Ahora la ignorancia es chic

Ahora la ignorancia es chic

Por Maureen Dowd
La regla que Casanova empleaba para la seducción era decirle a una mujer bella que era inteligente y a una mujer inteligente que era bella.
La falsa opción entre el intelectualismo y la sexualidad en el caso de las mujeres ha persistido a lo largo de los siglos. No hubo víctima más penosa de ella que Marilyn Monroe. Fue suficientemente inteligente como para convertirse en la Rubia Tonta más famosa de la historia.
Los fotógrafos adoraban hacerla posar con shorts ajustados, una bata de seda o un traje de baño, con una mirada invitante y un libro importante… una biografía de Goya, el Ulises de James Joyce o los poemas de Heinrich Heine. Una imagen de conejita intelectual, una variación de la figura de la bibliotecaria sexy. Los hombres a los que la intensidad erótica de Marilyn ponía nerviosos podían sentirse superiores burlándose de sus aspiraciones intelectuales.
Pero Marilyn no festejaba demasiado la broma. Marcada por su madre esquizofrénica y por su caótica crianza, le gustaba que le pusieran los clásicos en la mano. Lo que es más, incluso, leyó algunos de ellos, desde Proust y Dostoievsky hasta Freud y los seis volúmenes de la biografía de Abraham Lincoln escrita por el poeta Carl Sandburg (obras que le dio su marido, el dramaturgo Arthur Miller) y acumuló una biblioteca de más de 400 volúmenes.
En una oportunidad, Miller dijo que Marilyn era “una poeta parada en una esquina tratando de recitar ante una multitud que pretendía arrancarle la ropa a los tirones”.
Fragmentos, un libro reciente que reúne sus poemas, cartas y reflexiones, algunas escritas con su caligrafía infantil y errores de ortografía en libretas encuadernadas en cuero y en papel membretado del Waldorf-Astoria y del Beverly Hills Hotel, es conmovedor. La mujer más codiciada del mundo, una imagen centelleante, era solitaria y sombría. Pensando que estaba felizmente casada, quedó destruida al descubrir un diario abierto en el que Miller había escrito que ella lo había decepcionado y lo había avergonzado ante sus pares intelectuales.
“Creo que siempre me ha aterrado profundamente ser la esposa de alguien, ya que sé por experiencia de vida que verdaderamente nadie puede amar a otro”, escribió.
Su amigo el novelista Saul Bellow escribió en una carta que Marilyn “se conduce como una filósofa”. Y observó: “Estaba conectada con una corriente muy poderosa, pero no podía desconectarse de ella”. Y agregó: “Tenía una curiosa incandescencia bajo la piel”.
Este triste símbolo sexual es todavía una vela en el viento. En Inglaterra hay una novela narrada por el terrier maltés que le regaló Frank Sinatra, al que llamó “Maf”, por mafia, y se están rodando tres películas sobre ella. Naomi Watts está planeando protagonizar un film biográfico basado en la novela Blonde (“Rubia”), de Joyce Carol Oates; Michelle Williams está rodando My Week With Marilyn, y está en proyecto otra película basada en un relato de Lionel Grandison, un ex forense de Los Angeles que afirma que se vio obligado a alterar el certificado de defunción de la estrella para que consignara la causa de la muerte como suicidio en vez de asesinato.
Al menos, a diferencia de Paris Hilton y otras de su calaña, la Rubia Tonta del cine de la década de 1950 sabía perfectamente una cosa: que era muy bueno ser cultivada. Aspiraba a leer buenos libros y ser amiga de intelectuales, e incluso fue tan lejos como para casarse con uno. Pero ahora otra famosa belleza con piel centelleante y asombrosa energía, Sarah Palin, ha puesto de moda la ignorancia.
¿Le cuesta nombrar los casos de la Suprema Corte, los periódicos que lee e incluso los apellidos de los padres fundadores a los que admira? No hay problema. ¿Apoya un candidato para un escaño en el Senado de Pensilvania que es el nominado de Virginia Occidental? Bueno, no es nada.
Por lo menos usted no es integrante de esas elites “invertebradas y débiles” educadas en las mejores universidades, como el presidente Obama, incapaz de sentir nada. Es una novedad para Christine O’Donnell que la Constitución garantiza la separación de la Iglesia y el Estado. Es una novedad para Joe Miller, cuyos custodios esposaron a un periodista, y para Carl Paladino, que amenazó a Fred Dicker del New York Post, que existe la primera enmienda, incluso en la tierra del Tea Party. Michele Bachmann llama a la ley Smoot-Hawley (la medida proteccionista que en la crisis de 1930 aumentó los impuestos a las importaciones) la ley Hoot Smalley (pepino insignificante).
Sharon Angle descendió a nuevos niveles de ignorancia cuando les dijo a los niños hispanos de un aula de Las Vegas: “Algunos de ustedes me parecen un poco más asiáticos”.
Tal como Palin twitteó en julio sobre su propio lenguaje peculiar, agregando ejemplos de W. y Obama: “«Rechadiar» (rechazar y repudiar), «malsubestimar», «estar loqui-loqui». El inglés es una lengua viva. También a Shakespeare le gustaba acuñar nuevos términos. ¡Hay que celebrarlo!”
Hace poco, en un acto del Partido Republicano celebrado en Anaheim, California, Palin irónicamente señaló que nadie la escuchará nunca invocar a Mao o a Saul Alinsky. Dice que prefiere la excepcionalidad estadounidense. Pero cuando se trata de las personas que gobiernan el país, lo excepcional es sospechoso… los líderes deberían ser, tal como Palin, O’Donnell y Angle no dejan de repetir, exactamente como usted.
En los Estados Unidos de Marilyn, había aspiraciones. Los estudios cinematográficos elegían novelas literarias en vez de dichos ingeniosos como He’s Just Not That Into You ( Simplemente no te quiere ), y estupideces egocéntricas como Comer, rezar, amar. Fantasía, de Walt Disney, ofrecía personajes de historietas junto con compositores famosos. Hasta Bugs Bunny hizo Wagner.
Pero en los Estados Unidos de Sarah, hemos rechadiado todo eso.
Traducción de Mirta Rosenberg
The New York Times- LA NACION