¡No puedo mentir! (Evitá la honestidad bruta)

¡No puedo mentir! (Evitá la honestidad bruta)

Seguramente todos conocemos personas que no tienen ningún reparo en decirle a la gente exactamente lo que piensan, sin importar la forma. Como si se tratase de un imperativo moral, hay quienes deciden que para sus vidas, la honestidad es la mejor política. Y por supuesto que la verdad es un bien que todos valoramos, pero en su medida justa. Este tipo de comportamientos pueden hacernos perder valiosas amistades o incluso puestos de trabajo. Muchas personas, en un momento de furia, son capaces de ir directo hasta la oficina de sus jefes y decirles en la cara que su modo de trabajo no sirve, o que deberían cambiar el rumbo. Esto puede ser bien recibido y hasta tenido en cuenta en algunos casos, pero lo cierto es que no es la regla: un superior no espera ser cuestionado por su empleado. Quienes optan por decir la verdad sin considerar cómo puede recibirlo el otro, se caracterizan por una notable falta de empatía y sensibilidad. Críticas, consejos no solicitados y hasta comentarios de mal gusto: todo puede esperarse de quien no filtra sus palabras. Pero ¿no es parte de nuestro status quo la noción de que la verdad es lo más importante?
Aunque la mayoría de los niños son criados con la idea de que no hay que decir mentiras, las personas que persiguen la honestidad total son una rareza. La mayoría de nosotros mentimos en algún grado, por lo general para evitar los conflictos que una cruda verdad puede provocar en nuestras relaciones. “La gente no quiere escuchar la verdad sin adornos: que subimos de peso, que ese vestido nuevo es terrible nadie quiere un interlocutor así”, dice Robert Feldman, psicólogo de la Universidad de Massachusetts que estudia las estrategias del engaño. “De este modo, vamos descubriendo a medida que crecemos que, contrariamente a lo que nos enseñaron nuestros padres, es apropiado ocultar la verdad algunas veces”. Del mismo modo, muchas personas cambian ciertos detalles sobre su vida para esquivar el dolor que provoca el hecho de no poder satisfacer las expectativas de los demás. Quienes dicen todo lo que piensan, sin embargo, están comprometidos con la honestidad, independientemente de las repercusiones sociales: se hacen cargo de las consecuencias que provoca su comportamiento. Uno de los resultados más frecuentes de este tipo de conductas es la pérdida de vínculos que quizás nos resultaban muy valiosos, como una pareja o algún amigos. En toda relación queremos que el otro nos sea sincero y pueda sentirse libre de expresar sus deseos, opiniones y sentimientos. Aún así, esta libertad tiene sus límites: el respeto por el otro. Si nuestra verdad puede herir los sentimientos de alguien a quien queremos, o al menos incomodarlo, deberíamos replantearnos mejor si es bueno seguir esta política de honestidad total a rajatabla.

Mentiras blancas
Si sombrear algunos aspectos de la verdad tiene sus beneficios en las relaciones sociales, entonces ¿por qué algunas personas insisten en la honestidad a toda costa? En algunos casos, estos individuos pueden ser producto del medio familiar en el que se suscitaron. Muchas personas simplemente optan por la honestidad porque mentir les resulta demasiado complicado o los pone demasiado ansiosos. Desde esta perspectiva, decir todo lo que se nos ocurra sin filtros, resulta realmente fácil: no hay nada que tener en cuenta a la hora de hablar.
Pero no todas las personas que se rigen estrictamente a la verdad son escrupulosas o ingenuas sociales. Algunas utilizan la verdad para lastimar a otros. Dicen una frase agresiva o una crítica cruel y luego se justifican: ‘Bueno, sólo estoy siendo honesto”. La mayoría de las tradiciones religiosas y filosóficas incluyen alguna versión de la máxima “no levantarás falso testimonio”, lo que fácilmente podría entenderse como aplicar este tipo de políticas extremas en nuestra vida cotidiana. “Decir la verdad nos ayuda a dormir por la noche con la conciencia tranquila”, nos dicen los educadores religiosos. Pero para muchos científicos sociales, la mentira y la verdad no presentan un dilema ético universal, sino que dependen de cada situación puntual. “La gente que dice mentiras suele estar muy orientada a lo que piensan y esperan las otras personas”, explica Bella DePaulo, psicóloga de la Universidad de California. Decir “mentiras blancas”, como que nos encantó ese pantalón vede pálido que nuestra tía querida nos regaló la Navidad pasada, no es un signo de que nuestra moral esté en bancarrota: por el contrario, es una evidencia clara de que estamos en sintonía con los sentimientos del otro. La verdad es un regalo valioso siempre y cuando esté bien presentado.

ENCONTRA EL EQUILIBRIO
Lograr una actitud sincera puede cambiar tu vida y tus relaciones para bien, siempre y cuando se utilice la verdad con sabiduría. Te damos algunas claves para mejorar tus vínculos sin pasarte de la raya.
Pesa los detalles. Pregúntate si decir la verdad puede mejorar una situación puntual. Si alguien que conoces está participando en un comportamiento autodestructivo, por ejemplo, ventilar tus opiniones podría ser más útil a largo plazo. Por otro lado, si no te llevas muy bien con tus compañeros de trabajo, pero sabés que hay pocas posibilidades de cambiar de grupo, es probable que sea mejor guardar silencio.
Concentrate en los motivos del otro. Si un conocido de la nada te increpa con una pregunta como: “Soy tu mejor amigo, ¿no?”, evita recurrir a la solución rápida de mentirle para hacerlo sentir bien. En su lugar, identifica la verdadera intención de su comentario y pregúntale: “¿Te sentís solo estos días? ¿Te gustaría que nos veamos más a menudo?”
Decir la verdad, para afianzar vínculos. ¿Debemos confiarle a un amigo que hace años te hiciste una cirugía plástica o te gustaba tu profesor de ciencias? Por supuesto, no hay por qué no hacerlo; pero deberías saber que es más fácil para la gente dispuesta a revelar verdades incómodas tener vínculos más profundos.