Historia de amor en El Marabú

Historia de amor en El Marabú

CERRADO. Fue uno de los nombres mágicos de la noche porteña y alberga leyendas imborrables. (Germán García Adrasti)

En los diccionarios, el marabú es un ave carroñera africana. Otros lo definen como un arbusto espinoso, también de origen africano. Pero para Buenos Aires, El Marabú es uno de los nombres mágicos de lo que la noche porteña y sus historias dejaron para siempre. Hoy, lo que era aquel local de Maipú 359, con sus mil metros cuadrados cargados de leyendas, está en venta a la espera de un rescate.
Tal vez se recuerde que el 1 de julio de 1937 ahí debutó la orquesta que dirigía un muchacho a punto de cumplir 23 años: Aníbal Carmelo Troilo. O que en ese mismo lugar se destacó la agrupación de otro talentoso, Carlos Di Sarli. Pero la historia de hoy guarda relación con dos personajes anónimos que, sin embargo, tienen mucho que ver con los ecos que viven en ese local.
Por aquellos años, El Marabú era uno de los tantos cabaret (una palabra francesa que significa “taberna”) de la activa vida nocturna que reinaba en Buenos Aires. Y entre sus habitués estaba José María Contursi, “Catunga” para los amigos. El poeta había recibido una música compuesta por su amigo Pedro Laurenz (un bandoneonista de lujo) y estaba buscando una historia para darle letra. La encontró en el local de la calle Maipú.
En ese lugar trabajaba una chica que había llegado desde Córdoba encandilada por las luces de la gran ciudad. Y dicen que su belleza se destacaba. Allí, después de un tiempo, esa joven formó pareja con uno de los mozos, también cordobés. La idea de ambos era seguir algunos pocos años más con aquella vida nocturna, juntar unos pesos y luego retirarse para buscar otros horizontes.
Aquello era demasiado lindo para que durara y la realidad se ensañó con ellos. Una noche, que pareció más oscura, tres hombres llegaron al cabaret y sacaron a la chica por la fuerza. Lógicamente su pareja y sus compañeros la defendieron. Pero uno de los tres visitantes puso sobre la mesa un argumento que los sorprendió: aquella mujer era su esposa. Y mostrando la libreta de casamiento, dijo que estaba allí para rescatarla de aquel lugar de vicio y perdición. Las costumbres de la época no pudieron con el amor y la muchacha marchó hacia Córdoba. Abatido, el mozo entró en una espiral depresiva que ni sus compañeros ni el ruido de aquella vida de jarana lograban atenuar. Por eso, tres años después, y viendo que la herida seguía abierta, empezaron a alentarlo para que fuera a buscarla. Aquello sería la estocada final.
La encontró atendiendo una almacén en las afueras de la ciudad de Córdoba. De aquella diosa de la noche no quedaba nada. El tiempo y las angustias no sólo habían cambiado su físico para mal. Su pensamiento estaba en otro circuito que no era el de él, ese que habían soñado juntos.
Con esos datos, Contursi armó la letra de “Como dos extraños”, un tango de los memorables.
“Que gran error volverte a ver/ para llevarme destrozado el corazón/ Son mil fantasmas al volver, burlándose de mi las horas de ese muerto ayer” , dice el poeta. Y concluye: “Y ahora que estoy frente a ti parecemos ya ves dos extraños/ Lección que por fin aprendí, cómo cambian las cosas los años / Angustia de saber muerta ya la ilusión y la fe…/ Perdón si me ves lagrimear, los recuerdos me han hecho mal” .
Por supuesto que ésta es sólo una de las realidades que José María Contursi supo poner en sus versos. Hay otras que también reflejan distintos sentimientos, incluidos los propios. Como en el caso de esa sintética obra teatral de tres minutos que es el tango “Gricel”. Pero esa es otra historia.
CLARIN