La madre de todos los caballos

La madre de todos los caballos

Por Alejandra Folgarait
La domesticación de animales salvajes fue un hito en la evolución del Homo sapiens hacia la civilización y la cultura, la agricultura y la vida grupal. Si bien los especialistas acuerdan en que la domesticación de vacas, ovejas y cabras ocurrió entre 8.000 y 10 mil años atrás, poco se conocía respecto del pasaje de los caballos salvajes a los criados para trabajar en granjas, para usarlos como transporte e incluso la guerra. El ancestro de los caballos domesticados modernos (Equus caballus) resultaba elusivo a los arqueólogos y biólogos. Pero un nuevo estudio genético acaba de localizar a la primera yegua domesticada de la historia.
Se sabe que los caballos eran parte del paisaje desde tiempos inmemoriales, pero el frío de la Edad de Hielo seguramente terminó con la mayoría de ellos unos 15 mil años atrás. Sólo algunos sobrevivieron en zonas cálidas del Turkistán, Ucrania y la península ibérica. Tras sus huellas genéticas partieron científicos de todo el mundo liderados por dos grupos italianos.
Los genetistas analizaron el ADN contenido en las mitocondrias de caballos de Europa, Medio Oriente, Asia central y América del Norte. Las mitocondrias son pequeñas estructuras que existen en las células y que se dedican a producir la energía que éstas necesitan para vivir. A diferencia del ADN de los cromosomas del núcleo, el ADN de las mitocondrias sólo se transmite desde la madre al hijo, sin participación del padre. Analizar el ADN mitocondrial, entonces, permite remontarse de generación en generación hasta la primera tatarabuela de un individuo.
Esta especie de reloj molecular es el que se aplica tanto a la identificación de nietos desaparecidos de abuelas en la Argentina como a la primera mujer que dio origen al linaje humano (la supuesta Eva). Y es el que permitió localizar a la primera yegua de la que descendieron los caballos domesticados actuales, según publicó la revista de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos (PNAS). De esa madre de todos los caballos surgieron los 17 grupos equinos domesticados que hoy coexisten con el único grupo salvaje que queda en pie (el de los caballos Przewalski ).
“Establecimos que el ancestro femenino más reciente de todos los caballos humanos, el llamado Mitogenoma Ancestral de Yegua, vivió hace unos 140 mil años durante el período glacial Saalian tardío”, explica a El Guardián el genetista Alessandro Achilli, de la Universidad de Perugia. “Para comprenderlo mejor, hay que pensar que la Eva Mitocondrial humana fue datada unos 200 mil años atrás”.
Algunos científicos sostienen que los caballos fueron domesticados por primera vez en Arabia Saudita hace unos 9 mil años, mientras que otros ubican el decisivo evento en Asia Central hace 5 mil años. Pero, según la nueva investigación, la domesticación habría surgido en varios lugares de Eurasia en forma independiente durante el período Neolítico, desde 10 mil años atrás.
“El hecho de que se hayan domesticado varias hembras salvajes en distintos lugares testimonia la importancia que han tenido los caballos para la humanidad”, señala Achilli. “La habilidad de domar a estos animales resultaba crucial para diferentes grupos humanos de diversas regiones, desde las estepas asiáticas hasta el oeste de Europa, ya que así podían generar un plus de alimentos necesario para el crecimiento de la población humana y para adaptarse a nuevos ambientes”.

El gen de las carreras
En otro estudio, publicado por Nature Communications, científicos irlandeses descubrieron que una variante de un gen común a todos los caballos pura sangre –el “gen de la velocidad”– se remonta 300 años hasta una yegua británica, el primer antecesor de la valiosísima raza Thoroughbred que hoy se usa para carreras, salto y polo.
El origen del gen equino de la carrera o velocidad –una variante del gen de la miostatina, una proteína importante para el desarrollo muscular– fue revelado después de analizar el ADN de cientos de caballos, incluyendo los huesos de 12 legendarios sementales nacidos entre 1764 y 1930, algunos de origen árabe y turco.
“Descubrimos que la variante C del gen fue introducida en los Thoroughbred a partir de una yegua británica que existió hace 300 años, antes de que se fundara la raza pura sangre”, explicó Emmelline Hill, genetista de la Universidad de Dublín, quien encabeza Equinome, una compañía que fabrica hace seis meses un test para determinar si un caballo porta el gen de la velocidad.
Gracias a esta prueba genética, se puede determinar si vale la pena invertir dinero y esfuerzos en una cría recién nacida para destinarla a carreras. De todos modos, aclaró Hill, el valor de un caballo pura sangre –que puede valer hasta 250 mil dólares– depende también de factores ambientales y de otros 200 genes.

Clones y mercado
Una opción para obtener caballos con garantía de genes atléticos es clonar ejemplares que han probado su valía en la cancha. El primer clon equino nació en Italia en 2003, pero fueron empresas de Estados Unidos las que pusieron manos a la obra con caballos pura sangre después. La compañía ViaGen dijo en 2010 que había clonado ya más de 50 caballos de gran pedigrí, pero la movida no gustó mucho a los esforzados criadores de equinos, que ven a los clones como competencia desleal. Varios Jockey Clubs se oponen a la inscripción de clones en carreras y la Federación Internacional Ecuestre prohibió que los clones participen de competencias internacionales.
De todos modos, el polista argentino Adolfo Cambiaso, de La Dolfina, se subió al negocio norteamericano de los clones equinos con ganas. Después de todo, es una buena manera de conservar el linaje de un buen caballo fallecido y una inversión rentable en un mundo cada vez más ávido de polo. Clonar un caballo le costó a Cambiaso unos 100 mil dólares por ejemplar, pero el tenista David Nalbandian y Ernesto Gutiérrez Conte (CEO de Aeropuertos 2000 y socio de la empresa norteamericana que clonó los equinos) le habrían pagado a Cambiaso 800 mil dólares por uno de los clones de La Dolfina.
Por su parte, el investigador Daniel Salamone, director del Laboratorio de Biotecnología Animal de la Facultad de Agronomía de la UBA, consiguió clonar en el año 2010 por primera vez un caballo en el país. Ñandubay Bicentenario, que así se llama, se sumó a las vacas clonadas y transgénicas que ostenta la compañía biotecnológica argentina Biosidus. “Lo clonamos a partir de un caballo criollo, como un homenaje al Bicentenario, uniendo tradición con biotecnología”, recuerda Salamone ahora. Además, el veterinario produjo otro clon equino y tiene un acuerdo con la empresa Clonarg para generar por lo menos otros dos destinados al polo.
“Los caballos argentinos son muy apreciados mundialmente”, reflexiona el investigador del Conicet. “A diferencia de los caballos de carrera, que tienen prohibida la inseminación artificial y transferencia de embriones por ley, los de polo han avanzado muchísimo gracias al conocimiento de la genética de la reproducción. Ahora –dice Salamone– eso se convirtió en una ventaja enorme para los criadores de caballos locales”.
La Argentina es el país del mundo donde se realiza el mayor número de transferencia de embriones equinos, una técnica que permite aprovechar al máximo posible la genética de los mejores animales sin someterlos a los largos períodos de gestación (11 meses). Hay 60 centros registrados para hacer transferencias embrionarias en el país. Y hay criadores que producen más de mil embriones por año, en una especie de fábrica artificial de caballos.
En el selecto mundo del polo, la fertilización asistida y la clonación funcionan a toda marcha, pero en otras áreas hípicas su justificación es más controvertida. Los expertos reconocen que no tiene mayor sentido implementar tecnologías avanzadas cuando los caballos no tienen un alto valor genético, ya que cuesta más el procedimiento que el caballo. Como sea, con la clonación y la decodificación del genoma del caballo doméstico, la ciencia entró de lleno en el mundo hípico. A esta altura, nadie quiere quedarse afuera de las apuestas.
EL GUARDIAN