Norita Heguy, la mamá del polo

Norita Heguy, la mamá del polo

Por Claudio Cerviño
Cuando todos todavía nos estábamos preguntando sobre las causas de la rodada, a 100 o 150 metros de distancia, ella ya había salido eyectada por las escaleras de la platea C de Palermo. No llegaba a la zona de la caída de uno de sus hijos antes que la ambulancia de primeros auxilios, pero casi…
Nora Amadeo y Videla fue hija, hermana, sobrina, esposa y tía de polistas, pero por sobre todas las cosas, fue, es y será la mamá del polo. La mujer que más Abiertos de Palermo festejó (26), con Coronel Suárez (20) y Chapaleufú (6). La mujer de una fortaleza espiritual incomensurable. La mujer querible, frontal, protectora, apasionada… ¡Madraza!, en un hábitat que la acostumbró a los sobresaltos. Con la adrenalina que los propios protagonistas no conocen hasta que les toca estar del otro lado de las tablas, esa que se padece más de lo que se disfruta.
En la paz de su casa en Intendente Alvear, La Pampa, y a los 72 años, Norita partió sin despedirse. De la forma deseada, como tantas veces dijo en la intimidad: “Yo no quiero descalabrarme cuando me toque la hora. Quiero irme bien, tranquila”. Así fue. Y le tributaron su adiós ayer, en el cementerio municipal de Intendente Alvear, sus hijos Horacito, Marcos y Bautista, junto con familiares y amigos.
Oriunda de Coronel Suárez, hija de Marcelo Amadeo y Videla y de Nora De Lusarreta, Norita vivió para su familia. Con Horacio Antonio, integrante del mejor equipo de todos los tiempos y padre de sus chicos, y luego con ellos, que también entraron a fuego en la historia del polo argentino.
¿Quién podría discutirle algo de polo a Nora? Muy pocos. Si tenía más partidos vistos que la mayoría. Pero lo que más impresionaba era su fortaleza. Con la que le hizo frente a cada golpe que le dio la vida.
Norita tuvo cinco varones. Alejandrito se le fue de chico; Gonzalo, ya con 35 años y siendo padre. Hablamos un par de veces sobre el dolor inclasificable de semejantes pérdidas. Y recuerdo especialmente un día, cuando ya habían pasado varios meses del fatal accidente de Gonzalo. Le di un abrazo fuerte, aunque empequeñecido al lado del que brindó ella, transmitiendo todo lo que llevaba dentro.
De un tiempo a esta parte ya se quedaba en los palenques. Asistiendo a los hijos, como en su momento hizo con Horacio. Nadie le quitará el orgullo de haber visto a sus cuatro chicos campeones de Palermo, entre 1991 y 1993 y en 1995. “Nunca me imaginé que los cuatro iban a ganar Palermo. Ni siquiera tres. No sé por qué salieron los cuatro buenos. Es rarísimo”, confesaba hace un tiempo en una nota. Para rematar con una sentencia que no asombra: “La vocación más fuerte de mi vida es ser madre”.
Cuentan quienes estuvieron bien cerca de ella que, con el tiempo, su sentimiento hacia Chapaleufú doblegó en intensidad al de Coronel Suárez; incluso, siempre llevaba algo rojo encima. “Es por Chapa”, aclaraba.
Con cada uno de sus hijos tenía una relación especial; probablemente con Bautista, el menor, haya alcanzado un mayor grado de confidencia y compañerismo, pero no hacía diferencias. Y con los cuatro cumplía el ritual del almuerzo, con pastas, antes de cada partido en Palermo. “Ojalá hubieran hecho natación, aunque sé que es lo que me busqué, porque toda mi vida me crié entre polistas”, admitió. También pudo disfrutar de sus cinco nietos, sus debilidades más recientes.
Desde ayer, y en un lugar silencioso de Intendente Alvear, Norita descansa junto a Gonzalo y Alejandrito. Más allá de que el polo marcó su vida, nunca dejó de pensar en ellos y soñó con volver a darles un abrazo de esos que sólo una madre es capaz de brindar. Y ella fue una madre muy especial.
LA NACION