curación del Alzheimer es del 0% y conlleva años insoportables para el paciente y para quienes lo rodean. ¿La tasa de curación del Covid-19? Más del 99%, en promedio, e incluso alrededor del 95% entre los de mi edad, con muerte bastante rápida. ¿Cómo no podría tener más miedo al Alzheimer?

–¿Qué le preocupa más, entonces, de esta pandemia?

–Lo que más me preocupa durante la pandemia es ver a mi país dominado por el miedo. Soy como Montaigne: “¡Lo que más temo es al miedo!”. ¡Qué triste ver que el miedo a la muerte tiende a prevalecer sobre el amor a la vida! Y luego, sobre el día después, temo que las consecuencias sociales y económicas de la pandemia y las medidas que se tomen para controlarla, como los confinamientos y el toque de queda, entre otros, sean más graves que la propia crisis sanitaria. Además, las consecuencias repercutirán sobre todo en los jóvenes: un terrible aumento del paro, endeudamiento, empobrecimiento, restricción de las libertades… Este es el problema de fondo. Somos los más mayores los que estamos especialmente expuestos a formas graves: el 90% de las muertes por Covid-19 se registra entre los mayores de 65 años, con una edad promedio al momento de la muerte de 81 años. ¡Pero son los más jóvenes quienes pagarán el precio, y no solo económicamente, de las medidas tomadas contra la pandemia! De hecho, ¡ya lo están pagando! Ya no se les permite salir, ver a sus amigos, ir de fiesta, sus mismos estudios están seriamente interrumpidos… ¡Eso me entristece! ¡Les están robando parte de su juventud!

–¿Considera que ese es el mayor costo de esta crisis global?

–Lo que temo es que dos generaciones –la de los niños y adolescentes, y la de los adultos jóvenes– sean sacrificadas por la salud de sus padres o abuelos. Estamos hablando de solidaridad intergeneracional y tenemos razón. Pero nos olvidamos de decir que esta solidaridad siempre y tradicionalmente estuvo orientada de otro modo y es, por tanto, asimétrica. Durante 20.000 años, los padres se han sacrificado por sus hijos y lo normal es que los hijos no se sacrifiquen por sus padres. Cualquier madre o padre daría la vida por sus hijos sin dudarlo. ¿Quién de nosotros aceptaría que nuestros hijos dieran su vida por salvar la nuestra? Sin embargo, esto es lo que estamos haciendo: sacrificamos a los jóvenes para proteger a sus padres o abuelos y en este caso por una enfermedad que rara vez es fatal. ¿Encuentras eso normal? ¡Yo no! Me preocupa más el futuro de mis hijos que mi salud cercana a los setenta años.

–¿Ha cambiado, de algún modo, nuestra relación con la muerte?

–Sin duda. En parte, porque creemos cada vez menos en otra vida después de la muerte. La gente cree cada vez menos en la salvación; por eso damos cada vez más importancia a la salud. ¿Sabía, por ejemplo, que las dos palabras, “salud” y “salvación” tienen en francés el mismo origen etimológico? La medicina tiende a reemplazar a la religión. Esto es lo que ilustró una caricatura de Sempé, hace unos años: una mujer rezando frente al altar en una iglesia vacía. Ella está hablando con Dios. ¿Y qué le dice ella? “¡Dios mío, Dios mío, confío tanto en ti que a veces me gustaría llamarte ‘Doctor’!”. Dios ha muerto, ¡viva la salud! Pero esos mismos avances en la medicina han llevado a creer que la muerte será vencida. Una ilusión, por supuesto. Todo lo que vive es mortal, por definición.

–Si publicara hoy su libro Pequeño tratado sobre las grandes virtudes, ¿quitaría, añadiría, modificaría o ampliaría un capítulo debido a la pandemia?

–No, no creo. ¿Por qué el pánico que veo a mi alrededor debería destruir 25 siglos de sabiduría?

–Recuerdo que, durante esta pandemia, alertó sobre el fenómeno de la “corrección sanitaria”. ¿Dónde deberían los gobiernos trazar la línea en tiempos de incertidumbre?

–Lo que llamo “corrección sanitaria”, en el sentido en que hablamos de corrección política, es una especie de autocensura que le impide a uno decir lo que cree que es verdad. Por ejemplo, me sorprendió el ruido que causó cuando dije que el confinamiento masivo iba a ser extremadamente costoso. ¡Era saludablemente incorrecto hablar de dinero cuando la salud estaba en juego! Hoy todo el mundo puede ver que tenía razón y que la economía es al menos tan importante como la medicina. ¡La pobreza también mata! ¡La gente muere más rápido de hambre que de esta enfermedad! Lo que temo ahora es que estemos pasando de la “corrección sanitaria” a lo que llamo “orden sanitario”: una reducción drástica y duradera de nuestras libertades en nombre de la salud. Todavía no hemos llegado, pero tengo la sensación de que nos deslizamos por una pendiente peligrosa… En cuanto a mí, ¡preferiría contagiarme el Covid-19 en una democracia que no atraparlo en una dictadura!

–¿Tendremos que aprender a vivir con la incertidumbre más que nunca?

–Ni más ni menos. La incertidumbre es parte de la condición humana.

–¿Hay algo que lo esperance?

–Falta menos esperanza que valor, amor y lucidez. Y le repito: la tasa de letalidad de Covid-19 es menos del 1%. ¿Encuentras eso desesperante? ¡Lo que encuentro desesperante es el pánico causado por una enfermedad que generalmente es leve!

–¿Qué lección podemos aprender de todo esto?

–Sí, la primera lección es esta: cuidado con el “panmedicalismo”. Lo que quiero decir con esta palabra es una ideología que hace de la salud el valor supremo y que tiende, por tanto, a delegarlo todo en los médicos: ya no solo el manejo de nuestras enfermedades (que es normal, siempre que quede sujeto a nuestro consentimiento informado), sino la gestión de nuestras vidas y de nuestras sociedades, que es mucho más preocupante. ¡El pueblo es el soberano, no los expertos! Para curar los males de la sociedad, confío más en la política que en la medicina. Y para guiar mi vida, confío más en mí mismo que en mi médico.

–¿Cuáles son las preguntas que deberíamos plantearnos ahora?

–¿Somos capaces de amar la vida tal como es –es decir, mortal– y por tanto de aceptar nuestra finitud? Mientras no sea así, la más mínima pandemia, incluso con una tasa de mortalidad muy baja, puede derrumbar nuestras sociedades. Apelo a la sabiduría de Montaig ne :“no mueres porque estás enfermo; mueres porque estás vivo”.

–¿Cómo puede ayudar la filosofía?

–Como siempre: ayudándonos a dar un paso atrás. ¡El Covid-19 no es el fin del mundo, ni el fin de la humanidad! Este virus no cambia nada esencial a las principales cuestiones filosóficas que nos hacemos; por ejemplo, las de Kant: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? O la de Camus: ¿vale la pena vivir la vida? O la de Epicuro: ¿Cómo ser feliz? Hacer filosofía es volver a lo esencial. ¡Todos contraerán el zumbido lloroso y angustioso de nuestros televisores, que ya no hablan más de otra cosa que de salud y enfermedad! ¡Qué tristeza! ¡No contraer el Covid-19 no es un objetivo suficiente en la vida! En su último libro, destacó otra frase de Montaigne: “La vida es tierna”.

–¿Hay alguna pregunta que no le planteé y que le gustaría abordar?

–Sí: “¿Cómo estás?”. Y le respondería que estoy muy bien, físicamente, pero que me entristece al punto de llorar cuando pienso en el destino que reservamos a nuestra juventud.
LA NACION