Li Xinping, el sucesor de Hu Jintao

Li Xinping, el sucesor de Hu Jintao

Por GEOFF DYER
Cuando en 2002 un periodista le preguntó a Xi Jinping si era probable que en una década se convirtiera en el próximo líder de China, se sobresaltó tanto que casi vuelca el agua que estaba tomando. “¿Está tratando de asustarme?”, respondió.
Más vale que se acostumbre a la idea. Tras ser ascendido este mes para quedar al frente de la Comisión Militar Central, Xi está ahora en primer lugar en la lista. En 2012, tras mantener reuniones secretas en un congreso especial, los líderes del Partido Comunista saldrán a escena en el Gran Salón del Pueblo, en Beijing, por orden de rango, en un ritual que recuerda a la fumata blanca que sale de la chimenea del Vaticano para anunciar un nuevo Papa, y será una gran sorpresa si Xi no está a la cabeza de la fila.
Su reciente promoción representa la última etapa de un proceso que lo ha preparado para ocupar el cargo más alto de China. Tras ingresar en 2007 al Comité Permanente del Politburó, el cuerpo más poderoso del Partido Comunista, fue nombrado vicepresidente en 2008. Ahora, con su última designación, ha sido confirmado como el heredero de las tres fuentes de poder de China: el partido, el gobierno central y los militares.
Con más de un metro ochenta de estatura y un modo de ser que combina brusquedad y cordialidad, Xi es lo más parecido a un aristócrata que hay en China. Su padre, Xi Zhongxun, fue un héroe revolucionario durante la guerra civil y, más tarde, como gobernador de la provincia Guangdong, a principios de la década de los 80, uno de los planificadores del crecimiento explosivo en Shenzhen, la ciudad sureña que fue pionera de las reformas económicas.
Sin embargo, aunque nació dentro de la elite del Partido, Xi enfrentó dificultades. Durante su infancia, su padre fue torturado y sufrió arresto domiciliario durante los 10 años de la Revolución Cultural. En una entrevista en los años 90, Xi admitió que los Guardias Rojos lo encerraron a él también en varias ocasiones.
A los 16 años fue enviado a trabajar en una comuna agrícola rural junto con millones de jóvenes de ciudad, especialmente aquellos a los que se consideraba que tenían antecedentes políticos. Admitió que, el llegar a la provincia noroccidental de Shaanxi, donde su padre había comandado una guerrilla comunista, se sintió muy solitario, pero sobrevivió a la experiencia y hasta usó su corpulencia para ganar torneos de lucha con los granjeros locales.
Con el tiempo, Xi recuperó el favor del Partido y se le permitió que estudiara ingeniería en la Universidad Tsinghua, en Beijing. Sin embargo, a diferencia de otros principitos, como llaman a los hijos de la elite fundadora del Partido Comunista, Xi le dio la espalda a la vida cortesana de la capital y pidió un cargo en la zona rural. En 1982 lo enviaron a una parte de la provincia norteña de Hebei, donde las reformas de mercado habían encontrado resistencia. Allí Xi mostró habilidad para ganar amigos e impulsó la creación de un parque temático basado en la fábula china del “Viaje al Oeste”, también llamada la leyenda del Rey Mono. El parque fue tan positivo para la economía local que a Xi comenzaron a llamarlo “dios de la riqueza”.
De ahí se trasladó a la provincia Fujian, en la costa sudeste, donde llegó a gobernador y se hizo una reputación como pragmático defensor de las reformas. Esta impresión quedó reforzado por los períodos que pasó en la provincia de Zhejiang, un centro de distribución del sector privado, y en Shanghai. Los rumores de que almorzaba en el comedor del personal y se lavaba él mismo la ropa alimentaron su fama de hombre del pueblo.
Sus conexiones familiares contribuyeron a hacer avanzar su carrera en momentos cruciales, pero ser un principito también ha sido una desventaja. En un momento en que crece la desigualdad social, es mayor el resentimiento por los beneficios gozados por los hijos de la vieja elite partidaria. Esta situación puede tener también consecuencias políticas: en 1997, Xi no obtuvo los votos necesarios para convertirse en miembro del poderoso Comité Central, lo que pudo haber sido una señal de descontento por sus antecedentes. Afortunadamente para él, le dieron el lugar de todos modos porque los jefes partidarios ya veían en él a un posible líder futuro.
Tras su odisea de 25 años recorriendo las provincias, Xi ha trabajado en todos los niveles de gobierno y ha vivido tanto en las zonas rurales pobres como en las florecientes ciudades costeras, lo que le dio el tipo de experiencia que el Partido Comunista valora. Pero antes de su regreso al círculo de poder de Beijing, Xi, a diferencia de otros políticos chinos con aspiraciones, rehuía aparecer en los medios. Tanto es así que recién últimamente es más conocido que su esposa, Peng Liyuan, que es una popular cantante de temas folklóricos.
En realidad, su bajo perfil aseguró que su vida privada –y su famosa mujer– no amenazaran su ascenso político, mientras su cordialidad y su talento para conseguir que las cosas se hagan lo hicieron popular con los altos dirigentes, evitando celos por su rápido auge.
Sin embargo, fue su habilidad para evitar hacerse enemigos lo que garantizó el sostenido ascenso de Xi, especialmente considerando que no fue la primera opción como sucesor del presidente Hu. En los últimos años, la política china ha estado dominada por dos grupos rivales: la “banda de Shanghai”, vinculada al ex presidente Jiang Zemin, y los aliados de Hu, muchos de los cuales provienen de la juventud partidaria. Varios analistas creen que Xi superó al candidato que prefería Hu porque resultaba atractivo para ambos grupos, sin estar estrechamente alineado con ninguno.
Aunque la posición de Xi parece asegurada, hay pocos precedentes: China ha logrado una única sucesión sin problemas desde 1949, y fue cuando Hu comenzó su ascenso al poder a partir de 2002. Por ahora, Xi parece en vías de seguir su misma senda. Pero se hará mucha política antes de que el probable líder máximo chino sea presentado en el principal escenario del país, dentro de dos años.
EL CRONISTA