“Hacer literatura es mentir bien la verdad”

“Hacer literatura es mentir bien la verdad”

Por Verónica Abdala
La revolucionaria Mika Feldman -nacida en la Argentina en 1902 y fallecida en París en 1992- fue la única mujer que estuvo al frente de un batallón republicano en la Guerra Civil Española: asumió el mando de una milicia del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) de Madrid. Protagonista de una historia extraordinaria y dueña de una personalidad avasallante, pudo haber sido, sin embargo, una de las grandes olvidadas de la historia. Elsa Osorio descubrió su caso y asumió el desafío de contarlo, dando forma a Mika (Seix Barral), un apasionante y apasionado relato de ficción.
Fue a mediados de los años 80 que un amigo suyo, Juan José Hernández, le habló por primera vez de la revolucionaria argentina devenida miliciana, que había peleado cuerpo a cuerpo contra los fascistas en Europa. “¿Pero Mika es un personaje tuyo o de quién?”, preguntó Osorio, todavía incrédula. “Mika es real, vive aún”, replicó el escritor.
Osorio quedó perpleja: ¿cómo era posible que habiendo ella nacido también en la Argentina no hubiera sabido nunca de su existencia? Esa curiosidad inicial, sumada a la certeza de que Mika merecía ser rescatada del olvido, la decidieron a encarar la investigación.
El trabajo que concretó en función de este sueño le insumió más de dos décadas, en las que se dedicó a rastrear datos, fotos y testimonios con la paciencia de un sioux. La reconstrucción de la historia de Mika corrió “como un río paralelo” a su vida, hasta que la obra adquirió forma definitiva en el papel.
Mika Etchebéhère -su apellido de casada- fue testigo y partícipe de algunos de los capítulos más significativos del siglo que le tocó vivir: los años 20 -que la encontraron en la Patagonia argentina y en Francia, y fueron los de su formación-, la guerra contra el franquismo en España, el ascenso del fascismo y luego del nazismo en la Italia y la Alemania de la década de 1930, incluso las revueltas de Mayo del 68 y la guerra de Malvinas, en las que también se involucró.
-¿Cuál fue la mayor dificultad a la que se enfrentó durante la investigación?
-Creo que me costó entender que nunca llegaría a saber todo, por momentos me pesaba demasiado cierto delirio de misión. El deseo de conocer tanto como pudiera me llevó a rastrear archivos de España, Francia y Estados Unidos, a traducir documentos de idiomas que no manejo, a entrevistar a decenas de personas. Después comprendí que no debía conocer absolutamente todo, que había aspectos que sólo escribiendo llegaría a comprender.
-¿Cómo definiría el objetivo que orientó este proceso?
-Mi intención fue dotar de “carnadura” a un personaje histórico, meterme en la piel de Mika para transmitir sus deseos, su fuerza, su vocación de lucha. La movilizaba la certeza de que un mundo más justo era posible, y que podía defenderse esta idea pensando en los demás. Creo que tanto ella como sus compañeros y su marido tenían la capacidad y la coherencia de luchar poniendo el cuerpo porque sus objetivos políticos y sus ideas trascendían sus padecimientos y las dificultades que tuvieran que enfrentar. Quise narrar también el costado más humano de la guerra.
Nacida en una colonia judía de la provincia de Santa Fe apenas comenzado el siglo XX, Mika murió a los 90 años arropada por amigos ateos y bendecida por su empleada doméstica: que descanses en paz, yo te bendigo, Mika; la española Conchita Arduendo dibujó una cruz imaginaria en el aire, un momento después de que alguien leyera un poema de su amiga Alfonsina Storni en la ceremonia del adiós. Entre medio, un siglo de convulsiones políticas que Mika había atravesado sin apartarse jamás de sus convicciones revolucionarias, de su marido Hippolito Etchebéhère y de sus compañeros de militancia: su patria eran las ideas, y confiaba en el poder de la revolución que nunca llegó.
Con el objetivo de formarse, Mika e Hippo recorrieron París, Berlín -adonde llegaron en el año 32, sin imaginar lo que vendría después-, Madrid; allí arribaron poco antes del golpe militar de julio del 36. Ciertos acontecimientos inesperados enfrentaron a Mika, en agosto de ese año, a un desafío impensado: hacerse cargo de un grupo de 150 milicianos del POUM, que peleaban en la guerra contra el franquismo
Su capacidad de liderazgo, su arrojo y una sensibilidad que no menguó a pesar de las sucesivas pruebas a las que debió enfrentarse, la llevaron a ocupar ese puesto y convertirse en la mujer con mayor rango militar durante la Guerra Civil. “Alguien tenía que mandar, y yo podía hacerlo”, escribió la miliciana. Su coraje, sin embargo, no la salvaría de la persecución estalinista desatada contra el POUM.
-De haber sido un personaje de ficción, probablemente Mika hubiera resultado inverosímil?
-Claro, una revolucionaria de un coraje temerario y una coherencia sin fisuras, que fue además amiga de Storni, de Cortázar, de Breton. Su coherencia me conmovió. Sin embargo, como soy narradora y no historiadora, me permití ciertas licencias literarias que aportan algo de color a todo aquello que ocurrió de verdad: la elección de los personajes y las situaciones responden a necesidades de la narrativa. El hecho de meterme por primera vez con un personaje real me produjo un placer inenarrable, y en ciertos aspectos también me condicionó. Yo era consciente de que, más allá de esas elecciones, no podía inventar lo que se me ocurriese, había un hilo de sucesos verídicos y testimonios que debía respetar. Narro su aventura revolucionaria, desde los orígenes en la Patagonia argentina hasta las batallas de la Guerra Civil, pasando por el París de los años 30, el Berlín de los años anteriores al nazismo y las revoluciones estudiantiles del año 1968, entre otros episodios.
-Tanto Mika como Hippo y sus amigos argentinos tenían una formación integral?
-Sí, todo ese grupo de militantes internacionalistas tenían una formación muy completa: sabían de política pero también de arte, de literatura, de pintura. Eran gente muy formada y muy curiosa, eso los define desde el principio.
-En su visión, ¿qué puede aportar la literatura al conocimiento de la historia?
-Yo creo que muchísimo: el acercamiento a los personajes históricos que se puede hacer desde la narrativa permite al autor y a los lectores identificarse con aspectos de estas personas de las que, de otro modo, conoceríamos desde un punto de vista más plano, el que suelen aportar los ensayos o artículos técnicos. Si me atreví a contar a Mika a partir de sus acciones más evidentes pero también a partir de sus temores, sus intuiciones, sus deseos como mujer, es porque estoy convencida de que el acercamiento literario al personaje nos acerca a más verdades. Hacer literatura es mentir bien la verdad, como decía Borges.
-Cuando presentó hace unos años su novela A veinte años Luz , basada en la historia de una chica apropiada durante la última dictadura, el escritor Osvaldo Bayer sostuvo que esa obra inauguraba “la enorme avenida de la literatura de la memoria que en el futuro va a ocupar nuestras calles, nuestras librerías y las bibliotecas de nuestros hijos”. ¿Cree que con Mika continúa esa línea de recuperación de la memoria colectiva?
-Sí por supuesto, esta vez a partir de un personaje real. Mika pudo haber sido una gran olvidada de la historia, debido a que no se alistó en ninguna estructura política. Fue anarquista, comunista, del Partido Comunista Obrero, de grupos de oposición antiestalinista, combatió en el POUM, pero no perteneció de manera definitiva a ningún partido ni agrupación política. Tal vez por eso nadie ha reivindicado su vida como legado; no es azaroso que haya sido un escritor quien me contó esta historia, ni haya sido yo, otra escritora, quien la tomó. Es la literatura, finalmente, y no la historia, la que rescata su vida del olvido.
-Es llamativo que Mika no resignara en la guerra su condición femenina, sino que ejerciera el poder a partir de ciertas características que podríamos llamar de género.
-Exactamente, como mujer ejerció el poder de una manera particular, en un sentido horizontal diría, no de arriba hacia abajo, lo que suele caracterizar a las estructuras jerárquicas militares. Por momentos, ella cuidaba a sus soldados como una madre: los alimentaba, les daba medicación, sin resignar por eso su capacidad de mando. Fue respetada por los hombres e incluso deseada, porque además era bella. Una mujer que se había implicado con la guerra, a tal punto que su columna se convirtió en temeraria. Diría que es ante la admiración y la sorpresa que me produjo su historia que intenté responder las preguntas que estructuran el libro: ¿qué te llevó a entregarte íntegramente a esa guerra, Mika?¿Qué situación, qué hecho, qué batalla te hicieron capitana? Mika fue una mujer como pocas, que tenía claras sus ideas, fortaleza para defenderlas y pelear por ellas, y la capacidad de llevar a los otros a la acción.
LA NACION