Mafia, Vaticano y masonería

Mafia, Vaticano y masonería

Los puntos oscuros en la vida de Giulio Andreotti son muchos. Uno de los pasajes más polémicos de su biografía política fue su actuación durante el secuestro y asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas. El romano apadrinó la línea dura y se negó a cualquier tipo de negociación del Estado con la organización revolucionaria para intentar que liberaran a su compañero de partido, como una forma de dar crédito a las palabras de Moro, quien lo había definido como una persona privada “de bondad, de sabiduría, de flexibilidad, de limpieza…”
A su posición tajante ante el asesinato del líder de la Democracia Cristiana, se suman sus vínculos con el oscuro banquero siciliano Michele Sindona y con el IOR (el Banco del Vaticano), y el beso de complicidad –que no se sabe si efectivamente existió– con “el jefe de los jefes” de la mafia siciliana, Totò Riina.
Lejos de darse por vencido, cuando fue acusado por más de 30 “arrepentidos” de estar conectado con la Cosa Nostra –la mafia de Sicilia– y de haber participado en asesinatos y entramados oscuros de dinero y poder, Andreotti se presentó a todas las audiencias del largo proceso que él mismo definió como un calvario. Con la cabeza gacha y tomando apuntes, el romano participó de cada una de las citas judiciales hasta la sentencia definitiva de absolución, que llegó en 2004 de la mano de la Corte de Casación.
El ex presidente del Consejo de Ministros fue procesado y sobreseído, además, en el juicio que lo indicaba como el autor intelectual del homicidio del periodista Mino Pecorelli, quien había escrito contra el líder de la DC. El 6 de abril pasado, al ser interrogado por los magistrados de Palermo, el arrepentido Tommaso Buscetta se refirió por primera vez a la relación entre política y mafia y contó que fue Gaetano Badalamenti, un jefe mafioso, quien le reveló cómo el asesinato de Pecorelli “fue realizado en el interés de Andreotti”.
Durante la Guerra Fría, su nombre apareció en las primeras líneas de los elencos de todas las tramas de servicios secretos, locales e internacionales, que lo indicaban como una de las personas más influyentes y estimadas por los Estados Unidos y, sobretodo, por sus aparatos de inteligencia. En un mundo dividido en dos zonas de influencia, Andreotti se movía como cuando lideraba un ministerio: con astucia, siempre consciente que podía haber pequeñas excepciones, compromisos más o menos inconfesables, acuerdos con el “enemigo”.
En todas las conspiraciones de Italia, aparece siempre el nombre de Andreotti, quien tuvo una relación con Licio Gelli, líder de la Propagando Dos (más conocida como P2, una logia masónica de la península con ramificaciones en todo el mundo y participación en la última dictadura de la Argentina) y con Sindona, a quien definió como “el salvador de la lira” y a quien frecuentó durante su período como prófugo, a pesar de ser, por esa época, presidente del Consejo de Ministros.
El ex jefe de Estado, Francesco Cossiga, lo parangonó a una suerte de “secretario de Estado vaticano permanente” prestado a Italia por su estrecha relación con la Santa Sede. Más allá de las polémicas, Andreotti fue, sin dudas, el dirigente que más favoreció una relación privilegiada entre el Estado y la Iglesia.
TIEMPO ARGENTINO

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