La medida de la felicidad

La medida de la felicidad

Por Esteban Rey
La felicidad, aunque no lo crea, tiene medida. Es una fórmula, una estadística, una especie de resolución aritmética que dejó de pertenecer al mundo de las elucubraciones filosóficas y las recetas de la New Age. Ya no sólo se la consigue y postula en los estantes de autoayuda. No hay que viajar a la India para que un maestro la defina, la comunique y contagie. No, señor. La felicidad, como verá ahora, es una fórmula matemática. Y, desde el quiebre de siglo, parte de unos de los índices mundiales que más llaman la atención de científicos y sociólogos. Se abrió un debate sin preceden­tes: concretamente, ¿qué es lo que nos hace felices? ¿La fama, el reconocimiento, el dinero? ¿O la paz que da no preocuparse de ninguna de esas cosas?
El índice se llama World Datábase of Happiness, una base de datos mundiales que, la mayoría de las veces, no se emparenta con buenos gobiernos, ni con la riqueza de una nación. Por lo pronto, de acuerdo al estudio, encabezado por la Erasmus University de Rotterdam, la nación más pletórica de dicha es Costa Rica, un país que, en compara­ción con otras potencias, tiene la influencia de una hormiga en una manada de elefantes. El país centroamericano tiene 8,5 puntos en una escala del i al 10 -la Argentina araña apenas un 7,3-. Por si fuera poco, lidera también el ranking de años felices: un costarricense experimen­tará el dulce sabor de la vida durante 66,7 años -un argentino, lo lamentamos mucho, sólo durante 54,9.
Brent Kessel tiene una ocupación delicada: es asesor financiero de algunos de los hombres más poderosos de Norteamérica. En el ambiente, está considerado como uno de los 250 consultores más sobresalientes en el rubro. Lo convocan para dar sus análisis en la revista Newsweek, en Los Angeles Times y The Wall Street Journal. Pero ahí no termina su trabajo. Kessel es budista y experto en meditación, conoció en persona a la Madre Teresa y al Dalai Lama, y hoy en día, además de asistirlos en las finanzas, ayuda a los millonarios a reducir sus niveles de ansiedad, encontrar la paz interior en medio de los millones y les advierte que, aunque podrá parecerle obvio, el dinero no trae la felicidad. Él denomina su disciplina el yoga del dinero. “Todos se dicen a sí mismos: ‘Si sólo tuviera un millón de dólares más, sería feliz'”, cuenta Kessel a este cronista. “E incluso muchos millonarios se dijeron esto a sí mismos en el pasado. Así que, ahora que tienen millones y siguen siendo humanos, con un mal humor que el dinero no puede arreglar, con dolores en el cuerpo, y con toda la gente diciéndo-les:’5os millonario, seguro que sos feliz; deben sufrir más en privado. Ellos tienen un gran sufrimiento puertas adentro, donde encuentran muy poca compasión de los demás”
El precursor del yoga del dinero repite a los poderosos: si quieren felicidad, deben seguir más a Buda y menos a Donald Trump. “Buda enseñó que el apego y el deseo crean sufrimiento” subraya Kessel, autor del bestseller”. La fortuna en tus manos” donde vuelca sus enseñanzas espirituales en el mundo del vil metal. “Normalmente la /ida no funciona de la forma en que nos imaginamos. Cuando compra-nos algo o invertimos en determinado negocio, tenemos una imagen mental de cómo debe sentirse eso. Pero en la realidad, nunca se siente tan bien como la imagen que nos representamos. Y además, esa sensación es algo impermanente, otro concepto de Buda. De este modo, mientras el placer decrece, y vuelve el vacío, pensamos que hay algo malo en nosotros, o en el objeto que acabamos de comprar. Deberíamos actuar con el dinero siendo conscientes de la imperma­nencia de las cosas, y descubrir que usar los dólares para expresar nuestra compasión trae una felicidad mucho más duradera”
Kessel no es el único que explora la felicidad desde un ámbito hasta hoy impensado: es parte de una línea que ya considera a esta materia de estudio una nueva rama de la psicología, llamada ciencia de la felicidad. No sólo es una teoría. Además, hoy en día es motivo de una de las cátedras extracurriculares más concurridas de Harvard. Su profesor, un ex estudiante de informática de la universidad, un israelita llamado Tal Ben-Shahar, que pasó un año atrás por la Argentina, es uno de los referentes de esta disciplina donde el dinero, se subraya, no basta para ser dichosos. Sus clases reciben hasta 800 alumnos al año. Según Shahar, la felicidad no es algo azaroso, genético ni social. Él insiste en que, al igual que el álgebra, la ciencia molecular y la relatividad, la felicidad puede ser enseñada. Shahar imparte en su cátedra bibliografía, da ejercicios y exige disciplinas, como toda materia. “Hasta hace poco, el tema de la felicidad y cómo abrazar esa cualidad en nuestras vidas era dominado por la psicología pop” recuerda Ben, un orador que da vueltas al mundo explicando por qué lo suyo es un saber científico. “En muchos seminarios new age y libros que se ofrecen hoy en día, hay mucho de entretenimiento y carisma, pero poca sustancia. Del otro lado, tenemos a los académicos, que escribieron y estudiaron el tema con solidez y background, pero cuyos resultados no llegan a la mayoría de la gente. La psicología positiva establece un puente entre la torre y la calle principal, entre el rigor de la academia y el entretenimiento del movimiento de autoayuda. Todo aquello que sostiene la psicología positiva está basado en evidencia, es científico”.
Shahar es de los que sostienen que la fórmula del dinero que trae la felicidad está mal planteada. En todo caso, es la felicidad la que atrae mejores resultados profesionales. Años atrás, una investigación encabezada por Ed Diener, Laura King y Sonja Lyubomirsky concluyó que la felicidad conduce a un mayor éxito en el trabajo, en las relaciones y en una mejor salud. De eso se trata. “Lo más importante son las relaciones: pasar tiempo con gente que te importe y que a ellos les importes vos. Una de las razones de por qué los países de Sudamérica obtienen, en general, altos niveles de felicidad, es por su énfasis en la familia y los amigos. Así que la fuente más importante de felicidad puede ser la persona que está sentada a tu lado” revela el gurú de la dicha. Según Shahar, la felicidad es más un estado mental que un estado de nuestra cuenta bancaria. Cuando uno tiene las necesidades básicas insatisfechas -las básicas, recuérdelo-, todo ingreso extra mejora nuestra felicidad. Pero cuando esa necesidad está cubierta, la dicha deja de venir de los cajeros automáticos. “La felicidad se ubica en la intersección entre el placer y el significado” dice el académico de Harvard. “La meta es combinar actividades que son, a la vez, disfrutables y con significado. Cuando esto no es posible, hay que asegurarse de tener recreos de felicidad, momentos en la semana que te la provean. Los estudios indican que una hora o dos de una experiencia placentera y significativa pueden afectar la calidad entera de tu día, e incluso de toda tu semana”
A pesar de todo lo dicho hasta aquí, el mundo es aún un lugar testarudo al que le cuesta cambiar. Un sondeo de Gallup entre 136.000 personas de 132 países concluyó que la mayoría de las personas medía su satisfacción con su vida en base a su nivel de ingresos. Sin embargo, en los dos extremos de la escala -tanto aquellos que se sentían más desahuciados con sus días como aquellos que más dicha expresaban-, descubrieron que intervenían otros factores como el respeto, los amigos, la familia, y tener más libertad.
“La vida humana tiene como característica estar sometida a la carencia, la indefensión, y especialmente a lo inesperado”, se suma al debate Gustavo Corra, psicoanalista argentino y coordinador del grupo de estudios de mitología de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “El hombre posee poco o ningún control sobre estas variables. Que uno pueda llegar a ser feliz, y que haya herramientas para eso tales como el dinero, son parte del mismo marketing con el que nos vendemos la vida a nosotros mismos, si no funciona, uno se deprime. La felicidad puede que hoy no esté, pero de seguro estará, la hemos visto al menos en fotos, a veces vive en fastuosos yates en las costas del Mediterráneo, la han visto en Hollywood sobre una alfombra roja. Así que, ¡a no decaer!, y pensemos que el dinero compra la felicidad, que lo hemos visto y que si no nos ha tocado de seguro nos tocará, es cuestión de tiempo, mientras tanto, a remar, que la corriente está en contra”.
“Casi siempre sucede que los hijos llevan consigo la carga de satisfacer deseos inconscientes y no tanto, que vienen de sus progenitores y puede acarrear un estado de alienación difícil de soportar”, advierte la psicoanalista Any Krieger. “Vivimos en una época en la que la humanidad nos empuja al consumo de felicidad. Y esto nos produce una forma lastimosa de goce. Una sed que trastoca todo afecto en pos del logro de un ideal inexistente”
Una vieja publicidad argentina de vino de mesa afirmaba que “la felicidad es una suma de buenos momentos” La dicha, expuesta asi, se parecía más a una racha exitosa de casino que a nociones como la paz interior, la satisfacción con uno mismo y el placer de ver las cosas bien hechas, Hay gente que aún vive de acuerdo al slogan de esa publicidad, esperando arañarles buenos momentos a sus años. Creyendo que la felicidad atiende los sábados y domingos, en las fiestas y durante las vacaciones. Aún me pregunto qué cara pondría Tal Ben-Shahar si se encontrara con alumnos así.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS