La suma de todos los miedos

La suma de todos los miedos

Por Joaquin Vismara
Vampiros, brujas y hombres lobo. Espíritus, muertos vivos y fenómenos paranormales. Cada uno genera miedo en menor o mayor medida y en gran parte el responsable es el cine de terror, el género que lleva un siglo espantando audiencias y generando oleadas de seguidores reinventándose de acuerdo con cada momento de la historia.
Desde su concepción este rubro es un medio para que guionistas y directores tracen metáforas que van más allá de lo que se ve en pantalla. Obras como El Golem de Paul Wegener, El gabinete del Doctor Caligarí de Robert Wiene o Nosferatu de Friedrich Murnau utilizaban el miedo no sólo como recurso para asustar, sino también para retratar la desolación que se vivía en Europa después de la Primera Guerra Mundial.
Dos décadas después el temor a una incipiente guerra atómica entre Estados Unidos y la Unión Soviética (con el fantasma del bombardeo de Hiroshima todavía dando vueltas) daría nacimiento en Japón a Godzilla, un reptil gigante que nace a partir de un ataque radiactivo.
De a poco, el cine de terror dejó de ser un fenómeno marginal del séptimo arte (como son las producciones de bajo presupuesto, calificadas como “clase b”) para ir ganando terreno popular, y creó su propio estrellato gracias a figuras como Vincent Price (La caída de la casa Usher, Museo de cera, La mosca) y, para los hispanoparlantes, Narciso Ibáñez Menta, quien había explorado el género de terror en el teatro cuando vivió en Buenos Aires. La década del 60 dio al cine una de las películas más celebradas de su historia gracias a Alfred Hitchcock. Nacido en Londres, Hitchcock ya tenía una extensa carrera cuando decidió trabajar en Hollywood. Instalado en Estados Unidos, se convirtió en un maestro del suspenso, en gran parte gracias a Psicosis (1960), en la que no sólo brilló Anthony Perkins interpretando al maniático Norman Bates, sino que también dejó para la posteridad la famosa escena en la que Janet Leigh muere apuñalada por una figura misteriosa en una bañera.
Fue hacia fines de esta década cuando otro cineasta redefinió el género. Si bien los zombies ya habían aparecido en la pantalla grande treinta años antes, fue George Romero en 1968 quien logró volverlos un fenómeno al que se debe temer en serio, a partir de La noche de los muertos vivos, una película con la que dio pie a una saga de seis films a lo largo de cuatro décadas. Y por más que aparenten ser un cúmulo de visceras, sangre y violencia, se trata de una crítica a la cultura contemporánea, la competencia y la falta de solidaridad, y tanto es así que los “malos” de la historia no son los zombies, sino los humanos que deben luchar por sobrevivir. Con el tiempo, el cine de terror encontró a su público en los adolescentes, una ironía si se tiene en cuenta que por sus altos grados de violencia, eran películas no aptas para menores de 18 o 21 años. Quizás por esto mismo, entre fines de los 70 y principios de los 80 aparece el género slasher, con películas como Halloween o las sagas de Martes 13 y Pesadilla, con sus históricos Jason Voorhess y Freddy Krueger como figuras estelares, respectivamente. En todas ellas se repetía el mismo patrón: un psicópata asesina a un grupo de jóvenes que se entregan al consumo de drogas y al sexo. De esta manera, se transmitía la moraleja de que sólo sobrevivían quienes llevasen una vida sana y tranquila. Tampoco es un dato menor que, por lo general, esta clase de villanos había sido víctima de burlas que los llevaron a buscar venganza años después.
En los 90 el género se ridiculizó al abusar de clichés, y surgieron un puñado de realizadores que exploraron el terror psicológico. Obras como El proyecto Blair Witch, Los otros y Sexto sentido apelan al miedo desde lo que se intuye sin mostrar. ¿Qué es más terrorífico que saber que hay algo dando vueltas? Sentirlo. Percibir su presencia sin verlo. No se trata de violencia sino de atmósferas asfixiantes, sonidos lúgubres y sobresaltos. Con el cambio de siglo, llegó otra novedad desde Japón: el llamado J-Horror, que marcó la agenda de varios estudios por su particular manera de abordar el género, en la que el factor psicológico se mezcla con historias de fantasmas y la venganza vuelve a ser el motor principal. Varios de los títulos de esta rama (La llamada, El grito, Agua turbia) tuvieron sus correspondientes remakes en Hollywood, pero con resultados dispares.
¿Y hacia dónde irá el género? Es difícil suponerlo. Por un lado, películas como Actividad paranormal y REC representan un vira¬je a un terror elaborado, claustrofóbico y menos obvio, al mismo tiempo hay reversiones de clásicos de los 70, como sucedió con Halloween, Pesadilla o Sangriento San Valentín. Lo único que queda claro es que el cine todavía tiene varios ases bajo la manga para impartir miedo a todo aquel que se anime.
REVISTA MIRADAS