Qué haremos cuando seamos felices

Qué haremos cuando seamos felices

Por Hernán Iglesias Illa
Los psicólogos y los economistas que estudian la felicidad han avanzado tanto en sus caminos que parecen haber llegado al final del asfalto. Frente a ellos, una pregunta que por ahora los excede y que es mucho más difícil de medir: después de la felicidad, ¿qué hacemos?
Uno de los libros nuevos interesantes sobre este tema es Happy Money, de Elizabeth Dunn y Michael Norton, dos psicólogos sociales que llevan años intentando ver qué cosas hacen felices a los humanos. Sugieren el siguiente ejercicio: si te regalaran 10.000 dólares, ¿los gastarías en un auto nuevo, en refacciones para tu casa o en unas súper vacaciones con tu familia? Para Dunn y Norton, la mejor manera de gastar esta plata es la que en principio parece la menos intuitiva: con un viaje. Su gran teoría, adelantada por otros, es que los humanos nos acostumbramos rápido a las “cosas”: la felicidad de quienes se compran un cero kilómetro o se mudan a una mansión aumenta un tiempo, pero después vuelve al nivel anterior. Nos adaptamos rápido. Las experiencias, en cambio, y los recuerdos que generan, nos duran para siempre. Para maximizar la felicidad, la mejor manera de gastar la plata, dicen los autores, es acumulando experiencias.
Las empresas de consumo masivo, siempre atentas a los cambios culturales, detectaron esto hace tiempo. Apple, Nike y muchas otras ya no promueven sus productos por los productos en sí mismos sino por cómo nos permiten generar o procesar experiencias: sacarnos una foto con el iPhone en el medio de un puente o salir a correr con zapatillas nuevas por un camino en el bosque. Nos venden productos disfrazados de experiencias: sólo sirven, admiten sus gerentes de marketing, si nos ayudan a fabricar recuerdos.
Dunn y Norton tienen más recomendaciones: gastar la plata en otras personas, tratar las compras rutinarias como regalos a uno mismo y pagar en efectivo. A veces, sin embargo, como han señalado algunos críticos, su mirada está demasiado enfocada en la relación transaccional entre dinero y felicidad. Uno empieza a preguntarse qué pasa cuando, teniendo la plata suficiente y siguiendo estos consejos, uno consigue estos niveles de “bienestar”. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Para qué sirve la felicidad?
La felicidad es una obsesión relativamente reciente. Hasta hace no mucho, la mayoría de las personas, a merced de la historia y la naturaleza, tenían preocupaciones mucho más urgentes. En la comparativamente calma chicha actual, cuando ni la religión ni la política ofrecen el consuelo que ofrecían antes, el bienestar se transformó en una búsqueda obligada. Pero también en una maldición: la felicidad, que parecía el cielo personal en la Tierra, sirve de poco si no se le encuentra, dicen otros autores, un significado. En una reseña reciente, el teórico del Derecho Cass Sunstein compara a Dunn y Norton con el filósofo utilitarista Jeremy Bentham y ofrece una crítica parecida a la que le hizo John Stuart Mill a Bentham: qué pasa con el honor, la dignidad personal, el amor por la belleza pero también por el poder, ¿cómo encajan en su modelo de maximización de felicidad?
Para seguir los consejos de Dunn y Norton, uno debe estar muy atento a sus propios niveles de felicidad, que es una manera muy mala de aumentarlos. Como dice Sunstein, y como decía Mill, la felicidad es eso que uno siente -y casi no lo siente- cuando está distraído en sus experiencias, pensando en otra cosa.
LA NACION

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